Despedida de la Maga

Despedida de la Maga

Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


viernes, 7 de julio de 2017

Tabiques Oxidados


Azufre y polución se expanden, como largartijas, por las fachadas de los edificios. Trepan por los cuerpos y se aferran con sus garras a la piel. Las fosas nasales se llenan de osarios de dióxido de carbono. El olfato enmudece, ya no percibe el olor del beso de los árboles, ni del pastel de la abuela. Ya no cuenta una historia. Hay un hierro oxidado clavado en el tabique. Hay un grito de un rostro inefable bajo las grietas de la nariz. Y tú lo ves. Sí. Lo ves cuando deambulas por las calles de la ciudad. Lo ves y corres lejos, te refugias en un banco o en un centro comercial. Lo olvidas e inhalas aire para tranquilizarte.

Alimentas, sin saberlo, un cementerio de olores marchitados. 

El espectador de lo inefable



Mi abuelo es el páramo y mi abuela la fría brisa que sale de los entresijos de la montaña. Me han bendecido con su aliento fecundo mientras me bañaba en un riachuelo en Santa Elena. Me han acariciado y cantado una nana mientras me dormía en la copa de un pino ciprés.
Quiero pensar por un instante que es posible esbozar un rostro con las piedras cercanas. Que es posible pensar en un lienzo que, mirado desde la bóveda celeste, sea digno de un museo de criaturas astrales. Allí, regocijados, con un sexto dedo apoyado en el mentón, se burlan de los colores extintos de las metrópolis y de la insignificancia de nuestros rezos.
Aún así la brisa sigue soplando y toca sus pómulos.

Aún así la brisa sigue…y trae un canto ancestral que evoca un paraíso perdido.

miércoles, 22 de febrero de 2017

El Mensaje del Ciprés



“Lamentamos informarle que en veinticuatro horas, treinta y tres minutos, y dos segundos usted morirá”. Era la segunda vez que Federico leía el mensaje de whatsapp que, intempestivamente, había interrumpido su trabajo. Le costaba creerlo. ¿Qué clase de broma desagradable era esa? Intentó rastrear el contacto, tenía un perfil privado y en su foto sólo se dejaba ver un ciprés solitario en medio de una pradera negra. Le respondió el mensaje con un insulto y exigiendo una respuesta, pero el pequeño chulito se negaba a desdoblarse. Intentó llamar al número que aparecía en la info del contacto, pero inmediatamente era enviado a correo de voz. ¿Alguna broma de algún amigo? Los llamó a todos: algunos lo tildaron de paranoico, otros, en joda, le dijeron que tal vez era una venganza de una ex insatisfecha. No. No era un amigo, era alguien más.

No pudo dormir en toda la noche a pesar del peso de sus parpados, ciertamente no te amenazan todos los días con tu muerte; aquellas palabras del mensaje se repetían, con un ritmo macabro, en su cabeza como un trombón. Su gato lo acompañaba recostado en silencio, sin entender la preocupación de su amo. Federico se mantuvo en ese estado intermedio entre el mundo onírico y la realidad, pero no soñaba, seguía en su cuarto. Sólo le parecía ver un ciprés muy alto, que danzaba al compás del viento, en la lejanía y en la más absoluta oscuridad.

En la mañana, convencido de que tal vez podía ser una amenaza de muerte fidedigna, acudió a la policía. El comandante, un sujeto de bigote prominente y voz gruesa, le prometió ayudarlo. Así que dispuso de dos hombres para que vigilaran la entrada de la casa. También le aseguró que intentarían rastrear el perfil, pero que debía tener paciencia. Lo tranquilizó un poco diciendo que debía ser una broma de mal gusto que solían ser comunes en las redes sociales, probablemente era algún adolescente con problemas de autoestima. No pasaría nada. Le reiteró una y otra vez. No pasaría nada. Y ya era tiempo de que volviera a su trabajo.

