Despedida de la Maga

Despedida de la Maga

Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


jueves, 21 de noviembre de 2013

Lithuviel


LITHUVIEL

 


Adormecida en el bosque, acobijada con las hojas y el rocío matutino, vive la dríade- hada Lithuviel. Juguetona, solitaria, libre, le gusta hablar con los pájaros, bailar en los claros y mirar las estrellas cuando llega el anochecer. Allí, forjar trayectos extraños o brillantes melodías, que le roba a las estrellas y que canta todos los días con su voz encantadora, que seduce y trastorna a cualquier impávido que se acerca al centro del bosque. Pero estos atrevidos, chocan con una pared, pues cuando persiguen al hada, la visualizan con su vista humana, incoherente y poco dada al designio feérico, a la magia y a demasiados razonamientos. Por ello, siempre que se acercan ella desaparece, dejando una estela celeste, brillante y de paz. Entonces aquellos hombres en la noche sueñan con ella. Preguntándose si algún día la volverán a ver.

Ella conoce, la historia de cada árbol, de cada animal y con ellas se alimenta, con ellas crea su acontecer. El conejo, el zorro, el sapo y el erizo acuden a ella en busca de consejo,
ella los escucha pacientemente y siempre tiene una o dos palabras tranquilizadoras que decir.
Los enormes pinos y robles la cubren como padres ansiosos y protectores, cuidando a su niña de los peligros del afuera, de la no-magia, del abismo de lo real. Se podría decir que Sabiduría y Juego, se cruzan en Lithuviel, quien parece una niña, pero una niña cuyos cabellos no paran de crecer.Porque si algo permite reconocer a Lithuviel es su enorme y largo cabello, que crece y crece, cruzando las arboledas, los arbustos, las ramas y los riachuelos. Se llena de hojas, insectos juguetones y un verde profundo, aquel verde del bosque, que representa a la vida y al sueño, a la lluvia y lo que nace en la tierra, cada amanecer. Dicen que sus ojos parecen dos mariposas que aletean rápidamente cuando es feliz, que vuelan contra el viento y se pierden en la lejanía, allá donde ningún sentido humano lo ha podido conseguir.

Asítodo hubiera continuado, hasta que algo irrumpió en la vida de Lithuviel, una fuerza que jamás espero la trastocara, una fuerza poderosa y destructiva, la fuerza del amor. Pero no un amor cualquiera, sino ese amor abrazador que quema y arde en alma con un profundo ardor. Lithuviel era ignorante de estas cuestiones. Su vida se remitía solo a canticos nocturnos, bailes ensoñadores y baños de cristal. Esto cambiaria un día, tal vez fue una tarde de mayo ¿o abril?, en que la pequeña lithuviel jugaba con su amigo lobo en el claro, corriendo y haciendo carreras. Ambos se reían y lobo aullaba feliz. Lobo era su principal protector. Su madre había muerto en manos de un cazador. Lithuviel lo había recogido y cuidado como si fuera su propio hijo. Ahora que había crecido se había convertido en su principal amigo y protector.

Luego decidieron jugar a los escondites. Y lobo se escondió debajo de un arbusto cerca al claro. Quería ponérselo difícil a Lithuviel que siempre lo encontraba fácilmente. Ella conto hasta diez y luego se puso a buscarlo. Se dio cuenta que lobo se la había puesto difícil y no pudo evitar reírse. “lobo, lobito, lobo, ¿Dónde estás? Que yo te adoro” Pero lobo no salía, no caería en la trampa fácilmente. “Lobo, lobito, lobo, ¿Dónde estás? Que yo te adoro”. Suspiro. Luego escucho una voz. “¿Hay alguien ahí?” pregunto una voz masculina. Lithuviel se asustó y procedió a esconderse detrás de un árbol. Se encontró con un muchacho con un libro, parecía ser joven, no debía tener más de diesiciete años de edad. El muchacho repitió la pregunta. Nadie respondió. Cansado y al parecer bastante preocupado se sentó en una roca.

Luego empezó a cantar una pegajosa canción. Una canción que hablaba de un gato que jugaba con un pato en el borde de un lago. La melodía era alegre. Pero extrañamente el joven no parecía sonreír. Al contrario, dos enormes lagrimones salían de sus ojos. Mantenía los puños cerrados y su actitud denotaba un profundo dolor. Lithuviel no pudo evitar compadecerse del joven. Reconocía cuando alguien tenía buenas intenciones y era de buen corazón. Así que lentamente se acercó a él y poso su mano en su hombro. El joven asustado se cayó de la roca donde estaba sentado al suelo. Por poco decide emprender la huida, pero se quedó hipnotizado y estático ante la presencia de Lithuviel. Lo fascinaba su belleza salvaje, aunque más allá de ello la presencia de ella le producía una sensación de paz y tranquilidad.

-          Calma…, no pienso hacerte daño- dijo ella suavemente

-          ¿Quién? ¿o que eres? ¿Dónde estoy?- pregunto sin levantarse

-          Son demasiadas preguntas, ¿no crees?- dijo el hada sonriendo- Por ahora te responderé una, mi nombre es Lithuviel.

-          Yo…mi nombre es Anael- dijo reponiéndose un poco - Vivo en la aldea cerca al bosque, no recuerdo haberte visto nunca por aquí

-          Tal vez no has sabido mirar correctamente- dijo aleteando sus ojos

-          Je, supongo, eres…muy bella

-          Gracias- dijo ella sonriendo, luego cambio su gesto-¿Por qué estas triste?

-          Yo…

-          Puedes confiar en mi- dijo aleteando de nuevo sus ojos- yo guardare tu secreto y si puedo te ayudare.

-          No sé porque te cuento esto- dijo dubitativo aun- pero bueno… Mi padre murió el día de ayer y solo ha pasado un día, pero siento que lo extraño tanto…

-          Oh, lo siento, y- dijo e hizo una pausa- ¿porque no estas con tus amigos? ¿con tu familia? No es un buen momento para estar solo en el bosque.

-          No tengo muchos amigos- dijo triste Anael- mis únicos amigos, son tal vez mis libros…nunca creí que me encontraría con alguien como tú.

-          ¿En verdad?

