Despedida de la Maga

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Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


lunes, 18 de febrero de 2019

EL PÁJARO Y LA LIBELULA









—      Fueron dos disparos

—     ¿Qué tipo de arma y bala?— Preguntó el Coronel Marvin puliéndose el bigote

—     Probablemente una semiautomática, modelo 92, bala de 9 mm


El detective miró nuevamente el cadáver de la mujer. Era joven sin duda. La sangre chorreaba de su cabeza y había permeado el libro que leía: una vieja edición del Paraíso Perdido de Milton. Una lástima, pensaba Marvin que alguna vez lo había leído, pues lo consideraba un buen libro. Aquella muchacha de nombre Selena aún permanecía con los ojos abiertos, quizás con las letras del último verso grabado en sus pupilas. El cuerpo no tenía ninguna marca y sus pertenencias que incluían un collar costoso aún permanecían en su cuello. Eso descartaba el móvil del robo. Aparte, aquella chica sólo tenía un computador, un par de cuadros y un gato que, desesperado, maullaba, quizás sintiendo ya el abismo de la ausencia. No había casi nada de un alto valor. El asesinato había sido en la biblioteca, curioso lugar que, profanado por la sangre, de repente le parecía a Marvin, un mausoleo de páginas.

Las balas habían procedido desde la ventana que tenía dos enormes agujeros que denunciaban la procedencia de los disparos. Quien hubiese sido, pensó Marvin, había ejecutado el acto desde afuera de la casa. Descartaba una bala perdida, pues no era una zona de la ciudad donde este tipo de acontecimientos fueran comunes y era un barrio de clase media tranquilo. Selena era una docente exitosa de una universidad de la ciudad. Se especializaba, sobre todo, en hacer estudios sobre el papel de la mujer en el siglo XIX.

Marvin se quedó un momento estudiando la biblioteca: el nombre de la rosa de Umberto Eco, la insoportable levedad del ser de Milan Kundera, el obsceno pájaro de la noche de José Donoso, Orgullo y prejuicio de Jane Austen, los nombres se reproducían en las estanterías perfectamente ordenadas. Tuvo la suerte de encontrar una libreta con el catálogo de libros y préstamos. Aquella mujer era bastante ordenada.

—     Ya vieron si falta algún libro— preguntó Marvin

—     No, no falta ninguno Coronel.

El coronel se acercó a la ventana, miró los alrededores. La ventana daba hacia una suerte de jardín que limitaba con la calle. No era difícil haberse acercado, pocas personas en las calles. El asesino había obrado como un fantasma pues ninguno de los vecinos lo había visto, solo habían escuchado los disparos. Sin embargo dedujo que, dada la posición y la forma de la abertura en la ventana, el asesino tenía que conocer el interior de la casa, también tenía que conocer las actividades cotidianas de la víctima, la señorita Giraldo Montoya. Era sin duda alguien cercano, alguien que entró y que, quizás en una lejana tarde, compartió un tinto junto a la ventana.

Marvin se acercó al escritorio, había una pequeña caja con una libélula pintada en la cubierta. La abrió. Encontró dos pares de aretes, un tornillo y un pequeño papel que decía: “La tierra se detiene cuando tú no estás. Mis hombros están cansados. Gracias por estar cerca. Te quiero. A.”

—     Escueto eh… ¿Quién será A.?

—     Podría ser el novio de la víctima, se llama Alexander— respondió uno de los policías

—     ¿Ya fue avisado?

—     No, aún no.

—     ¿A qué se dedica?

—     Me dicen que es un ingeniero, con una posición alta, en la constructora de los Villa

—     ¿En verdad no tenemos un solo testigo?

—     Me temo que no señor. Uno de los vecinos trabaja hasta altas horas de la noche y la otra es una anciana con algo de sordera.

—     Ya ya…Sospecho que no encontraremos nada más por ahora— dijo Marvin, rascándose la cabeza— Bien, el siguiente paso es entrevistar al novio y otras personas cercanas. Encárguense de trasmitir la noticia a sus familiares, yo me encargaré del interrogatorio mañana.

