Despedida de la Maga

Despedida de la Maga

Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


viernes, 30 de agosto de 2013

El Caniluz del cielo



Llegue a las 10:27 al parque Lleras. La noche era cálida y el viento parecía transportar en una maleta rastros de música tropical y aire de las montañas. Había varias personas en el parque para ser tan temprano, parecía que no éramos los únicos que teníamos motivos para celebrar. ¿Qué celebrábamos? Siempre se podía encontrar alguna excusa, Migue y Ricardo se encontraban hace rato en el lugar. El viejo Migue me miro con cara de fingido enojo señalando su reloj. Los rock-star como yo siempre se hacen esperar, dije. Migue lanzo un chiflido. Ricardo solo sonrió, el era el mas callado de todos. Me encontraba bastante animado, tenía algo de dinero que había ahorrado en la semana y quería aprovecharlo. Todos queríamos bailar, tomarnos unas polas y encontrar alguna chica que quisiera compartir su cuerpo y la almohada. Era la noche perfecta para ligar. Migue se encontraba muy contento por que su equipo el Atlético Nacional había ganado el último partido. Hablaba emocionado del golazo de tiro libre en el último minuto. Yo, que era hincha del Medellín, le alegue que aquel partido estaba comprado. Le dije que el nacional solo ganaba a punto de fraude y soborno a los árbitros. Miguel se indigno y se dispuso a iniciar una retahíla en su defensa. Pero fue interrumpido por Ricardo, ¡Muchachos miren!

Todos nos mudos sin saber que decir ante aquel espectáculo. Una pelinegra de trasero luminoso paso cerca a nosotros. Era redondo, bien formado y con cierto brillo particular. Aquella mujer parecía una combinación entre Sasha Gray y Natalie Portman, y nosotros tres leones que ven una cebra solitaria en medio de la calurosa estepa africana.  Decidimos seguirla lo más disimuladamente posible y en silencio. Aquella mujer solo podía dirigirse a aquel lugar donde se encontraban todas las ninfas aladas, embriagándose con néctar celestial. Irónicamente, tal vez por una paradoja de esas de la vida, no me equivoque del todo. La mujer entro a una suerte de local llamado “The Heaven”. Parecía ser bastante grande y exclusivo. Era todo de color blanco, sostenido por unas enormes columnas blancas. De adentro salía una música electrónica pegajosa y alegre, que invitaba a cualquiera a contonear sus caderas. Para acceder a él se necesitaba subir unas escaleras y traspasar una puerta blanca y alta que era vigilada por dos gigantes caniluces. A pesar de que intentara recordar, no tenía en mi memoria indicios de haber visto aquel lugar en alguna otra ocasión. Debía ser una discoteca nueva. La mujer llego, hablo con los caniluces quienes parecieron leer su nombre en una lista y la dejaron pasar.

Lamentamos que aquel lugar fuera de entrada VIP. Nos quedamos un rato discutiendo que podíamos hacer. Pronto vimos que más mujeres atractivas entraban en el lugar sin ningún problema. Los dos caniluces con sus abrigos blancos y sus bolillos parecían dos ángeles con espadas que vetaban la entrada a aquel paraíso de nubes y traseros de luz. Migue entonces dijo que tenia una idea y que se había preparado precisamente para esta ocasión. Dijo que solo le siguiéramos la corriente y ya. Así que decidimos improvisar un plan. Migue se fumo su ultimo cigarro, luego se coloco sus Ray-ban negras e intento entrar. Un caniluz se le atravesó en el camino automáticamente. Migue lo miro con desprecio. El caniluz lo miro con tono de sospecha. “Disculpe queremos entrar” dijo Migue con un tono de voz pedante. “¿Nombre?” “¿Cómo nombre? ¡Acaso no sabe quien soy!, ¡Es indignante!” dijo fingiendo indignación “¿Nombre?” Repitió el gorila de abrigo blanco. “¡No tengo por que decirlo! ¡Es usted un atarban! ¡Déjeme entrar o le diré a mi padre!. El caniluz permanecía impávido y estoico. “O me dice su nombre o le pediré que se retire” “¿sabe quien es mi padre? ¡El senador Domínguez! ¿Verdad amigos? Ricardo y yo asentimos. “El mismo, si señor. Ahora déjeme pasar”. El caniluz le escupió en la cara. La saliva se rego por todo el lente negro. “Largo de aquí, niñato hijo de papi, no todos pueden entrar al cielo”. Migue no dijo nada. Solo se retiro en silencio, lo seguimos. Cuando ya estábamos lejos, utilizo todos los posibles calificativos peyorativos, “Caniluz pirobo hijo de puta” “Caniluz de mierda” “Caniluz gonorrea”. Luego de un momento de desahogo, la retahíla se volvió bastante repetitiva.

