Despedida de la Maga

Despedida de la Maga

Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


lunes, 11 de agosto de 2014

El coleccionista de gafas




Puede pensar, puede mirar, puede sentir. Esteban Grisales, es muy consciente de lo que ha hecho. Consciente de aquella sangre. De esa sangre marchita que no es suya. Sangre de autómata. Los barros, la panza profusa, los lentes enormes, la camisa de bazinga, el afiche de Star Wars, le producían un profundo asco y ganas de vomitar. El ambiente entero le generaba nauseas. Había, puestas al lado del escritorio, columnas de revistas de comics y sobre una repisa unos figurines que representaban personajes de series de culto como Star Trek y Doctor Who. Había ropa sucia tirada en un rincón. Encontró unas pocas revistas pornográficas escondidas debajo de la cama. La papelera estaba llena de papel higiénico enroscado que no quise confirmar a qué clase de fluido correspondía. Esteban pateó un Yoda enorme de juguete en un rincón con signos de repulsión. Luego volvió a posar su vista sobre aquel hombre. Ahora no parecía tan ñoño. Su aspecto en cierto sentido había mejorado. Esteban se sintió por un momento un estilista, el mejor que le hubieran recomendado. Ahora que el ñoño se encontraba allí, acostado en la baldosa, rodeado por migas de papitas y doritos, con los ojos abiertos, le pareció que había vuelto de alguna forma a sus orígenes, como un bebe que vuelve tranquilamente a la placenta. Tomó sus gafas y las guardó. Sonrío

Era momento de irse. No podía pasar un segundo más en aquel lugar.  Aquel grito, esa voz tan gruesa y desafinada, seguramente habían alertado a los vecinos. La policía pronto estaría por llegar. La entrada principal no era una opción. Así que se puso unas gafas oscuras y salió por la ventana del departamento. Era de noche. El viento soplaba con furia, acusativo, quizás por lo que acababa de hacer. No le importaba. Estaba convencido de la importancia de su empresa y de la ceguera de los demás.  Se movió sujetándose a la fachada, tres ventanas a la derecha. Como la fachada del edificio daba contra una pálida medianera era muy difícil que alguien siquiera notara su presencia.

Abrió la ventana utilizando una ganzúa y entró en el departamento. Estaba vacío. Lo sabía. Él mismo había estudiado detenidamente los movimientos de aquella familia durante los últimos meses. Sabía que todos los fines de semana salían a una finca que tenían en el oriente.  No prendió ninguna de las luces. Se escondió debajo de la cama y esperó. No movió ni un músculo. Esteban esperó que se escucharan los gritos y rezos de las ancianas. Esperó que el edificio fuera rodeado por policías. Esperó a que el sitio se llenara de personas curiosas. Él mismo había preparado el escenario. Les había abierto el telón. Era tiempo de que disfrutaran la obra.

Así paso un largo rato. Cuando recogieron el cadáver y todo se había calmado, eran aproximadamente las tres de la mañana. Se paró despacio. Sacó de su chaqueta un cigarro, abrió un poco la ventana y se lo fumó. Abajo dos policías torpes hacían la guardia. Como esperando que el asesino volviera. Esteban se rió. Pequeños pitufos ciegos que no pueden ver como se mueve el gato a través de la ciudad. Inhaló un poco de humo. 

Soy un artista. Pensó. Un creador.  Eliminó lo que estorba, lo inútil. Estaba creando una sociedad sin raros. No más gente que prefiera preocuparse por el futuro del planeta Namek, o de mundos mágicos o con dragones, que del propio. Son egoístas. Son herejes. La muerte es el único olvido y el único perdón.

Tenía que escapar del lugar. Pero no era el momento adecuado, esperó dos días. Cuando consideró que era el momento oportuno salió por la puerta principal. Nadie noto su presencia. Excepto, tal vez, una anciana que barría el primer piso. Sin embargo no le presto mayor atención. De vuelta a las calles era momento de replantear sus posibilidades. ¿Qué hacer a continuación? Primero debía retomar su trabajo, volver a la oficina, entrar de nuevo a esa normalidad trémula que le generaba una sensación de somnolencia y aburrición. Trabajó los cino días de la semana. Era el empleado ejemplar. De alguna forma aquella adrenalina, aquella pulsión de muerte le alimentaba. Cargaba sus energías. Todo lo hacía mejor. En la oficina nadie sospechaba. Ni siquiera cuando desapareció el freak obeso del sector 3. Su primera víctima. Ahora sólo era carne para gallinazos que seguro debían tener una terrible indigestión.