-          Pero en el fondo de mi corazón tal vez lo anhelaba…

-          Si, creíste en ello y por eso estoy aquí hoy, ¿y sabes qué? Si quieres puedo ser tu amiga

-          ¡Eso me gustaría mucho!- dijo el muchacho animado de repente

-          Y lo primero que haré como amiga es esto…

La hada abrazo fuertemente a Anael, este abrió los ojos sorprendido. Aquel abrazo le lleno de todo tipo de sensaciones fuertes, pero sobre todo un poco de la sosiego que su alma anhelaba. Se sentía alegre, feliz, como si pudiera levantarse y volar, como si toda la tristeza se esfumara en un parpadeo, en un segundo, en un palpitar.

-          Gra, ¡Gracias!- dijo con una sonrisa

-          Siempre podrás contar conmigo- dijo el Hada sonriente

En ese momento, se escuchó un aullido. Era lobo que había regresado y no estaba muy contento con la escena que se le presentaba. Pensó que su amiga Lithuviel estaba en peligro y actuó en consecuencia. Preparó sus garras y sus fauces se abrieron amenazantes dejando ver cada uno de sus dientes. Anael sintió miedo.

-          ¡Lobo no!- grito Lithuviel- ¡Es mi amigo!

Pero lobo ya se disponía a atacarle. Anael no tuvo más remedio que huir. Lobo le siguió. Lithuviel desesperada se fue detrás de lobo gritándole que se calmara. Lobo logro dominarse al fin y retrocedió. Pero ya era demasiado tarde. Anael había huido lejos. A pesar de ser muy desapegada a los humanos y las cosas, Lithuviel no pudo evitar sentirse triste. Lobo se acercó a donde estaba y al verla triste no pudo evitar sentirse compungido. Así que acerco su cabeza cabizbaja y empezó a lamer al hada, quien seguía sumergida en su tristeza. Lithuviel perdono a lobo, pues comprendía que sus intenciones habían sido buenas. Pero, ¿Qué pasaría con aquel chico? ¿Volvería al bosque? ¿se encontraría otra vez con su nuevo amigo?

Pasaron varios días y el muchacho no volvió a aparecer por el bosque. Lithuviel  se puso entonces algo triste, pues le hubiera gustado ver al chico de nuevo. No obstante, sus amigos los animales del bosque y especialmente lobo intentaban hacer lo posible para que se animara y se olvidara de él. La hermosa hada caminaba por el bosque, perdida, ensimismada. Aun cantaba, jugaba y bailaba, pero sentía que había algo que faltaba y el no poder comprenderlo del todo, le atormentaba. Solo era un humano más, un chico más que había entrado en aquel bosque. ¿Por qué entonces le producía esa sensación de extrañamiento e incertidumbre? ¿por qué no podía dejar de mirar al cielo buscando alguna respuesta o de quedarse varios minutos bañándose en la pequeña cascada sin sentir aquella alegría y frescura que producía el agua matinal en su ser.

Pero justo cuando esa sensación de desasosiego empezaba a desaparecer. Un día le vio de nuevo. De nuevo ese caminar inseguro, esa mirada tímida, ese leve palpitar. En Anael parecían mezclarse dos emociones el miedo ante el lobo y las criaturas del bosque y a su vez el deseo y el encanto de Lithuviel que habían quedado grabados profundamente en su interior. “LITHUVIEL, LITHUVIEL… ¿Dónde estás?” preguntaba en voz alta, aunque entrecortada. Lithuviel se sentía feliz al verlo y no dudó en salir a su encuentro.

-          Bienvenido joven amigo, me hace muy feliz verte de nuevo

-          Ere…eres tu, ¡Que bueno verte!- dijo emocionado el chico, luego con algo de temor pregunto- ¿y el lobo?

-          Hoy no vendrá, pero es un buen amigo. Algún día te lo presentare y veras como podrían llevarse muy bien- dijo sonriente

-          Si, supongo…- dijo aun asustado

-          Vamos- dijo animada- No tengas temor, hoy estas con una amiga, ¿Cómo te sientes hoy?

-          Un poco mejor creo…

-          Animate, que hoy te llevare a un sitio especial- dijo colocándole una mano en gesto de invitación.

Anael no pudo evitar contagiarse de la sonrisa de Lithuviel. Por un rato caminaron por el bosque conversando. Ella le hablaba de canciones, árboles y magia. Él le hablaba de su vida en el pueblo, de su pasión por los libros y los chocolates pequeños.  Lithuviel no entendia que es un libro. Anael le explico que era una suerte de caja mágica que guardaba todo tipo de historias y aventuras, en el cual podias confiar siempre en tiempos de penuria y dificultad. Lithuviel dijo entonces que un libro era como un amigo. Anael dijo que más o menos asi era. Lithuviel pareció interesarle mucho aquello y le pido al que le enseñara a leer. El accedió.

-          Yo no tengo una caja de historias y aventuras, pero si tengo amigos que son guardianes y custodios de muchas historias interesantes de los tiempos de antaño…

-          ¿Así?

-          ¡Si!, me gusta conversar mucho con ellos, siempre tienen algo que contar

-          ¿Yo podría conocer un amigo de esos?

-          ¡Por supuesto!, deja te presento uno que esta por aquí cerca.

Asi ella lo llevo a un claro cercano en cuyo centro había un enorme árbol. Parecía ser un Roble de muchos años de antigüedad. Conservaba un poco de sus viejos colores. Pero se notaba su estado de desgastamiento y decadencia. Sus hojas marrones le provocaban una sensación de profundo respeto. Anael lo miro curioso.

-          Pero…- dijo juntando los dedos- si es solo un árbol

-          Observa bien y atentamente mi pequeño amigo

Él se esforzó en mirar, pero no veía más que un árbol viejo y acabado. Lithuviel suspiró.

-          Ven, dame tu mano. Si no puedes verlo, hare que converses con él

-          ¿En serio?- pregunto incrédulo

-          Pronto creerás

Lithuviel y Anael pusieron su mano encima del tronco del viejo roble. Anael no sintió nada. Él hada en cambio parecía muy concentrada.

-          No entiendo

-          No te sobre esfuerces, solo siente, siente el flujo de la vida que se mueve a través del árbol. Entonces podrás ser tú también árbol, debes sentir que lo eres, debes convertirte en un ser que muere en pie.

