Mi abuelo es el páramo y mi abuela la fría brisa que sale de los
entresijos de la montaña. Me han bendecido con su aliento fecundo mientras me
bañaba en un riachuelo en Santa Elena. Me han acariciado y cantado una nana
mientras me dormía en la copa de un pino ciprés.
Quiero pensar por un instante que es
posible esbozar un rostro con las piedras cercanas. Que es posible pensar en un
lienzo que, mirado desde la bóveda celeste, sea digno de un museo de criaturas
astrales. Allí, regocijados, con un sexto dedo apoyado en el mentón, se burlan
de los colores extintos de las metrópolis y de la insignificancia de nuestros
rezos.
Aún así la brisa sigue soplando y toca
sus pómulos.
Aún así la brisa sigue…y trae un canto
ancestral que evoca un paraíso perdido.
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