—     Sí, mi coronel.

—     Por ahora he de descansar, es tarde y me siento cansado.

Efectivamente, eran las dos de la mañana. El asesinato, calculaba, se había hecho entre las 11 y las 11:30. Pues alguien de la cuadra vecina había alertado de haber escuchado un ruido extraño. Se sentía un poco ensimismado, el sueño era bueno para organizar sus pensamientos. El viejo detective se dirigió  a su casa y, apenas tocó la cama, cayó inmerso en un sueño de ángeles que se rebelaban contra el cielo, como aquellos que describía Milton, con enormes alas emplumadas.

Al otro día se levantó, desayunó una tostada seca y se tomó un tinto cargado. Tenía un día duro por delante. Cuando llegó a la comisaría ya lo esperaban allí tres sospechosos, que habían sido especialmente conducidos hacia la jefatura por el caso. Además de una madre que, desconsolada, pedía justicia. El primero era, desde luego, su novio Alexander. Marvin sabía que en la mayoría de los casos, lo normal era que el amante, novio u esposo fuera el asesino, los motivos pasionales eran la causa más común de homicidios. El segundo sospechoso era un amigo de la universidad que solía venderle libros de segunda llamado Joaquín y por último una chica pelirroja, al parecer una antigua amiga y ahora rival, que no le perdonaba que se hubiera metido con Alexander, de quien en secreto estaba enamorada. El detective Marvin suspiró, tenía un largo día por delante.

El primer interrogatorio no arrojó muchos resultados. Alexander dijo que llevaba tan solo tres meses saliendo con Selena. Adujo que no eran novios oficialmente, que de vez en cuando dormía en su casa y que la noticia lo había dejado perplejo. Dijo que tenía una buena relación con Selena y que la quería mucho. Lo que sorprendió al detective fue constatar que Alexander se mostró extrañado cuando le mencionó la caja con la libélula y dijo no ser él quien le había otorgado ese regalo. Marvin le preguntó que si sospechaba quién pudiera ser, pero Alexander, algo contrariado, le dijo que no sabía, que Selena tenía pocos amigos. Uno era Joaquín, pero claramente su nombre no empezaba por a. Quizás fuera el regalo de algún exnovio o examante pensó Marvin, pero el mismo aún no entendía su obsesión con aquella libélula. Tal vez solo fuera un detalle circunstancial, pero, ¿por qué escuchaba tan fuertemente el sonido de los aleteos en su mente?

—        ­¿Le gustaban a Selena las libélulas?

—         No especialmente

—       ¿Peleaban mucho? Le recuerdo que debe decirme la verdad

—       ¡No! Al contrario, pasábamos buenos momentos: salíamos a bailar, veíamos peli, hacíamos el amor, ya sabe, lo que hacen todos los buenos amantes.

—       ¿Y dónde estaba exactamente anoche?

—      Quedé con Carlos y Miguel para tomarme unas cervezas. Selena sabía. Suelo ir allá varias veces al mes, soy un parroquiano habitual. Me gusta relajarme luego de una larga jornada de trabajo. Nos quedamos hablando del último clásico entre el Real y el Barcelona.

El novio tenía, al parecer, una buena cuartada. Incluso en el bar reafirmaron lo dicho. Era un tipo bastante común, a su parecer. Marvin iba a entrevistar a Joaquín, pero la chica pelirroja insistió en ser entrevista primero, mirando con desprecio al detective, pues según ella tenía mucho trabajo. Marvin conocía muy bien ese tipo de mujeres, chicas que les gustaba llamar la atención, que subían cientos de fotos a las redes sociales con la misma pose insulsa. Se presentó como Jimena. Desde el principio le molestó la actitud de la mujer, pero decidió que aquello no influenciaría en su criterio a la hora de analizar el caso. Le preguntó dónde se encontraba la noche del crimen, la chica pelirroja argumentó que trabajando.

—       ¿Trabaja en qué?

—       En un call center nocturno. Soy muy solicitada, ¿sabe? Los clientes aman escucharme. Aunque mi trabajo es muy aburrido. Me gustaría algún día ser modelo.