Anael se tranquilizó, puso su mente en blanco y dejo que simplemente la naturaleza lo llevara. Entonces lo sintió, el flujo de la vida que pasaba a través del árbol. No pudo menos que admirarse y pronto sentio que el árbol intentaba comunicarse con él. Sin embargo, no eran palabras lo que salía del árbol. Era otro lenguaje, uno perdido hace tiempo ya. Pero parecía como si el pudiera comprenderlo. Eran silencios articulados, explosiones de clorofila que hablaban de verdes amaneceres, de tiempos en que la sinfonía de la vida se escuchaba con más fuerza en el bosque a través de pájaros e insectos, de lluvias y sequias, de esperanzas y sueños arbóreos, de un último latido antes del anochecer.

-          Es…es…- dijo entrecortado sin poder terminar- ¡es asombroso!

-          Todo en la naturaleza y la vida lo es- dijo Lithuviel sonriente

-          Tenías razón en todo- dijo aun asombrado- en verdad aún tengo mucho que aprender.

-          Hazlo con cualquier árbol, siempre habrá alguno que quiera contarte alguna historia o quizás solo darte un cordial saludo.

Anael asintió tímido. El roble dejo caer una pequeña hoja clara. Lithuviel dijo que era un regalo del árbol para el por haberle escuchado. Anael la tomo y saco una pluma que guardaba en su pequeño bolso. Allí escribió con tinta los nombres de ambos y se la paso a Lithuviel. Luego la metió en uno de sus libros y se la entregó a Lithuviel.

-          Guárdala tú, que sea el recuerdo de nuestra amistad especial

Lithuiel asintió sorprendida y la escondió en uno de sus sitios secretos. Luego de ello le tomo de la mano y le dijo que le siguiera. Caminaron un rato más. Poco a poco, Anael se sentía en más confianza y hablaba animadamente. Lithuviel escuchaba pacientemente sobre sus historias, sus lecturas, sus sueños de ser algún día un gran escritor y la vida en su pueblo. Empezaron a subir a través de una cuesta. Anael se sentía un poco cansado, era difícil seguirle el ritmo a un hada con tanta energía. Pero finalmente llegaron a una especie de pequeña colina en la cual ya se despejaban los árboles y se abría paso a un horizonte verde lleno de flores y un campo magno que parecía extenderse sin límites hacia el exterior.

-          Woow- dijo entusiasmado -es increíble, no recuerdo haber estado aquí antes

-          Por supuesto que no, pocos conocen este sitio- dijo sonriente- es mi lugar secreto. Suelo venir aquí a ver las estrellas en la noche o a dormirme contandolas.

-          ¿Asi?

-          Tambien espio a los humanos, que desde alla abajo, no suelen darse cuenta de mi presencia- dijo juguetona

-          Ja,- dijo Anael frunciendo el cejo- no creo que haya mucho para ver. Los humanos son aburridos

-          Eso es lo que tú crees- dijo Lithuviel sacándole la lengua

Anael sonrió y se puso a estudiar detenidamente el paisaje que se asomaba a su frente, se pregunto hasta donde llegaba la tierra, se pregunto si tal vez no fuera todo una ilusión, aquel paisaje, aquel instante, aquel momento embriagador. Lithuviel lo miraba curiosa y atenta, contenta del efecto que habia provocado aquel lugar en Anael.

-          Yo…- dijo de repente con la mirada perdida- quizás podría vivir aquí

-          ¿Por qué no?

-          Crees…¿que podría?

-          Por supuesto

-          Si, quizás tener una casa pequeña, mi biblioteca y un pequeño gato que me hiciere compañía…- dijo emocionado- ¿tu me visitarias verdad?

-          Si asi lo deseas, aun que no creo que gato se lleve bien con lobo

-          Algo haremos- dijo Anael riendo

-          Bueno- dijo Lithuviel tomando su mano- ahora sígueme, pero sigiloso…

-          ¿Cómo?

Lithuviel llevo a Anael hasta una suerte de viñedo cercano, donde se cultivaban uvas y moras. La extensa propiedad se abria paso desafiante ocupando una buena parte de aquel paisaje cautivador.Se internaron al interior de los viñedos, que estaban metódicamente organizados para la siembra y caminaron sin hacer ruido. El hada se acercó y arranco unas cuantas uvas. Anael la miro asustado.

-          Pero, ¿Qué crees que estás haciendo?

-          Comer, vivir, disfrutar…

-          Pero…pero- dijo anael haciendo una mueca de afectación- esto debe ser la tierra de alguien, nos podemos meter en problemas

-          Mi querido Anael, la tierra no es de nadie, más que de todos nosotros- dijo Lithuviel tranquila.- No pertenece a ningún hombre, sino a toda la vida que existe. Desde el pequeño armiño hasta el gran elefante tienen derecho a un poco de ella donde quiera que estén.

-          si supongo- dijo Anael riendo- ¿has visto algún elefante alguna vez?

-          No, pero quizás algúndía tu veas uno y me digas como es

-          Solo los he visto en libros…

-          Tienes en verdad unos amigos muy interesantes, tráeme uno que muestre un elefante

-          Bueno…

-          ¿Lo prometes?

-          Lo prometo… pero salgamos de aca antes de que nos pillen…- dijo asustado

Lithuviel no pudo menos que sonreir ante la cara que hizo el chico. Se retiraron el lugar y se refugiaron debajo de un árbol donde se comieron las moras lentamente. Se rieron un rato al sentir los gritos del granjero malhumorado y los ladridos de los perros. Luego al rato volvieron al sitio especial donde todo el horizonte se dibujaba perfectamente ante sus rostros. Aquel horizonte enorme e inexplorado. Alli les cayo Lobo, aunque Anael estaba muy asustado de nuevo, Lithuviel le dijo que Lobo no le haría daño. Al principio miro desconfiado. Pero luego Lithuviel los acerco, les dijo que hicieran paces. Anael entonces intento acariciar el lomo de Lobo. Este miro dubitativo a Lithuviel, pero al ver la suplica en su mirada, se dejo tocar y acariciar. Pronto Lobo y Anael rompieron rivalidad y empezaron a jugar con la elfa.

Luego de un rato cansados se recostaron en el pasto. Lobo se puso al lado derecho de Lithuviel y se acostó a dormir. Entonces Lithuviel y Anael hablaron un rato. Luego se tomaron la mano y juraron que pasara lo que pasara siempre estarían cerca el uno con el otro.

-          ¿Te imaginas?, ¿que nos volviéramos a encontrar aquí en siete años como seriamos?- dijo Anael

-          No lo sé. Quizas tú ya te hayas olvidado de mi

-          Qué tontería, seguro es a la inversa

-          ¿Apostamos?