Para Migue se volvió una cuestión de honor. El quería entrar a toda costa. Se me ocurrió entonces una idea. Debiamos crear una distracción de los caniluces y entrar cuando no miraran. En realidad la primera parte del plan nos resulto bastante fácil. Buscamos al primer mendigo drogado que se nos cruzo por la calle y le prometimos que le daríamos algo de dinero si insultaba y le armaba alguna bronca a los patovicas. Este acepto con gusto. Se acerco entonces a los caniluces y empezó a pedirles dinero. Los caniluces ni lo voltearon a ver. El gamin furioso se alejo un poco y empezó a lanzarles botellas de plastico y pequeñas piedras. Salimos entonces listos para entrar apenas desocuparan la entrada. Uno de ellos sin cambiar su semblante, cogió una de las pequeñas rocas y se la lanzo con fuerza al gamin con excelente puntería. El mendigo cayó como un bolo que acaba de ser derribado en una bolera. Nos miramos sin creer lo que veíamos. Le dio tan duro que el mendigo cayó al suelo entre lamentos y maldiciones. “Fuera de aquí, desecho humano” fue lo único que escuchamos de la boca del caniluz

Luego llegaros dos rubias preciosas y entraron en el local. Migue entonces desespero y grito: “Se acabo”, “O entro o no me llamo” Entonces se fue con fuerza contra los caniluces. Ricardo y yo intentamos detenerlo pero era demasiado tarde. Estos lo agarraron y empezaron a pegarle en el abdomen. Pero lo peor vino después. Uno de ellos le estampo un puñetazo en la cara. El golpe fue contundente y sonó durísimo, como un cristal que se rompe. La sangre empezó a caer por el labio inferior de Migue y mancho el hasta ahora impecable y casto abrigo de los caniluces. Luego lo empujaron y si Ricardo y yo no hubiéramos estado ahí, hubiera rodado por las escaleras. Lo recibimos e intentamos ayudarlo. Al principio le costo recuperarse, se encontraba completamente desubicado. Pero al momento logro incorporarse y tomar consciencia de donde estaba. Le preguntamos si estaba bien. Hizo un gesto con su mano de desprecio. No dijo nada y se fue furioso. Intentamos seguirlo pero iba muy rápido. Alzo la mano, pidió un taxi y se fue sin mediar palabra. Supuse entonces que el golpe en su ego había sido demasiado para poder soportarle. Aquel golpe más que quebrar su cara, había derrumbado uno de sus pilares de mármol,  su potencia de macho líder del grupo. Sus alas de papel no eran suficientes para entrar al cielo.

Podríamos habernos retirado en ese momento. Pero la curiosidad de saber que se encontraba tras aquellas puertas blancas nos pudo mucho más. Ambos nos miramos en silencio, sin saber cómo actuar. Propuse algunos planes locos, disfrazarnos de chicas, sobornar a los caniluces, pedirle a alguien de los que entraba que intercediera por nosotros, de todo. Pero Ricardo solo hacía gestos negativos con su cabeza. Todos los planes parecían llevar al fracaso y al final resultaban bastante inviables. Entonces Ricardo pareció caer en cuenta de algo y se dirigió hacia los caniluces. En un primer momento intente detenerle porque pensé que intentaría golpearse también con ellos. Pero el volvió su rostro calmado y me dijo: “Sólo sígueme”. Lo segui sin muchas esperanzas. Se paro en frente de los caniluces y los miro desafiante directamente a los ojos. Estos no se inmutaron. Parecian dos enormes gárgolas dispuestas a actuar al menor parpadeo. Tuve miedo. Vi un certero golpe en su rostro silencioso, uno que inevitablemente le haría hablar. “¿Nombres?- gruño el caniluz. “Somos Ricardo Jimenez y él es Santiago Galeano”. El caniluz tomo un bolígrafo y los anoto en su hoja. “¿tienen documentos que lo certifican?”. Sacamos nuestras cédulas y se las mostramos. “Suficiente. Bienvenidos al cielo”. Ambos se corrieron y nos dejaron pasar. Yo no lo podía creer.  Todo había sido tan fácil, tan irreal. Entonces lo entendí, toda la clave estaba allí en los nombres. El nombre era la llave y la máscara, que nos vestía de ángeles y al mismo tiempo escondía nuestras colas de diablos por detrás.