—      ¿con qué call center eh?

—       Es verdad, mi teniente- dijo un oficial- lo hemos comprobado

La mujer pelirroja le sonrió con displicencia.

—      Ve, se lo dije. Debería creer más. Quizás le empiece a ir mejor y el universo conspire por usted. Yo creo en el tantra, yoga, Wicca, horóscopo, tarot, ¿todo mueve energías sabe?

—       ¿Le tenía rabia a la víctima verdad?

—        Tal vez, ¡Era una engreída! ¡Mi Nenis la odiaba!

—        ¿Quién es la nenis?

—        Mi perrita pincher, es un amoris, ¿sabe?

—        Pues, no me termino de creer su cuartada…

—       Crea lo que quiera, tanto como cree en esa fea corbata con bolitas que lleva en el cuello.

El detective pudo confirmar que detestaba a la víctima, pero que ella nunca se atrevería a matar ni una mosca. De hecho, se mostró defensora de la vida, sobre todo animal. Y sus diálogos dieron cuenta de una escasa inteligencia que, en definitiva, no coincidía con el perfil del asesino, quien actuó muy inteligentemente para cometer el homicidio.

—       ¡Exijo un abogado! Y por favor, tráiganme un té de manzanilla. Dígale a sus empleaduchos. Hace un calor horrible. Podría estar hablando con Miguelito ahora mismo. Seguro quiere invitarme a bailar esta noche ¡Y yo aquí! ¡Qué horrible!

Marvin la despachó, tomó un poco de aire, y se propuso a entrevistar el tercer testigo. Joaquín entró tranquilo. Era un chico de gafas, abrigo gris y mirada perdida. Cargaba un libro de Dostoievski en sus manos. Saludó torpemente y entró a la sala de interrogatorios. Marvin le preguntó por su relación con la víctima. Joaquín dijo ser simplemente un compañero de trabajo de la facultad, donde ejercía como docente. Dijo que hablaba, de vez en cuando, en los descansos con ella. Pero que sus conversaciones eran en su mayoría sobre política y literatura. También confirmó que efectivamente le vendía libros a la víctima, que importaba de otros países por internet.

—       ¿Dónde se encontraba la noche del homicidio?

—       Leyendo

—       ¿Qué cosa?

—       Dostoievski

—       ¿tiene alguien que lo confirme?

—       No

—       ¿tiene algún sentimiento hacia la víctima?

—       No

—       Describa su relación con la víctima

—       Compañeros

—       ¿Conoce a alguien que odiara a la víctima?

—       No

—       ¿Cuándo fue la última vez que vio a la víctima?

—       Dos semanas

—       ¿Le dijo algo sospechoso en aquel entonces?

—       No

Marvin se estaba desesperando con aquel diálogo de monosílabos. Joaquín era un hombre de pocas palabras y no parecía que el temor o la intimidación funcionará. Su cuartada era la más floja, pero se dio cuenta que no extraería más información de aquel sujeto, así que terminó con el interrogatorio.

Por ahora dejó ir a los tres sospechosos. Tendría que recolectar más pruebas si quería tener las bases suficientes para ordenar la captura de alguno. A Marvin no sé le ocurría por dónde empezar. Se encontraba inmerso en un desierto, con pocas pistas y un sol que, cada segundo, le irritaba con más fuerza. Decidió mandar a su ayudante a que se dirigiera a la universidad y entrevistará a los demás profesores, pero sospechaba que no encontraría mucha información. Luego de pensar un rato decidió a ir a un bar del centro, en la noche, donde solía ir la victima los fines de semana. Cuando llegó y abrió la puerta, lo primero que entró por sus oídos fue una canción de jazz. Al fondo, una mujer, en un crescendo estallaba y su voz evocaba una tarde de lluvia en octubre. Reconoció en aquella voz melancólica a Ella Fitzgerald. El detective suspiró. Entrevistó primero al barman, un tipo simpático que hablaba sobre ovnis y conspiraciones, incluso en relación con el asesinato. Y luego entrevistó algunos parroquianos que no supieron darle ninguna información.