En su casa, Esteban Grisales colgó las gafas del ñoño que había matado en la pared. Allí había puesto los lentes de cada una de sus víctimas. Era su trofeo, la prueba de su hazaña y la razón por la cual, la policía y los periódicos, le apodaban “El coleccionista”. Los días siguientes caminó a menudo por las calles. Lo observó todo. Estudió el comportamiento de todos y cada uno de los trauseuntes. Era cuestión de tiempo para que el siguiente raro o ñoño apareciera.

Fue una mujer. La primera mujer rara. Fue como un flechazo.  Sola en una banca, pelo castaño, gafas enormes, cara barrosa. Leía un manga de Naruto. Era la victima perfecta. Fue tanto el placer que sintió con solo verla que no pudo evitar humedecerme los labios con satisfacción. Era enorme la felicidad que me generaba ver su rostro salpicado en sangre. ¡Oh pequeña mía! Mañana estarás en el país de los ñoños muertos. Donde los ñoños arden en una hoguera, chuzados por diablillos picarones, que se comen sus pezones y tetillas con sal y limón.

Se puso en camino. Se preparó para dar el golpe. Debía planearlo muy bien. Lo primero era seguirla, estudiar sus trayectos, saber dónde vivía, encontrar el momento oportuno. Así se enteró de muchas cosas. Se enteró de que era universitaria. Estudiaba ingeniería. Todas las tardes le gustaba ir a alimentar un par de gatos callejeros, los cuales les gustaba reunirse a maullar como viudas abandonadas. Se enteró que le gustaban los cosplays y vestirse como Hinata de Naruto. Se enteró que le gustaban Game of Thrones y que soñaba con tener tres dragones. Se enteró que le gustaba el helado de macadamia los jueves en la tarde en una esquina del café bar. Se enteró que se llamaba Daniela, que tenía pocos amigos y que se recluía como si estuviera en cuarentena, en su cuarto, como si el mañana no quisiera llegar jamás. 

Pronto el coleccionista tuvo los datos de su Facebook y su Twitter.  Estudió sus frases. Su conducta. Su aire tímido, su necesidad de conseguir compañía en medio de su soledad. Le costaba aceptar que ella tenía algo diferente a las otras víctimas. Algo que no lograba del todo dilucidar. Eso le fascinaba y aumentaba un poco su ansiedad. Se sentía impaciente y quería que llegara al fin el día señalado. En la oficina se empezó a notar su malgenio y su impaciencia. Se sentía incómodo, como si no tuviera un espacio donde realmente estar. Pero pronto el día llego. Esa mañana se puso su mejor traje. Después de todo era momento de iniciar el ritual. El gran lienzo debe completarse y necesita unos lentes más. Salió con una sonrisa de satisfacción porque ya había calculado todas las variantes de sus actos. Sabía que irremediablemente hoy aquella ñoña estaba perdida.

Eran la una de la mañana. Las calles estaban solas y el edificio donde ella vivía permanecía en silencio y en la más penetrante oscuridad. Pocas personas habían esa noche en la edificación. Lo sabía. Era viernes. Todos estaban en algún bar intentando ligar o bailaban en un boliche. Pero ella no. Estaba allí encerrada, como ñoña que era, en ese caparazón, que él debía penetrar. El portero estaba dormido. Lo sabía. Se dormía escuchando los debates políticos de las 11 pm. En el más completo silencio aprovechó una falla de la puerta y entró. Subió a través de las escaleras emocionado, como un niño que se acerca a su juguete nuevo. Subió y se paró en la puerta. Pronto empezaría el carnaval.

El coleccionista saco su ganzua y abrió la puerta con sumo cuidado. Todo había salido perfecto. Ninguna falla. Se sentía contento con su trabajo. Se sentía un profesional. Entonces la vio. Estaba allí, en silencio, parada, mirando por la ventana. En la cama un felino dormía con placidez. La pc estaba prendida y sonaba una música japonesa. En una esquina había una columna de libros desgastados y rayados que tenían una cubierta de polvo. Era la ocasión perfecta. Se acercó lentamente. Un paso. Dos pasos. Aún no se percataba de mi presencia. Tres pasos. ¡Crac! Algo sonó bajo sus  pies. Había pisado uno de sus converse pintados con muñequitos de anime. Maldijo en sus adentros. Pero era demasiado tarde. Ahora ella le veía.

 Le miraba fijamente. No grito. Le extraño su actitud. Todas sus víctimas al notar su presencia gritaban e intentaban avisar a sus vecinos. Pero ella no. Ella permanecía mirándole en silencio. Como estudiándole. Esperando que iba a hacer a continuación. Cualquier asesino que se respete la hubiera matado en ese instante. Pero él no fue capaz. Sus ojos cargados de una tristeza melancólica le conmovieron profundamente.