Entramos felices y sin poder creerlo. Pensé en llamar a Migue. Pero me di cuenta que el ya había tomado una decisión. Para mi sorpresa el lugar era chico. Ya no sonaba la música electrónica pegajosa. En cambio sonaba un terrible cover de “lucy in the sky with diamonds” de los Beatles. No había tantas personas como pensé. Las tres mujeres atractivas que nos habían llevado a entrar al lugar estaban sentadas juntas tomando un Martini y una cuba libre. Hablaban animadamente. Decidimos sentarnos cerca e intentar disimular un poco. Estudiar un poco el terreno. Se nos acerco el barman y nos dio la carta. Todo estaba costosísimo, a un precio nebuloso e inaccesible. Era un robo descarado. Era triste saber que tanto en el cielo como en la tierra seguíamos siendo esclavos del capital. Me dieron ganas de pedir un vaso de agua. Pero al final pedimos una pequeña cerveza para los dos. Escuchamos a las chicas conversar. Al final nos dimos cuenta que dos de las chicas eran lesbianas y novias y que estaban celebrando el cumpleaños de una de ellas. No duraron mucho en el lugar. Llego un chico alto y flaco de sombrero negro que parecía ser el novio de la otra y las saco de allí. Todo en ese lugar apestaba. Pagamos la cuenta, salimos y terminamos la noche en un bar de la esquina hablando sobre ángeles que no son ángeles y sueños de caniluz.

sábado, 17 de agosto de 2013

El colectivo 132


RUTA: 132 (Púan, Facultad de Filosofía y Letras- Once)

Hora: Viernes 26 de julio, 11:00 pm

Tres pasajeros se montan al colectivo. Uno de ellos dice que quiere pagar 1.50. El conductor  refunfuña. Luego le pregunta a dónde quiere ir. “A Acoyte”. En la pantalla aparece “1.60”. El joven mira con desprecio al conductor, paga  y se sienta en una de las sillas traseras. El segundo es un joven muy abrigado, de gafas. Dice “1.60” y luego se sienta en una de las sillas del centro. A su lado una mujer charla con whats app con su novio. El parasito móvil se alimenta de clicks y caritas sonrientes. La mujer autómata busca en la pantalla un poco de afecto, un beso o una caricia, aquel mensaje de redención que la saque de su rutinario acontecer. Dos mujeres leen en silencio. Una lee “Tokyo Blues” de Murakami y la segunda el “Burlador de Sevilla” de Tirso de Molina. El contraste entre ambos textos no deja de ser muy curioso. No se puede enfrentar un cazador de pájaros con un dragón.

El colectivo va despacio a pesar de que la avenida Rivadavia a esa hora solo es ocupada por fantasmas, mendigos y borrachos. La ausencia de personas hace más visible la cantidad de basura acumulada en las calles. De una pequeña montaña de desperdicios, un pequeño volante amarillo es transportado por el viento. En sus letras predica: “no tires tu basura en las calles”. Ningún psicoanalista podrá curar el conflicto existencial del pequeño y tímido papel amarillo. El colectivo hace una parada. El primero que se monta es un senegalés. Parece que ha concluido su negocio por hoy. La segunda es una mujer de cabello negro, bufanda roja y ojos tristes que se sienta en la silla contraria a la del hombre de gafas. Este no puede evitar observarla. Aunque curiosamente nadie más se fija en ella. Solo él ha advertido su presencia. Solo el siente una corriente eléctrica que viaja por todo su cuerpo. Solo el siente la estela de nenúfares y templos profanados que deja en cada paso.