-          Por supuesto- dijo Anael orgulloso

Se dieron cuenta que empezaba a caer la noche y que sería tarde. Anael pensó que su madre estaría muy preocupada por él. Prometió volver en unos días a jugar con Lithuviel. Ella le sonrió y se despidió con su mano. Luego de la partida de Anael, Lithuviel se puso a cantar y a bailar. Era muy feliz porque había hecho un verdadero amigo. Lobo la seguía aullando, feliz de que Lithuviel sonriera. El mismo bosque parecía cambiar de color con su alegría. Los colores eran más vividos. Los lirones, las musarañas, los búhos, las luciérnagas y otros animales nocturnos, se movían en la noche como si hubiese empezado un carnaval. Todos seguían a Lithuviel, querían ser parte de su baile, de su canto, de su fiesta. Pero no era un baile tranquilo o pacifico. No. Era un baile salvaje, fuerte, movido, donde poco a poco, todos se perdían y se esfumaban en la magia perdida del bosque nocturno.

Al siguiente día volvió Anael y se unió al juego de las escondidas con Lobo y Lithuviel. Al principio Anael le consiguió ponerse al ritmo porque Lithuviel y Lobo conocían los más secretos rincones del bosque y era difícil encontrarlos. Pero pronto Anael se familiarizo más con el entorno del bosque y pudo ser más competitivo. Así, todas las tardes, Anael después del colegio seguía yendo a donde su única amiga: su amiga hada con la que jugaba y se divertía correteando por el bosque. Algunos días no podía ir, por los deberes del colegio o de la casa. Aquellos días contaba los minutos para verse con Lithuviel. Ambos se habían apegado mucho el uno al otro. Se habían vuelto grandes confidentes y compañeros de juegos. Bailaban, reían, jugaban, leían juntos, se divertían. Era casi como un sueño del que ninguno de los dos deseaba despertar. Anael sintió poco a poco que empezaba a sentir por el hada algo mucho más fuerte y sintió que debía manifestárselo, se estaba volviendo indispensable en su corazón. Lithuviel parecía sentir lo mismo, cada vez que estaba con Anael sentía que su interior se llenaba no de mariposas, sino de libélulas que bailoteaban en su interior.

Desgraciadamente, la vida suele tener también puntos bajos, pequeñas y dolorosas caídas y no siempre la felicidad esta augurada a los amantes, sino también la ausencia y el dolor. Todo empezó con el hecho de que las constantes ausencias de Anael empezaron a preocupar a su madre. Pues no sabía qué clase de amiga era aquella con la que el salía. La madre y él vivían de una pequeña pensión que les había dejado el padre, pero esta no era suficiente para subsidiar los gastos de mantenimiento de la casa. Por ello, la madre trabajaba todo el día en la plaza del pueblo vendiendo verduras que ella misma cultivaba. Anael de vez en cuando iba a ayudarle. Aunque permanecía ausente, distraído. No solía socializar mucho con los demás. La madre no entendía el comportamiento de su hijo y sospechaba que tal vez alguien estuviera ejerciendo en él una mala influencia. Un día, en una de sus salidas, decidió salir de dudas y seguirle.

Anael se dirigió confiado al bosque donde empezó a llamar a Lithuviel en voz alta, pero el hada no salía, ni se veía por ningún lado. No entendía donde podía estar. Ese día un extraño silencio sacudía el bosque y todas las criaturas se guardaban de salir. El Bosque estaba hoy solitario y triste. Anael no entendía que pasaba, pero supuso que tal vez Lithuviel estaba en el lugar secreto donde ambos solían encontrarse.  Camino un largo trecho hasta allí. Nunca dejaba de impresionarse cuando llegaba y observaba de nuevo el cielo, se sentía, pequeño, minúsculo en comparación con su inmensidad. Empezaba a anochecer y las estrellas empezaban a brillar con fuerza. Mientras estaba ensimismado una voz le interrumpió:

-          ¿Anael?...¿eres tu?...- dijo una voz ida

-          Si, soy yo- dijo Anael- Porque no has venido a mi llamado

-          Yo no me siento feliz hoy…no es un buen día para estar con Lithuviel- dijo el hada con un tono de voz triste

Anael la vio, estaba completamente desencajada, triste. Nunca la había visto así. La ausencia de su alegría le perforaba el corazón. Era como si de repente el mundo se hubiera vuelto negro, frio y sin sentido. Como si se perdiera el poco color que quedaba.

-          ¿Qué ha pasado?

-          El bosque…los humanos lo talan…Ya estoy acostumbrada a que lo hagan, pero lo están haciendo a un nivel desproporcionado últimamente con alguna intención

-          Lithuviel…

-          He visto muchos de mis amigos arboles y animales morir…

Anael miro al hada y sintió su dolor. El sí sabía porque estaban talando el bosque. Se aproximaba la guerra y necesitaban materias primas para construir armas de variado tipo. No quiso decírselo. No era el momento.

-          Lithuviel, pase lo que pase, yo hare lo posible para que acaben con esta macabra empresa, yo estoy contigo

-          ¿En verdad?- dijo limpiándose las lagrimas

-          Por supuesto

Dijo esto y la abrazo fuertemente, Lithuviel abrió sus ojos de par en par.

-          Yo estaré siempre contigo, ¿Lo recuerdas? Fue nuestra promesa

-          Si, je.

Ambos se tomaron de la mano. Anael entonces sintió que no podía más. Que debía decirle lo que sentía por ella. Que había un fuego muy fuerte que le devoraba por dentro y que se moría de ganas por besarla. Pero como, ¿y si de pronto ella huía? ¿Si no volvía a verla? Había estado callándolo durante días. Pero no podría hacerlo más. El deseo y aquel sentimiento desconocido se reproducían con fuerza y transpiraban a través de su ser.

-          En verdad, me alegra que estes aquí Anael, en estos momentos, a pesar de todo, suelo sentirme tan sola. Gracias por todo…gracias por ser mi amigo…

-          Dime, ¿tu me ves como un amigo?

-          Pues…

-          Dimelo, es así como me ves….

-          Yo…siento que hay algo en mi interior…- dijo el hada dubitativa- que me inclina muy fuerte hacia ti…pero…

-          Yo te diré que es

-          ¿Así? ¿Qué es?