    ¿Quién eres? — preguntó—. ¿Qué haces aquí?
    He venido a matarte— le dijo.
    ¿Por qué? – preguntó ella sin bajar la vista.
    Eso es algo que a vos no te incumbe— dijo con la mano temblando.
    Creo que sí me interesa. Máxime tratándose de mi propia vida – dijo ella mientras se  quitaba los lentes y los ponía a un lado.

Ñoña tenía que ser. Seres detestables. Preguntona. Intentando hacerse la ingeniosa. Pensó el coleccionista

    Mátame entonces. La verdad, no hay mucho que me ate a este lugar – agregó luego de unos instantes—. Sólo te pido una cosa. Si puedes consíguele una casita a Akuno, mi gato. No me gusta dejarlo solo. Él no tiene la culpa de los desvaríos humanos ¿lo prometes?
    No puedo asegurarlo- dijo el coleccionista algo incomodo.
     ¡Qué lástima!- dijo ella muy triste.

Luego dejó caer una lágrima y cerró los ojos entregándose a su cuchillo. Y él no podía hacerlo Quería matarla, pero no era capaz. ¿Por qué no era capaz? Ella era sólo una ñoña. Sus labios parecían susurrar algo. Parecían invocar un nombre o un beso, llamar fuerzas que se escapaban de su control. Entonces en ese momento la vio hermosa. 

    ¿No me mataras? – le preguntó.
  
Por un momento pensó en que tal vez hubiera sido mejor conocerla de otra manera. Invitarla a salir.  A tomar un café. Mostrarle sus trofeos de ñoños. Quizás unirla a su causa. Crear otra asesina ñoños que se moviera en la noche, que se camuflara entre ellos y los matara cuando durmieran. Pensó en su cuerpo de pseudo ñoña desnudo, recibiéndole. En sus besos marchitos. Pensó en un baile. Un baile que podrían hacer juntos. El baile del loco y la freak. Pero ella debía dar el siguiente paso, y lo dio. 

–          ¿Dudas? Pues yo no cabrón hijo de puta

El coleccionista sintió un profundo punzón en su estómago. Cuando se tocó,  sus manos estaban llenas de sangre. Ella no dudo. Lo había enterrado hasta el fondo. Cayó al piso desangrándose. Ella se preparó para rematarlo y entonces se dio cuenta que había sido engañado. Lo que le había fascinado de ella no era la tristeza de sus ojos o su entrega. Sino ese extraño terreno que ambos habitan. Ella era igual que él.

sábado, 2 de agosto de 2014

EL GATO POETA

 

Un pequeño gorrión se paró encima de una de las hojas del jardín. Oteó en el suelo una pequeña lombriz que se movía coqueta y pérdida. El gorrión pensó que tenía lista su cena y se preparó para atacar. No obstante, observó justo en ese momento que, acostado con la pansa boca arriba, un gato obeso y negro descansaba cerca. Se lamentó. El gato se levantó de su siesta y miro fijamente al gorrión. Este se preparó para emprender vuelo.

— ¿Por qué te vas tan pronto amigo gorrión?— dijo el gato lamiéndose una pata
— No te hagas gato. Sé que piensas atraparme y comerme— dijo el gorrión alerta
— ¿Cómo podría?— dijo el gato abriendo las manos en el aire— Te aviso, querido amigo gorrión, que no soy un gato cualquiera, soy un gato poeta.
— ¿un gato poeta? ¿existe algo así?
— Sí. Idolatro la belleza y la tranquilidad por encima de todo. ¿cómo podría comerte? Pobre alma vacía. Tú que has estado en los cielos, navegante de las nubes, que naufragas en las estrellas y duermes en un pequeño nido de plumas en medio de los abedules. 
— No sé…— dijo el gorrión dubitativo— es bonito pero…
— Vamos— dijo el gato guiñándole el ojo— Comparte tu cena conmigo. Yo no como a quien vuela, prefiero aquél insípido ser de la tierra, que nos recuerda de dónde venimos y a dónde vamos. Partamos esa pequeña lombriz y brindemos como viejos enemigos, que ahora se aman y deponen pico y garras por un poco de compañía y caricia de este viento gris. 

El gorrión bajó animado y se paró al frente del gato, hizo una venia y se presentó. El gato, rápidamente, sin siquiera pestañear, de un zarpazo lo agarró. Se lo comió despacio, disfrutó aquel alado manjar. Luego se puso a contemplar de nuevo el cielo y a recitar. En voz baja cantó: “Pobre gorrión ingenuo, no todo el que vuela tiene cerebro, y de todos los gatos posibles, el poeta, es el más mentiroso, el más vil y lo que hay adentro, no es paz, sino un abismo, el abismo y el silencio, de su encadenada libertad”