Regreso un poco más calmado y, luego de instalar a los dos policías en la entrada y ofrecerles un tinto, estuvo el resto de la tarde redactando unos informes. Cuando ya caía el sol en las montañas se acordó de la amenaza. Comenzó a dudar si los dos policías serían suficientes. Se fue a la cocina, sacó un cuchillo, el más afilado. No sería tomado por sorpresa. Estuvo ansioso y vigilante, miraba el reloj, pronto se cumpliría el plazo fijado. Sus ojos se posaban de un lado al otro, esperando el momento en que el asesino irrumpiera en su habitación. Intentó que su cobija fuera una suerte de protección invisible contra lo inefable. Nada, ni nadie podría tocarlo.

Al otro día los dos policías entraron y encontraron el cadáver de Federico Gutierrez acostado en la cama, con los ojos cerrados, como si estuviera en un plácido sueño. Había muerto de un ataque al corazón. Afuera, en el jardín, una mano huesuda, envuelta en un manto negro, tecleaba en el whats app: “El sistema de preparación final no está funcionando. Aquel hombre no ha disfrutado sus últimos minutos ¿y si cambiamos el ciprés por un oso de peluche?”

miércoles, 8 de febrero de 2017

537




Me ha tocado el turno quinientos treinta y siete. Tres horas y cinco minutos serán, quizás, tan sólo el inicio que saque a los primeros cincuenta caminantes fuera del escenario y el telón. Sólo sé que tengo quinientas treinta y siete razones para manifestar mi desprecio. Quinientos treinta y siete augurios de que no se abrirán los labios verdes y que, media
nte un corto manifiesto y una falsa danza de papeles ambarinos, se me obligará a abdicar. Para volver luego y volver a empezar el ciclo. Quizás ya no sea el quinientos treinta y siete, sino el cuarenta y cuatro o el doscientos ochenta y dos. Poco importa, si se piensa, los números como las bisagras de un laberinto y la larga espera como un formulario que nunca se termina de rellenar.

¿Cuánto llevo aquí? ¿Dos, tres, cuatro horas? Quinientas treinta y siete conversaciones con el techo que ya no puedo recordar. Quinientos treinta y siete maldiciones que he lanzado contra el azul infausto de su oficina y sus corbatas que se asemejan a horcas para pájaros. Sacrificar un ala, registrar y consignar como pago la pluma quinientos treinta y siete, el aviso de “No se aceptan soñadores” está colgado en el gran portal. No hay un lugar para la palabra y el diálogo en el piso diez. Los vidrios de las ventanas están blindados contra las suplicas de una madre enferma, las lágrimas de los estudiantes y los aviones de papel.

La celda número quinientos treinta y siete es habitada por el cadáver de una quimera y dos gnomos barbados que registran con furia, en un folio largo, las quinientas treinta y siete veces que el viento choca contra las paredes de la prisión. Sus barrotes son intereses al doscientos por ciento que se cobran a las nubes por dejar pasar, por pequeñas aberturas, la costosa luz del sol. Quinientos treinta y siete mil pesos dice el hombre obeso de camisa de rayas es la cifra a pagar. Quinientos treinta y siete mil pesos que se repiten cada mes, un miércoles cualquiera, y que traen el advenimiento de la catástrofe, de la lluvia en las mejillas, del silencio incomodo que se extiende entre los esclavos del capital.

jueves, 2 de febrero de 2017

Las Ruinas de Augusta



Incorpóreos, minúsculos, tirajillos son los habitantes de los reinos de Augusta. Sus férreos castillos se elevan en las colinas y, mediante una eufonía de trompetas, lanzan una advertencia. Se acercan las arañas con uñas, su presencia disuelve los ejércitos, escalan murallas y cimientos de negativas y esparcen su dulce toxina por la tierra. Sus armas son el toque, la explosión y el latido. Ya han desbaratado las defensas de una ciudad sin puertas, y exploran los templos en busca de la riqueza prometida, que soñaron una noche de abril, de una civilización de ojos verdes.

