Cuando escribí “La invisibilidad
de Muriel” tuve la difícil experiencia de enfrentarme con la fuerza desbordante
de lo eterno femenino. Escribir este cuento implicó un devenir femenino que se
apoderó de mí y me hizo perder parte de esa subjetividad masculina que ésta tan
fuertemente arraigada en muchos de los hombres. Ello me llevo a entrar en un
laberinto de enormes proporciones. En este camino me guie a través de voces, de
textos y sensaciones corporales que me permitieron quitar algunos arbustos y
abismos que me imposibilitaban avanzar. Agradezco tener maravillosas amigas de las que he obtenido valiosas enseñanzas:
Una que tiene ojos mariposados y vuela a través de bosques discursivos y
fragmentos de colores, una que viaja en una pequeña cabina del tiempo de
Londres a Buenos Aires, otra que es una luchadora solitaria que busca un país mejor,
en medio de hombres de corbata e hipocresía general. También he tenido amores
de los que he aprendido también, no puedo dejar de reconocerlo –de los cuales
no hablaré para no profundizar ya mucho en mi propia subjetividad-. En el fondo
la conversación, el dialogo ha sido la principal herramienta de aprendizaje,
más para alguien que se esconde tras una pared o muro de cangrejo, de frio, aunque
deficiente metal.
Pero volviendo al cuento, con él quería
hacer más que una apología al arte o a los placeres dionisiacos de la
invisibilidad, lo que quería era adentrarme directamente en lo femenino,
literalmente ser mujer. Al igual que Oliverio Girondo he pensado que aquel
hombre que nunca ha sido mujer, que nunca ha dejado salir un poco de su parte
propiamente “femenina” es un ser incompleto (como pensó alguna vez Aristofanes
en el banquete) y en un artista es signo de mediocridad y de poco entendimiento
del mundo y sus misterios. Aunque es verdad que un cuento es abierto y está
disponible a todo tipo de recorridos y trayectos, parte de lo que quería era
que todos reviviéramos un poco de ese “femenino” que habita en nosotros. Que
una pequeña Muriel bailara desnuda en el centro de nuestra mente, burlándose de
algunos de nuestros propios prejuicios “racionales” y nuestra perdida percepción
de nuestro cuerpo, que se multiplica en el espejo que Muriel rompe en pedazos cuando
lanza una botella al cristal.
Ahora bien, algunos me pedirán que
defina lo femenino, que dé cuenta del conocimiento que tuve a través de esta
experiencia, que de mi opinión de lo que es una mujer. Inevitablemente me reiré.
Tal conocimiento no existe. Yo sólo inicié un trayecto y me deje llevar, sin
pensarlo, sin racionalizarlo, sin teorizar acerca de lo que sentía. Si lo
hubiera racionalizado no hubiera funcionado. Utilizaría de nuevo esas terribles
categorías para clasificar, conceptualizar y organizar. Pienso que no se puede
sacar un significado “denotativo” de lo femenino. No hay definición de diccionario,
no hay un significante absoluto que se acerque remotamente a definirla. Parte
del encanto, la atracción y la seducción tiene que ver precisamente con este
misterio de la otredad que cada día puede traernos nuevas sensaciones y
aleteos. No obstante me atreveré a decir, quizás arriesgadamente, que no podría
vivir sin la poesía, la magia, la belleza, la ternura, lo fortuito, los deseos
y los sueños que me inspiran muchas de ustedes, queridas mujeres. Sólo ha
bastado una sonrisa de una de ustedes para inspirar la creación de un poema, un
cuento o una canción. Sus ojos, sus besos, sus palabras han vivido en mi mente,
divagando, explotando y también convirtiéndose algunas veces en terribles
cadenas de melancolía o dolor. Su cuerpo ha sido para mi visión de dicha,
portal de sensaciones, exploración de montañas y acantilados, locomotora de
deseo, auge y caída de mi subjetividad.
Algunas veces no entiendo por qué
algunas mujeres se avergüenzan de su cuerpo, como ciertas pseudo feministas que
leí sorprendido la otra vez en face arguyendo una constante “cosificación” porque
se exhibían fotografías eróticas de atractivas mujeres leyendo libros. Como si
el cuerpo no fuera objeto de grandes obras de arte, de grandes historias, de
placeres y sueños embriagadores. Como si el cuerpo no fuera parte de ustedes
mismas sino una creación de la masculinidad, ¿o acaso son como Muriel que se
miran al espejo y ven un monstruo, un ser aracnico o crepuscular? Si me
preguntan qué opino del feminismo radical o del machismo, diré que el asunto de
los “ismos” no me va mucho, porque me cierra a una sola percepción de la
realidad. Diré sólo que creo en la igualdad, la conversación y el dialogo. En
el respeto y la igualdad de derechos para ambos sexos. Creo en la libertad de
explorar con nuestros cuerpos sin temor de prejuiciosos anticuados o el qué
dirán. Aborrezco a un hombre que le pega a una mujer, porque además del daño
ocasionado es un hombre que ha optado por la salida del cobarde. Sin embargo,
hoy por hoy, ustedes tienen más poder del que se imaginan, luchen (luchemos, ¿porque
no?) por el cambio que haga falta, pero por cambios necesarios de mentalidad y
no arrogancias ni prepotencias que busquen abolir el encanto de lo femenino, de
ese ser único y especial que ustedes mismas han construido.
El arte vive y se alimenta de lo
femenino, se sumerge en ello, se alimenta de ello, se embriaga de ello. Sin lo
femenino el arte no sería arte y una humanidad necesitada de lo plural, de la
diferencia, colapsaría inevitablemente. Mujeres que danzan, mujeres que cantan.
Mujeres que leen, mujeres que dirigen. Mujeres que escapan, mujeres sin prisa.
Mujeres que vuelan, mujeres que les gusta la tierra. Mujeres calladas, mujeres
parlantes. Mujeres vestidas, mujeres desnudas. Mujeres que besan, mujeres que
hacen el amor. Mujeres caminantes, mujeres sin rumbo. Mujeres que pintan cada
nuevo día con su presencia, con su voz. Mujeres
que son inmortales en un cuadro, en un libro o una canción. Mujeres que a su vez
inmortalizan sus experiencias estéticas pintando, escribiendo, cantando su
delirio, su pasión. Mujeres que son torrente que desborda, que son barco y
naufragio, que son cultivadoras del acontecer. Ser mujer, no ser mujer, parir
mujer, nacer mujer, morir mujer. Y quizás al final, el misterio de un rostro,
que aún no consigo del todo develar…
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