-          Te acuerdas que te enseñe a leer

-          Si- dijo emocionada- Fue muy divertido

-          Ahora acércate

Lithuviel se acercó a Anael

-          Ahora lee mis labios

Entonces el la beso. Fue un beso mágico. Ambos se sumergieron en aquel instante único y se dieron cuenta que se amaban y que ambos soñaban el uno con el otro, que no deseaban separarse nunca más. La brisa y el viento se movieron con fuerza, transportando algunas pequeñas hojas, Como celebrando el momento, llevando un mensaje que hablaba de besos, susurros y aleteos, de un amor que iniciaba en una pequeña colina del bosque y que no se sabía cuándo terminaría ya. Luego ambos se abrazaron y desearon estar así para siempre, lejos de todo el mundo, juntos los dos, compartiendo su felicidad.

-          Yo…te amo…

-          Anael…-dijo Lithuviel dubitativa- Esto no puede ser…

-          ¿Por qué no? ¿No me amas?- pregunto asustado

-          Claro que si- dijo el hada con voz suave- Te amo y….

-          ¡Anael!- se escuchó un grito al fondo

Anael miro sorprendido. Era su madre. Se cara se puso roja, ¿era posible? ¿lo había seguido?

-          ¿Qué demonios haces aquí en este lugar del bosque?- Pregunto la madre airada

-          Yo…-dijo-estaba…

Anael miro, Lithuviel ya no estaba, ¿se había esfumado apenas había sentido a su madre?

-          ¿te estas volviendo loco? ¿con quién hablabas?

-          ¿Cómo?, ¿no la viste a ella?

Anael abrió los ojos de par en par y comprendió. Pasara lo que pasara su madre no podría ver a Lithuviel. Solo los que creían en la magia del bosque podían verla. Si su madre llevaba mucho tiempo en aquel lugar, lo habia visto hablando solo con el viento. Su madre, mujer creyente y supersticiosa, pensó que hablaba con alguna suerte de demonio y se asusto. Pensó que su hijo podía ser influenciado por aquella energía negativa y temió un trágico final

-          No seque pasa…- dijo la madre asustada- Pero te prohíbo que vuelvas a este bosque ¡esta maldito!

-          Pero mama…

-          ¡Pero nada!, ya tienes diez y sierte años, estas creciendo. No estas para estar pensando tonterías y hablando con amigos imaginarios o quien sabe que demonio del bosque

-          Madre…escúchate…- dijo Anael irónico- es absurdo

-          ¡Vamos! ¡Vamonos!- grito- Hay que trabajar, el pan no se gana hablando con amigos imaginarios. ¿Qué diría tu padre? Ahh…

-          Está bien madre…ya voy

Anael se paró aburrido. Pensó que luego encontraría la forma de escapar y venir a pedirle disculpas a Lithuviel y se fue detrás de su madre. Los dos en un silencio sepulcral, hasta su casa. A partir de entonces pasaron varios días en que Anael y el hada no pudieron verse. La madre siempre vigilante se había encargado de obstaculizar cualquier encuentro e incluso había solicitado la ayuda de sus dos hermanos en el pueblo para que estuvieran pendientes de su sobrino y lo pusieran por el buen camino. El pobre Anael era cargado con gran cantidad de trabajo y estudio que le imposibilitaba cualquier momento de ocio o descanso para buscar a su hada amada. A veces cuando no lo miraban no podía evitar que se le salieran las lagrimas. Pero volvía a alzar la cara orgulloso porque no permitiría ser humillado de esta manera. El encontraría la forma.

Lithuviel se la pasaba metida en su guarida, la perdida de Anael y la situación del bosque la habían sumido en una depresión. El mismo bosque parecía estar perdiendo su color. Su amigo lobo intentaba consolarle. Pasaron varios días en que Anael no volvió por el bosque y los días se le hacían eternos a la elfa, que por primera vez en su vida era más consciente del tiempo. De alguna forma la habían humanizado un poco. Se lamento. La terrible maquinaria seguía acabando con animales y árboles y el desasosiego era cada vez peor. Al final, de tanto llorar, no le salía ninguna lágrima y miraba impávida el horizonte, esperando su muerte, su ocaso, su anochecer.

Un mes y medio después, un día Lithuviel caminaba por el bosque, cuando escucho de nuevo el grito, el  llamado “Lithuviel” “Lithuvieeeel”. Se imaginó que era Anael y salió feliz. Pero pronto se dio cuenta que era solo un pájaro negro que cantaba “Aaaanaaaaaaeeee” “Aaaanaaaaaae”. No pudo evitar esbozar una sonrisa, pero una sonrisa triste y desgastada. Se volteo y se dispuso a retirarse. Cual no sería su sorpresa al encontrarse de frente con su amigo. Que al verla exploto de felicidad y ambos se abrazaron. Luego un beso comunico de nuevo aquellos sentimientos escondidos y vetados.

-          Anael…eres tu…

-          Tal vez no lo sea- dijo guiñándole el ojo

-          Tonto- dijo sacándole la lengua y le cogió el libro que tenía en la mano

-          Eh tu regrésame eso

Anael empezó a perseguir a la hada por todo el bosque, esta corría feliz. Finalmente la alcanzo y se abalanzo sobre ella tumbándola. Ambos rodaron en el piso. Ella aun sostenía el libro en su mano. Anael intentó quitárselo pero aun así no podía. Luego ambos rieron por un momento, seguido de un silencio tenso. Se miraron un momento, perdiéndose en la mirada del otro. Entonces el la beso y se fundieron en un fuerte abrazo. Ella le agarro fuerte y el acaricio su espalda. El ritual estaba a punto de empezar. Cada una de sus prendas se fue desprendiendo rápidamente, alejándose de aquellos cuerpos en punto de explosión. Las caricias invadieron cada centímetro de piel, los besos se reprodujeron coquetos, risueños por el cuello y el abdomen. Y el bosque callaba ante el poder de lo sagrado, aquel espacio que no se puede tocar, ni traspasar. Ambos llevaron su amor a ese lugar donde las estrellas explotan y el deseo se libera. Y así, cuando ella, encima de él, en un último gemido llego al orgasmo, pudieron sentir que la vida y la muerte eran una y que a pesar de todo en medio de la inmensidad del bosque y del mundo, estaba el otro, aquel otro con el cual hoy se fundía. Ese otro que ambos habían jurado por siempre amar. Ese otro por el cual valia la pena intentar sacar las alas y empezar a volar.