Aspirados por el volcán de mi rostro, cae la flota rebelde, sus barcos se hunden en sudor y piel, ella los siente ahogarse en las profundidades de sus cavernas. Su muerte se resignifica con un gemido. La palabra de la deidad oceánica se manifiesta con una mordedura en mi pierna. Las ruinas de Augusta se agitan, pero renacen, a cada paso, de tus dedos, de mis dedos. Y yo sólo deseo preparar mi arcabuz, mi brújula y mi lengua, para adentrarme en terrenos ignotos, explorar los vestigios del mausoleo y encontrar la grieta del arca sagrada.

El Arca de la Alianza de nuestros cuerpos.

¿Y aún me preguntas que siento cuando te toco?

jueves, 26 de enero de 2017

La Danza de los Espejos




En la colina sinuosa de Salamina
van rodando los espejos
unos, lentos, disfrutan el ritmo de las sacudidas
otros, con más prisa,
Caen, danzan y aceleran
como torpedos en el báltico

Ruedan, ruedan, los espejos
como planetas por fuera de su eje
como canicas bajo la lluvia
Ruedan, ruedan, los espejos
con el recuerdo del último rostro
y los cuerpos que desaparecen

Ruedan como protesta
contra la imposibilidad del desdoblamiento
un grito sale de sus grietas vidriosas
"Soy yo"
"Existo"
"Mis dedos son callosos y respiro el mismo aire"
"No soy tu reflejo"

Ruedan, ruedan, los espejos
sin saber que habitan la ilusión del movimiento
Ruedan, ruedan, los espejos
caminan los senderos de los hombres
y se estallan, como caracoles salinos,
Al llegar al pavimento

viernes, 20 de enero de 2017

Ascalon




En la cima extraviada
De un cumulonimbus
Cerca de la cúpula
Y Orión el cazador
Se asienta la ciudad imposible
La urbe de Ascalon
Sus etéreas murallas
Se sostienen indemnes
Por el sueño de un pelícano
Por el sumiso movimiento
De las manecillas del reloj.
A la ciudad hiperbórea
Llega el niño naufrago
que pide monedas en las calles
Y la oficinista que duerme serena
bajo rascacielos de papel.
Llega el músico inventor
Que a la lámpara, al embudo
Hace devenir trompeta
La bruja que lee las cartas
encuentra en un tres de bastos
Una luna sin nombre
Y el enigma del adiós.
Llega el pastelero inquieto
Que hace de una torta un castillo
Habitado por soldaditos de crema
El ebanista de dedos largos
Que con su garlopa moldea
Su sombra al gusto
Para forjar un baúl ocre
Donde guardar sus miedos.
Llega el profesor desempleado
Que enseña filosofía en el parque
A un par de palomas comunistas
La niña que pierde su globo
Y se imagina que emigra lejos
Apartado de uñas y alfileres
A un reino de princesas obesas.
Y llegaremos tú y yo
Si me das una pluma de tu ala derecha
Ascenderemos lentamente
Con nuestros cuerpos entrelazados
A la ciudad de avenidas nebulares
Edificios de cristal fúlgido
A la gran Ascalon
D. Acevedo

Babilonia


Cerca al río Éufrates el inmortal
Se levanta la ciudad sin parpados
Sus piernas azules se abren
Ante los viajeros que buscan
En sus laberintos de carne y piedra
El misterio de lo absoluto.

Los Magi y los sacerdotes lo saben
Lo guardan en un cofre ambarino
En un papiro sin letras ni palabras
Custodiado por cinco lanceros
dos elefantes blancos
y tres monos furibundos.

Cuenta la leyenda
Quien juega con los nombres del viento
Puede atravesar el ladrillo cocido
Es el poeta y su triste efigie
Que llega al cofre
Lo abre
Y encuentra en las páginas empolvadas
Un espejo roto.