El hombre de gafas intenta concentrarse y olvidarse de la mujer. Saca su agenda y empieza a escribir. La mujer que habla por what’s up gruñe como si le hubieran dicho algo molesto. La mujer que lee “Tokyo Blues” estornuda. Se lamenta por perder la concentración, pero pronto vuelve a los laberintos alados de Murakami y se pierde en su interior. El senegalés empieza a silbar. Un cuarto de los pasajeros esta recostado sobre las ventanas. Algunos sueñan con los paisajes barriales de su infancia. Otros sueñan con ver a su equipo nuevamente campeón. Pero solo unos pocos sueñan con un rostro perdido o una mirada de una persona, que se escapa al recuerdo y que ya partió. Tercera parada. La mujer del What’s up se baja bastante molesta del colectivo. Parece que el romance  se ha roto entre globos de texto y promesas de no sufrir. En su puesto se sienta un peruano obeso, que empieza a toser fuertemente. Intenta disimularlo toscamente con su mano. Pero es imposible no escucharle en aquel silencio gris.

El hombre de gafas suspira. Lamenta aquella normalidad que no es conveniente para lo que se propone escribir.  Un “¡Qué normal!” se le escapa de su boca y lanza un resoplido. Tiene una sorpresa al constatar que la mujer de bufanda roja le está observando. No puede evitar sonrojarse cuando se entrecruzan las miradas. Intenta evadirla, pero es demasiado fuerte. Ella tampoco puede evitar sentirse atraída. Lo ha observado todo el tiempo intentando disimularlo. Le atrae su aire inteligente y torpe a la vez. Se ríe por dentro cuando el chico evita su mirada. Ella hace tiempo que es consciente de su poder. El intenta mirarla de nuevo, esperando que ella ya no tenga sus ojos sobre él. Pero es vana su ilusión. Sus miradas se cruzan y ya no pueden separarse de nuevo. Un código secreto formado por parpadeos y silencios toma posición en el aire del ciento treinta y dos. El mensaje es claro: “No sé quién seas, pero te percibo”. Un parpadeo más. “Te percibo y…me gusta”.

La mujer que lee al “burlador de Sevilla” ha guardado el libro y se muerde los labios pensando en su propio don Juan. El peruano enfermo vuelve a toser una vez más y dice algo inentendible. Los demás lo miran molesto, como si violara una regla implícita de no hablar. Unos pocos de los dormilones se han despertado. El senegalés logra sentarse en una se las sillas y empieza a chocar las palmas de sus manos con sus rodillas, entonando alguna melodía arcaica y perdida. El colectivo 132 da un nuevo giro por la zona de moteles baratos. Se empieza a acercar lentamente a Once. El característico olor a pochoclo viejo empieza a entrar por las ventanas. Afuera un mendigo busca entre bolsas, algo de alimento o al menos una historia que le caliente la noche y el adormecer. La mujer de la bufanda roja sabe que pronto será momento de bajar. Tiene algo importante que hacer aquella noche. Le hubiera gustado conocer más al chico, pero otros asuntos ameritan más urgencia en su proceder. El hombre de gafas la mira sin saber cómo actuar. No desea que se vaya. Pero tampoco sabe cómo puede detenerla. Cuando al fin se le ocurre una idea, ella ya está lejos parada junto a la puerta a punto de desaparecer.


Se abrió la puerta en Once. Ella se bajo del colectivo. No pude evitar quedarme pensativo en mi silla mirándola embelesado, como un poeta a su musa. Aquella que inspira sus ensueños y escritos en las veladas nocturnas, cuando el reloj no se quiere ir a dormir. Abrí y cerré los ojos. Ella ha desaparecido. ¿A dónde habrá ido? Supongo que es una pregunta tonta y vana. Ella se ha vuelto imperceptible y tal vez ahora baile desnuda con el viento, lejos, en cualquier parque de Capital o en un monoambiente olvidado del Abasto o de Palermo. Observe detenidamente a mi alrededor. La estela de nenúfares continúa allí. 

domingo, 4 de agosto de 2013

DIARIO DE UN CAZADOR URBANO

DIA:  Martes 17 de abril de 2013
Hora: 5:00 p.m.
LUGAR: Alrededores del cruce entre Pueyrredon con Corrientes, Buenos Aires



Un hombre calvo discute en francés por su teléfono. ¿Con quién hablará? ¿Con alguna amante perdida al otro lado del océano? ¿o  con algún jefe despótico de bigote, boina y calva blanca?. Hay que reconocer, no obstante, que en francés la discusión toma cierto estilo, cierto olor a baguette recién horneado. Su pronunciación juguetona y coqueta me evoca la imagen de un chiste viejo. No puede ser en serio.