—      ­­­­­­­­­­Usted camina por este chiquero como un náufrago en una isla­— le gritó un hombre al fondo, recostado, con una botella de ron.

—       No entiendo- dijo Marvin, mirando molesto

—       Buscando algo de comida, pero no encontrara…Ya se la llevaron los buitres.

—       No tengo tiempo para borrachos.

—     Ah… ¿Y si le digo que había un hombre? Que miraba a Selene cada vez que venía, atentamente, desde las sombras

Marvin se quedó sin palabras. Le había tomado por sorpresa. Decidió escuchar, pero recibir la información con cautela.

—         ¿Ah sí? ¿cómo es eso?

—      ­Aquí se paraba. El hombre con el prendedor de libélula. La miraba desde las sombras, atentamente, escondido detrás de un libro.

—        ¿Quién?

—       No lo sé. Un tipo de pocas palabras. Siempre atento— dijo riéndose—, muy atento, se ve que le gustaba ese culazoo. Era un cazador de culos seguro.

El detective se acercó al sujeto, chocó sus manos contra la mesa, y mirándole fijamente a los ojos le dijo:

—        No tengo tiempo para las tonterías de un borracho. Si tiene información dígalo ahora. O sino me veré obligado a incluirlo en mi lista de sospechosos.

—        Usted no me intimida señor detective­— dijo el borracho— usted no es más que polvo. Polvo que camina y simula ser hombre. Pero solo polvo.

—       Me voy-—Dijo Marvin molesto.

—       Solo le daré una pista- dijo el borracho coqueto- ya que insiste. El hombre siempre llevaba un libro en la mano, de mi colega, otro gran ebrio, pero genio a su vez, de San Petesburgo.

—       Un ruso…

Marvin reflexionó un breve momento, pero no le costó mucho hacer la asociación. ¡Dostoievski! ¡Joaquín! Sí. Aquel mentiroso. No tenía la menor duda. Era él: el hombre de la libélula. Pero sabía que una referencia literaria no era suficiente para establecer una acusación sólida. Necesitaba más pistas. Su siguiente paso debía ser una jugada arriesgada. Como cuando pones la reina, como carne de cañón, en el ajedrez. Decidió entrar en la casa de Joaquín, conseguir una orden para poder entrar era un tramite engorroso, así que decidió esperar pacientemente a que se diera la oportunidad. Se dirigió a la residencia del sospechoso, que habitaba en un edificio oculto en una esquina del centro de la ciudad. Decidió que pasaría algunas tardes esperando a que el sospechoso desocupará la vivienda para poder entrar. Así pasó mucho tiempo entre café y algunos roscones dulces que eran sus favoritos. Pero el sospechoso no se atrevía a salir. ¿Qué era? ¿alguna suerte de ermitaño?

Luego de algunas semanas llegó al fin el momento que estaba esperando. Joaquín salió apresuradamente del edificio, alcanzó a percibir un gesto de preocupación en su rostro. Marvin salió de su vehículo y entró. Ya hace unos días se había gestionado una cuartada con una de las vecinas de Joaquín, quien le dio entrada y le permitió pasar del portero. Llegó a la puerta y la abrió, tantos años de perseguir asesinos y ladrones le había permitido aprender algunas de sus técnicas. El apartamento empezaba con un largo pasillo, decidió no prender las luces para no despertar sospechas y se defendió con la linterna de su celular. Luego había una sala sencilla, con una habitación. En la sala había un cuadro que emulaba el tríptico del jardín de las delicias de El Bosco y un solo mueble que, solitario y desgastado, daba una sensación de desasosiego. Entró a la habitación y abrió los ojos de par en par. Marvin se llevó una gran sorpresa.