Jugaron todo el dia juntos, corrieron, leyeron, bailaron, se sintieron dichosos, felices y desearon que aquel instante durara para siempre, que no se acabara aquella pasional tempestad. Al rato volvieron a hacer el amor y se quedaron dormidos. Por ese momento no pensaron en el mañana y años después recordarían aquella noche como única e inigualable, como un momento que en definitiva había marcado sus vidas, un punto de quiebre en un inmenso trayecto de encuentros y desencuentros, de una vida que aún le faltaba mucho por resolver. Al llegar el otro dia Anael despertó a Lithuviel con un profundo beso.

-          Debo irme, mi hada…

-          Pero…

-          Volveré, lo juro- dijo sonriente- Y la próxima vez que nos veamos estaremos juntos para siempre

-          No prometas cosas que no sabes si podrás cumplir- dijo el hada con una sonrisa triste

-          Ya veremos- dijo Anael seguro

Luego la abrazo y le beso

-          Te amo

-          Yo a ti

Se fue corriendo en la lejanía y antes de marcharse mando un beso con su mano que fue atrapado por el hada y colocado en su corazón. Anael volvió al pueblo. Empezó su jornada laboral como si nada, ayudando a su madre. No obstante noto algo extraño. Su madre lloraba y no se concentraba en lo que hacía. Se preocupó un poco entonces por el problema que la madre pudiera tener. Intento hablar con ella. Pero la madre salía con cualquier excusa y lo mandaba a hacer algún recado u ocupación. Intento entonces olvidar lo que sea que pudiera estar pasando y pensó que tal vez pronto se le pasaría. Cuando caía ya la tarde, se acercaron cuatro soldados bien armados a su puesto de mercado y miraron a la madre como esperando su autorización. Sus gestos eran estoicos y poco emocionales, como si hubieran aceptado ya, ser parte de esa rueda del infortunio que es la guerra, que no puede detenerse, solo colapsar.

-          ¿Qué significa esto madre?- pregunto Anael preocupado.

-          Te iras con ellos

-          ¿De qué hablas madre? Solo tengo 17 años no esperaras que…

-          Lo siento hijo…es por tu bien…

Los soldados rodearon y agarraron a Anael

-          ¡Madre por favor! ¡Noooo!

-          Servirás a tu patria y a tu dios, a ver si se te quitan esas ideas que tienes…y te alejas del demonio fuente de todo mal- dijo la madre con lágrimas en los ojos.

-          NOOOO

Anael intentaba safarse de los soldados pero fue inútil, fue subido en un pequeño camión y transportado lejos. Lejos de todo, de la vida, de su sueño y de Lithuviel, de una promesa de amor y de un fuego que pronto se convertiría en cenizas, antes del anochecer.
 

Habia pasado dos semana ya y Anael no aparecia por el bosque. Lithuviel no entendía que pasaba. Luego de aquel momento mágico que habían pasado juntos. ¿Se habría olvidado de ella? ¿Qué paso con todos esos trayectos y juegos que juntos habían compartido? La vida en el bosque había cambiado. El silencio, un ocaso angustiante ocupaba todo. Era como si el bosque poco a poco aceptara resignado su destino. Lithuviel estaba sumergida en un pozo de tristeza, sus cantos ya no se escuchaban, sus bailes ya no eran admirados. Su presencia antes llena de color, ahora pasaba desapercibida. ¿Dónde había quedado el canto y la sonrisa? ¿La lluvia que los alimentaba cada día?. ¿Dónde había quedado ese sol que antes brillaba y que hoy estaba marchito? ¿Por qué la luna se escondía, temerosa y anhelante en aquel cielo maldito? Solo quedaban lágrimas y anhelos, lagrimas que caían lentamente como gotas al arrochuelo.

Pero ese mismo día Lithuviel sintió una presencia, ¿Seria Anael que regresaba triunfante? No pudo dejar de ocultar su alegría. Pensó en regañarle juguetonamente por faltar, luego le cantaría un poco, luego irían a jugar, luego harían el amor, luego bailarían bajo las estrellas antes de caer dormidos en un fuerte abrazo que reconforta el corazón. Pero cuando se asomó escondida en un árbol, vio lo que parecía un soldado. No le conocía. El soldado oteo el horizonte pensativo. Luego se rasco la cabeza. Entonces dejo lo que parecía ser una carta en el suelo. Luego se retiró profiriendo algunas maldiciones. Lithuviel se acercó y recogió la carta. Luego leyó detenidamente, como le había enseñado Anael:

Estimada y amada mía,

Sé qué hace tiempo que no sabes de mí y no sabes lo que ello me tortura. No sabes cuanto te extraño. Cuando deseo estar a tu lado. Pero acontecimientos recientes me han obligado a partir lejos, hacia tierras muy lejanas. Hoy es el último día que estaré en el pueblo y estoy encerrado en un cuartel sin poder salir. No sabes cuánto te he pensado. Cuanto te he llamado en la noche con la vana esperanza de que tal vez aparezcas y alumbres un poco mis delirios nocturnos. La gran guerra está a punto de empezar, nadie sabe cuánto durara, ni cuáles son los destinos que están inscritos. Tengo miedo de perder tu amor y de que el fuego de aquel sueño que juntos construimos se apague, se disloque. Pero sé que de alguna forma mientras sigamos soñando del amor vivirá, quizás se transforme, pero allí seguirá. Por ello, quiero reiterarte mi amor, mi eterno deseo de jugar siempre a tu lado, de seguir buscándote entre los árboles y bailando en el claro mientras llega el anochecer. Mi deseo de dormir abrazados, de bañarnos en el lago desnudos, de escuchar las viejas historias de los arboles, de vivir siempre juntos.

No sé cómo salir de ésta, supongo que buscare la forma y espero que pronto podamos reencontrarnos. Por ahora, intentare encontrar un medio como este para seguir escribiéndote. No se cómo, pero lo hare. Deséame suerte en el campo de batalla, pues siempre que cargue el fusil pensare en ti como mi eterna niña del bosque, que con su sonrisa deposito siempre los más bellos sentimientos y deseos en mí. Mientras regreso, no quiero que llores o sufras. Vive, vuela, sigue cantando. No te opaques. No te marchites. No dejes que muera lo más lindo de ti. Siempre serás mi adoración.

Te ama,

Anael.