Dos palomas huyen de un carro que pasa a toda velocidad. Las palomas deberían montar un sindicato que defendiera sus derecho al libre vuelo y recorrido por las calles en busca de comida.

Un judío barbado de sombrero y gafas camina por la calle con afán. Lleva en su mano derecha una maleta. Es imposible que no resalte en medio de las demás personas. Me pregunto cómo hará una mujer para besarle y no perderse en sus barbas. En su maleta quizás lleve un estudio sobre la Cábala, ese que le permite contar las letras de las publicidades de Mcdonalds Kosher y encontrar a Dios en ellas (o al diablo en la carne no bendecida de Burguer King)

Veo varios restos de basura, papeles viejos, dos vinilos casi nuevos y un colchón. ¿Qué canciones hay en estos discos? ¿Quizás algún hit de los 70s? ¿Alguna recopilación de tangos? ¿o sólo alguna vieja canción de desamor? No puedo evitar que me dé un escalofrío. Espero que mis escritos no entren de esta forma en las puertas del olvido.

Una rubia con un culo gigante va caminando al lado de un enano que además es calvo y bizco. La rubia para en un puesto de un negro senegales y le pide al calvo que le compre un reloj. El hombre accede inmediatamente. A esta escena solo le falta un burro que copula con un colibrí

Una anciana pasea dos caniches vestidos, uno de rosa y otro violeta. Últimamente los caniches han dejado una huella extraña en mis escritos. Tal vez en el fondo yo me estoy volviendo igual que el paranoico. Pero esto…esto…es el colmo. Es una cachetada de lo real. Seguro vendrán en la noche y me meterán su sonda en el culo

Un hombre pisa un popo de perro. No se da cuenta. Buenos Aires es un campo minado. No hay trinchera en donde meterse.

Un sujeto de abrigo rojo le grita “Dale pelotudo” a un 132 que casi le atropella. Le grita como si pudiera cambiar algo. Como si el colectivo se fuera a devolver a replicarle o decirle “disculpe señor todo ha sido un accidente”

Una niña con un muñeco de snoopy. ¡Yo tenía uno cuando era chico! Noches de cuentos y ángeles. Días de helados y galletas. El mundo era bastante pequeño en aquel entonces…

En una vitrina un enorme jarrón chino. Pobre el niño que con su balón llegue a quebrarlo. Su madre lo despellejara vivo.

Un hombre tiene una pancarta donde se ofrece a arreglar celulares. El mismo grita un coro donde ofrece sus servicios. ¿Arreglar celulares? ¿Para qué? Ya es mucho tener que cargar con un parasito móvil de esos.  No sería más útil alguien que arregle corazones rotos y sueños destrozados.

Tres mujeres de rasgos aindiados, probablemente peruanas o bolivianas, discuten sobre ropa al frente de un puesto. Me sorprende aun como algunas personas puedes convertir cualquier banalidad en un problema filosófico de alto calibre. “¿Le quedara esta abrigo bien a Pedrito?” Pero, ¿Quién define que le queda bien a quién? Para estas mujeres es como si el problema del ser estuviera escondido en ese pequeño abrigo con rayas amarillas.

Tres mujeres colombianas se toman una foto frente a corrientes. Me pregunto que pasara con esa fotografía. La subirán un día a face. La mostraran como el recuerdo de que estuvieron en Buenos Aires y luego en el futuro la olvidaran. Como todo. Antes las fotografías servían para conservar recuerdos. Hoy el Facebook e Instagram han convertido las fotografías en un exceso barroco y prolijo que cansa. Las fotografías se pierden en un link vacío anotado en una libreta de papel.

Una mujer que fuma un cigarro carga con un montón de cajas vacías. ¿Para que puede desear tantas cajas? No tiene pinta de recicladora. Quizás vaya a construir un muro de cartón para protegerse del exterior, un muro que corte el ruido y el humo. Que le permita construir su mundo en miniatura bajo las cajas. Ese pequeño mundo lleno de colores, espadas y dragones. Que un niño con un peluche de snoopy soñó alguna vez.

Un hombre va por la calle con una libreta escribiendo lo que observa, tiene gafas y un abrigo café. El otro Daniel viene de frente anotando lo que encuentra a su paso. Se sorprende tanto como yo al encontrarme. No hay palabras que puedan comunicar nuestra desolación. Solo el silencio.

jueves, 1 de agosto de 2013