La alcoba estaba llena de fotografías de Selena: Selena leyendo en el parque, Selena caminando, Selena cocinando, Selena sonríe mirando el mar, Selena tomándo un coctel de camarones, Selena haciendo una mueca de desafío, Selena dictando clase en la universidad, Selena en traje de baño, Selena mirando las estrellas recostada en una colina, y otras más. Marvin dudaba que él hubiera tomado las fotos, probablemente las había bajado de su Instagram o su Facebook. Pero lo más perturbador que encontró fue un cuadro, de una mujer parecida a Selena, sin ojos, tan sólo sus cuencas profundas y oscuras, como el abismo. Ya no tenía la menor duda: era la prueba final que necesitaba. Tomó algunas fotos y registros y salió apresuradamente. Tenía todo el material necesario para gestionar una orden de captura. Aquel hombre debía pagar caro su osadía y su obsesión, para el detective aquellos locos bien merecían estar encerrados en frías celdas acompañados tan solo por las ratas y los grillos.

Salió de la habitación y se dirigió a la inspección, no le fue difícil conseguir una orden de captura. Se dirigió de nuevo a la casa de Joaquín con algunos hombres, llegaron justo en ese momento que el sospechoso retornaba a su hogar. Al ver al detective supo inmediatamente que había sido descubierto su pequeño secreto. Aterrado, decidió correr y se metió a un estrecho callejón. El detective levantó su arma e inmediatamente lo persiguió. Le tocó esquivar canecas, costales de basura y tuberías. Joaquín logró subirse a una reja. El detective le apuntó con su arma y le ordenó detenerse, pero el sospechoso logró subir al otro lado. Maldijo e hizo lo mismo, se montó a la reja. La persecución siguió a través de pequeños callejones que parecían no terminarse nunca. Justo cuando creía que no aguantaría más llegaron a una pared sin salida. Joaquín había sido acorralado. Viendo que no tenía posibilidad levantó las manos y Marvin le apuntó con su arma. “Me entrego, pero han de saber que soy inocente. Solo estaba enamorado, jamás le hubiera tocado un pelo…” “Eso ya lo decidiremos nosotros” Le respondió Marvin.

Joaquín fue transportado a la comisaría donde fue encerrado. El detective Marvin procedió a hacer algunos informes y detalles adicionales antes de interrogarlo de nuevo. Luego de un rato preparó una taza de café bien negro, como le gustaba y abrió la puerta de la habitación de interrogatorios

—     Quiero preguntarle: ¿Por qué no fue sincero conmigo la anterior vez?

—     No sé de qué me habla

—     O sí que lo sabe: las fotografías en su habitación, los ojos cortados, una obsesión enferma, todo le delata Joaquín, no puede ocultar lo evidente- dijo el detective tomando un sorbo de café

—     Hasta donde sé, entrar en un apartamento sin orden es una violación a la propiedad privada

—     No está en condiciones de reclamar. Responda la pregunta. ¿Por qué no fue sincero?

—     Por qué me avergüenza, me atormenta, me duele…- dijo efusivo- ¿es lo que quiere saber verdad?

—     Estaba muy enamorado de Selena, ¿verdad?

—     Sí. Yo la amaba. En verdad. No como el idiota de Alexander…su muerte me conmovió terriblemente. Llevo días sin salir. Encerrado en la habitación. Intentando capturar algo de su recuerdo en algunas líneas.

—     ¿Sentía celos o envidia?

—     Sí, pero no de ella, de él. Él no la merecía. Era una mujer única. Movía sus brazos y era como ver un par de alas. Sus palabras quedaban como ecos en la piel. Yo sólo podía mirarla y escucharla obnubilado cuando la veía en la universidad. Era como estar frente a una presencia sagrada.

—     Claramente lo veo, montó usted un templo en su casa en su honor. Además le cortó sus ojos…

—     Ah eso…Sí. Corté los ojos del cuadro. ¿Yo mismo lo pinté sabe? Un día que ella estaba en mi casa. Los recorté luego de su muerte. Duermo con ellos todos los días. Me gusta pensar que me mira donde quiera que esté. Que aún puede parpadear cuando le hablo sobre Dostoievski o Kafka y mover sus ojos con esa coquetería tan propia, tan efusiva, tan tonta…

Al decir esto Joaquín no aguantó, se puso las manos en la cara y rompió a llorar. Toda la máscara de fuerza que hasta ese momento había mostrado ante el detective se derrumbó.