Lithuviel soltó la carta. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se recogió a sí misma, triste y vacía. Sus lágrimas cayeron en el tronco de un árbol, formando un pequeño riachuelo. Lobo quien estaba cerca se le acerco. Intento alegrarla. Le lamio con su lengua, le ponía su patica. Pero Lithuviel estaba inconsolable. Y las lágrimas fluían y fluían, caían lentamente en un suave repicar. El rio seguía transcurriendo y el bosque se tornaba oscuro, marchito. El viento empezaba a soplar con fuerza y la lluvia no tardó en llegar. Un olor a nostalgia y melancolía se respiraba en el aire y se sentía en el ambiente un dolor que rasguña, un terrible palpitar. Lobo aulló triste y se acurruco junto al hada que en aquel momento solo era tristeza, solo era un fragmento de un abismo, un sol que estaba a punto de eclipsar.

Así transcurrieron varios días. El clima no mejoro. La gente del pueblo no se atrevía a entrar al bosque. Lithuviel seguía allí. En su misma posición fetal, consumida por la tristeza. Lobo la cuidaba, le llevaba comida. No se rendía buscando animarla. Lobo intentaba bailar, correr, jugar. De vez en cuando lograba sacarle una pequeña sonrisa. Otros animales, conejos, musarañas, arañas, mariposas, ardillas, zorros, búhos, azulejos, lagartijas se acercaban de vez en cuando e intentaban consolara. Pero a pesar que eran bien tratados por la elfa. Esta seguía taciturna y silenciosa. Al final de aquellos días, siempre se quedaba dormida con Lobo al lado, durmiendo mucho y otra vez, esperando encontrar en el sueño quizás, una respuesta, una esperanza o una nueva oportunidad.

Cuando llego la primavera y se acabó el invierno se tendió sobre bosque una amenaza más grave que la partida de Anael. Los humanos siguieron talándolo y cada vez morían más animales y árboles. Al principio el motivo era obtener materia prima para hacer armas para la gran guerra. Pero los humanos fueron obteniendo cada vez más excusas. Una industria temprana empezaba a crearse en el poblado que cada vez se expandía más y más.Ejércitos de hombres llegaban en un día con sus hachas y acababan con la vida de toda una zona de árboles del lugar. Los animales temerosos, sin poder oponer resistencia huían. En lo más profundo del bosque, un suspiro y un lamento se escuchaban de vez en cuando sobre todo a la media noche con profundo dolor. Poco a poco aquella alegría que había caracterizado al bosque se esfumaba, ni siquiera la primavera traía ya nuevos colores. El ambiente estaba cargado de una terrible desolación y de un dolor que brotaba de la tierra en forma de latido, en forma de lluvia, en forma de triste canción. ¿Qué esperanzas quedaban para el bosque? Más que observar su lenta y terrible caída, su decadente devenir.

En el fondo, en el centro de todo, Lithuviel cantaba, pero ya no era una canción alegre, sino marcada por un profundo dolor:

 

A donde te fuiste azulejo

A donde loquillo, poeta cantor

No te encuentro, no me encuentro

Ya no suena esa canción

 

Ya no hay calor en el nido

Ya no hay lluvia de besos

Y melocotón

Que sea escenario de nuestro baile

De nuestro juego

De dos para dos.

 

La lei la lei la laaa

Hoy empiezo a bailar sola

La lei la lei la laaaa

La melodía del silencio

De la ausencia de tu voz

 

¿Quién jugara conmigo?

¿Quién me buscara detrás del sol?

Sera el viento o la ardilla traviesa

Será el rayo o el impulsivo lirón

 

Devenir piedra, devenir cenizas

Desaparecer en la aurora matinal

Lo que quede fragmentado

En mi canto, en tu canto

En tu sonrisa

Será enterrado en la tierra

Alli donde cae una estrella fugaz

 

La lei la lei la laaa

Hoy empiezo a bailar sola

La lei la lei la laaaa

La melodía del silencio

De la ausencia de tu voz

 

Los lobos tiemblan

Los lobos aúllan

Piden sangre, tienen hambre

Tienen frio, sienten dolor

 

La manada está incompleta

Las mariposas sin color

Ya no vuelvas, vuela lejos

Yo me quedare en el desierto

La leilalulalulaleilalalaaa

En el desierto del silencio

De la ausencia de tu voz

 

Así pasaron varias noches de desvelos y desvaríos. De mucho dolor. De pesadillas terribles donde aparecían seres luminosos con afiladas espadas y rostros siniestros. El tiempo se había perdido y cada día parecía ser igual que el siguiente. Lithuviel se consumía lentamente y empezaba lentamente a desaparecer, a hacerse imperceptible. Pero un buen día, mientras estaba recostada acobijada con una pequeña hoja y paraba de llover vio algo que la impresiono. Lo primero fue una pequeña hormiguita que se subió por encima de su cuerpo. La puso en su mano. La hormiguita la miro inquieta, juguetona, como si se riese. Ella era capaz de detectar eso. Lithuviel intento sonreír pero nada le salió. La hormiguita se bajó de su cuerpo y le trajo una pequeña hojita, como pensando que así podría animarse. Lithuviel no pudo evitar ahora sonreír. Entonces la hormiguita se fue y volvió con otras hormiguitas y le trajeron cada una hojita, formando un pequeño montículo. Ella lo comprendía, sabía el sacrificio de las hormiguitas por alegrarle, sabía lo que pesaba cada hoja y sabia que aquello era parte de su trabajo diario para sobrevivir. Agarro una de las pequeñas hojitas y se la metió a la boca.

Entonces lo comprendió, lo entendió, sin necesidad de leer ningún libro para ello. La importancia del flujo de la vida, lo indispensable que era cada uno de los amigos. Como trabajando en equipo se podían lograr grandes cosas, como no estaba sola y el bosque seguía a su alrededor cuidándola como un padre solidario. Lamento su egoísmo y haberse preocupado tanto por sus propias frustraciones. Ella era más que un hombre, que un nombre o un lamento. Era Lithuviel. Lithuviel, Lithuviel, la de los ojos mariposados. Guardiana, protectora y amiga del bosque. Era momento de reafirmar la vida, de protegerla. Cada una de las criaturas del bosque era grande, valida, tenía todo un universo en cada uno de sus trayectos, un universo por proteger. ¿Quién era ella para ignorarlo? ¿Seguiría allí marchitándose mientras el bosque moría a ritmo lento y silencioso? Despues de todo Anael solo había sido un punto más en su historia y esta tenia aun muchas nuevas aventuras por traer. Hoy sus amigos la necesitaban más que nunca, habría quizás otro día para llorar. Agradeció a las hormiguitas y les canto un poco. Las hormiguitas bailaron con su canción.