—     Bien, ya hablaremos luego Joaquín— Dijo el detective parándose. Ya había escuchado todo lo que necesitaba.



Marvin salió de la sala de interrogatorios. Estaba cansado. Sentía que sus hombros se iban hacía el piso. No pudo menos que sentir lástima por aquel hombre enamorado, pero a su vez, si era culpable, debía pagar por su obsesión malsana. Sin embargo, ¿Por qué había algo que en el fondo no le cuadraba? ¿Por qué sentía que había olvidado algo importante? Se dirigió a su casa caminando, tenía la cabeza invadida de nubes negras. No más entrar, lo recibió Stim, su fiel canino, un Huskee juguetón. Lo acarició, le dio comida, se quitó la chaqueta y se fue directo a su cama. Miraba el techo pensativo. A pesar del cansancio le costó conciliar el sueño, pero luego de un rato los parpados se fueron cerrando lentamente. Afuera, en las calles cercanas, un farol, luego de un breve parpadeo, se extinguía en silencio.

Se vio así mismo de repente en una suerte de paramo habitado por frailejones, cocuyos y libélulas. Era de noche y lo único que se escuchaba era la serenata de los grillos y el paso cansado del viento. El suelo estaba húmedo y pantanoso. Se desplazó a través de la hierba y se acercó a un pequeño estanque. Recogió un poco de agua con sus manos y se la echo sobre el rostro, pensando quizás que efectivamente se encontraba en un sueño y deseaba despertar, pero no funcionó. Se paró y miró a los alrededores buscando entender. Las estrellas seguían en su mismo sitio. Intentó buscar lo diferente, lo que no encajaba, pero justo en ese momento la respuesta llegó sola. Al estanque llegaban una multitud de libélulas que, poco a poco, iniciaron una danza que, pensó Marvin, era la misma de los rituales de apareamiento. Eran demasiadas libélulas y, pasados unos minutos, era difícil caminar o movilizarse.

Pero lo que más llamó la atención al detective fue una libélula que tenía cinco veces el tamaño de una libélula normal. Estaba en todo el centro y las demás libélulas evitaban tocarla y parecían rendirle una suerte de respeto sagrado. No pudo evitar sentirse atraído por su presencia. El mismo Marvin parecía tentado a dejarse llevar y unirse al baile. Así pensaba hacer, cuando de repente sopló una brisa muy fuerte y de repente un pájaro, de enormes proporciones, se asentó muy cerca. Era un pájaro negro, tan negro como la cúpula del cielo. El pájaro se acercó lentamente y luego en un ágil vuelo logro acercarse a la gran libélula y meterla en sus fauces. Un grito terrible se escuchó en el cielo. Un grito que parecía no provenir de este mundo. Las demás libélulas se dispersaron. Una sombra se extendió sobre el páramo. El detective no pudo moverse y se entregó a aquel abismo insondable.

Se despertó sudando. Y entonces comprendió. Se lavó los dientes rápidamente, el sol apenas estaba saliendo entre las montañas. Se puso el abrigo y salió disparado hacia la calle. El destino: la escena del crimen. Al llegar entró a la biblioteca, los objetos claves habían sido desalojados, pero los libros continuaban allí esperando un lector que tal vez nunca llegaría. Marvín estudió de nuevo los títulos, sabía que no podía haberlo olvidado, aquel título que había evocado su sueño. Allí estaba, con la misma página, un libro con una caratula con un pájaro oscuro y terrible. No era un cuervo. Era un pájaro aún más aterrador. Leyó el título: el obsceno pájaro de la noche, del escritor José Donoso. No lo conocía. La contraportada hablaba de un escritor chileno. Decidió abrir sus páginas. En la primera página había un pájaro comiéndose a una libélula. Y tenía una nota:

“A mí también,

Como en este libro,

Me habitan los monstruos,

Se agitan por las noches,

Y caminan los senderos de mi mente,

Buscando una grieta,

Buscando una pizca de sentido,

En esta existencia tan agobiante,

Cuando tú no estás para abrazarme

Para recordarme aquella dulzura

Inherente al olvido                                                                                                                                                             

Att. Ana J.

PSD: Tú eres la libélula, déjame danzar contigo, en la noche, una vez más”



¿Ana? ¿A.? ¿J.? Ahora todo tenía sentido. Salió corriendo de aquel lugar. Tenía a su asesino y debía capturarlo antes de que fuera demasiado tarde. Hizo una llamada a la estación pidiendo algunos refuerzos y tomó un taxi que lo llevará rápido. Mientras el vehículo se movía, a través de una ciudad invadida de trancones y méndigos, trató de entender cómo ella lo había engañado y más aún, se asustó, porque entendió que, por primera vez en mucho tiempo no logró leer el rostro de una persona. Así llegó a esa extraña esquina de la ciudad, cerca a un parque y un cementerio. Se bajo del taxi y se acercó al edificio de apartamentos. El portero le dijo que ella no estaba. Mostró su identificación como policía y le fue otorgado el acceso inmediato. Subió a toda prisa las escaleras, con miedo de que aquel pájaro, escapase por las ventanas.

Tocó la puerta. No encontrando respuesta decidió usar la fuerza para abrirla. Un par de golpes fuertes y la puerta cedió. Entró a una casa muy organizada, en un orden inquietante. Buscó en la habitación central. Se sorprendió con lo que encontró allí. Había rascacielos de libros allí y sobre la pared un poster gigante de Pink Floyd. No entendía. Aquella chica cuando la conoció se había mostrado como alguien artificial, vacío y de una vida carente de reflexiones profundas. Pero ahora se le revelaba otra mujer muy diferente, con un pensamiento complejo. Lo peor era constatar que, efectivamente, ella no se encontraba en el apartamento. ¿Dónde podía estar? Le pareció recordar que tenía un perro, tal vez estuviera cerca paseándolo. Decidió salir del edificio y probar suerte por si la encontraba en los alrededores.

Y la vio allí, parada en el parque, con su perro, mirando como perdida el horizonte. Los ojos abiertos de par en par, como si tuviera una revelación. Vestía diferente: tenía un vestido negro, en su mano derecha aquel mismo libro de Dostoievski, en la izquierda el lazo del perro. Marvin se acercó despacio y  sujetó con su mano izquierda la pistola.

—       ­Bueno, supongo que el juego ha terminado— dijo Jimena

—      Ha jugado usted muy bien su papel— dijo el detective— sería capaz de engañar al mismísimo diablo.

—       Sí, pero me ha encontrado. Y eso me sorprende. Creí no haber dejado ningún cabo suelto.

—       Sus pasiones, la literatura la traicionó. A veces dejamos un par de palabras que olvidamos con el tiempo…

—       Sí. Puede ser. Yo la amaba, ¿sabe?

—       ¿Por qué la mató entonces?

—       Era necesario- dijo la chica mirándole fijamente- ¿Qué sigue ahora?

—       Será usted detenida y un juzgado determinará su condena.

—       Está bien

—       ¿cómo puede estar tan tranquila?

—      Esta no fue una decisión precipitada detective, conocía los riesgos. Hay muertes necesarias que traen aires de liberación. Su caída fue el precio que pague, antes de que mi mente cayera en la locura. Su presencia en esta realidad, que usted y yo habitamos detective, era inaceptable, como un color rojizo que no combina con el resto del lienzo.

El detective no le respondió. Simplemente la apresó y la condujo a su carro. En ese momento llegaron los refuerzos. Pero la mujer no opuso ninguna resistencia y fue conducida al vehículo. Marvin se preguntó por la brevedad de la vida, por aquella fuerza que motiva a apretar el gatillo y condenarse. De alguna manera sentía empatía por la asesina, y saberlo, era algo que le atormentaba. Abrió sus manos, intentó rastrear en aquellas líneas algo de ese instinto que le conformaba. Cerró los ojos y por un momento entendió que tal vez él, al igual que Jimena, no danzaba en los estanques, era del pueblo de los pájaros.