Se paró de su puesto y llamo a lobo, el cual acudió presuroso a su llamada. Luego Lithuviel se dirigió al centro del bosque, a donde quedaba un pequeño claro rodeado por unas antiguas ruinas de un antiguo templo. Allí saco una ocarina que guardaba y empezó a tocar una melodía. Esta era suave, pero extrañamente se movía como un eco en el bosque. Era una suerte de llamado, de llamado ancestral. Los conejos se inquietaron en sus madrigueras, las ardillas dejaron de acumular nueces, los zorros dejaron de perseguir por un momento su presa, los estorninos se agitaron en sus nidos, los azulejos detienen su coqueto vuelo, los sapos brincan en sus estanques, las libélulas detienen sus danzas nocturnas, las zarigüeyas empiezan su lento caminar, las mariquitas vuelan inquietas, los lobos emiten un certero aullido, el bosque entero empieza a caminar. Todos se dirigen al centro ancestral, todos responden a la llamada de Lithuviel, todos quieren ser parte de lo que ella tenga que decirles. ¿Qué será aquello que la linda hada de cabellos verdes les depara? No lo saben, pero ella es la protectora del bosque y si los llama es por algo. El centro se llena pronto de animales y alrededor de Lithuviel hay toda una asamblea de animales. La sesión esta por empezar.

Lithuviel los mira a todos detenidamente. Todos la miran con añoranza. A su amiga, su eterna amiga. La hada de cabellos verdes se empezó dirigiéndose a los que consideraba sus amigos. El idioma en que hablo era bastante extraño, un idioma antiguo. No estaba conformado por palabras, sino por silbidos, cantos y guturales.  Hablo de viejos sueños compartidos, de juegos y correrías, hablo del aullido del lobo, del trabajo incesante de la ardilla, del alto vuelo del águila, del canto nocturno de la lechuza. Converso acerca del maullido del gato silvestre, del bello canto del ruiseñor, del aleteo de las mariposas, de los secretos de los árboles y la aurora. Hablo de ella misma y de su amor por el bosque, por cada uno de ellos a los que consideraba sus hermanos, compañeros de juegos, bailes y aventuras. Concluyo hablando del fluir del agua, de los ríos y las cataratas.  Fluir que es la vida misma que transcurre a través de cada uno de ellos, cuerpos hechos de agua, fuego, tierra y viento. La vida en su máxima expresión y valor, la vida que hay que afirmar y proteger. Los animales conmovidos, la rodearon con cariño y afecto. Hoy su hermana los necesitaba. El bosque entero los necesitaba. Entonces Lithuviel hablo de magia y música, de un plan impecable. Las mismas estrellas serian su guía y baluarte.  Los animales prestaron atención, asintieron y empezaron a graznar, aullar, ladrar, maullar, ulular, cantar, brincar, picotear, aletear todo en apoyo de la hada de verdes cabellos. Luthuviel los miro y se le iluminaron los ojos. No pudo evitar que una pequeña lágrima se asomara en su ojo izquierdo. Pero no era una lágrima desertora de la oscuridad, era un lagrima que abría un camino de esperanza y felicidad.

Entonces se prepararon. Lithuviel misma dirigió la operación- recuperación del bosque. Ella paso varios dias entrenándolos sobre lo que debían hacer. Les dio algunas lecciones. Les indico la posición que debían tomar. Desde el más grande de los lobos hasta la más pequeña hormiga le prestaron atención y obedecieron. Era su última esperanza. Entonces finalmente llego el día, todo estaba preparado. Todos estaban algo asustados, pero depositaron su fe en Lithuviel. Ella nunca les había fallado.  Un ejército de leñadores llego con sus grandes hachas y sierras. Era hora de empezar a trabajar. La nación necesitaba madera para la naciente industria y los pueblos y ciudades empezaban a expandirse. No había lugar para bosques. El bosque no era más que un estorbo, un borron que había que hacer en el mapa natural en bien del progreso humano. ¡Que importaba que unas cuantas ratas y búhos se quedaran sin casa! Era la ley de la vida y el hombre se sentía rey. Se armaron entonces los leñadores y se prepararon para combatir con un enemigo desarmado que solo se defendía con pequeños e imperceptibles latidos de clorofila. La tala debía continuar. Alzaron sus hachas y se prepararon para dar el golpe. Entonces una voz proveniente como de algun lugar lejano de la tierra grito: “¡ALTO!”. Los leñadores se miraron sin entender que pasaba. Entonces una voz hermosa y melodiosa femenina les dijo: “El bosque está dolido. El bosque está muy triste. El tiene algo que deciros…”. Uno de los leñadores el más obeso y charlatan grito: “¡No tenemos tiempo! No nos pagan por escuchar discursos. Quien quiera que seas, retiraos y dejadnos trabajar”. “Así que eso pensáis” Respondió triste la voz femenina “Pues yo misma me encargare de cultivar orejas para que mi voz llegue si es necesario más allá de las montañas. ¡Escuchad humanos ingratos el lamento del bosque!”. Entonces, para sorpresa de todos, en ese momento todos los animales empezaron a cantar. Se escuchaba un coro conformado de maulladas de felinos, aulladas de lobos, ululadas de búhos, canticos de pájaros, grazneos de cuervos, chirridos de grillos. Todos los animales habían iniciado una canción en perfecta armonía. Los leñadores se miraron sin saber qué hacer. El gordo y obeso que parecía ser el capataz les gritaba que empezaran a trabajar e ignoraran el cantico. Pero ninguno le prestaba atención, todos estaban absortos en la melodía. La cual dio un giro de particular crescendo y entonces una voz triste de mujer empezó a cantar:

“Hubo un tiempo que fui verde

Brillante y lleno de paz

Se posaban los azulejos

En mis ramas verdes y blancas

 

Me extendía por la tierra

La roca y el mar

Estaba lleno de cantos

Historias y silencios

De lluvia y hojas verdes

De sueños por forjar

 

Y tu venias a mi

Te acobijaba con mi hoja

Tu venias a mi

Duerme duerme mi pequeño

Duerme duerme mi niño de mota

 

Alimente con frutas, verduras y carne

Tu hambre insaciable

Humana e irreal

Te proporcione mi piel y mi cuerpo

Para crear el fuego

La aurora y el calor del hogar

 

¿Qué paso entonces?

Por que hoy solo veo

Rostros afilados

Palidas cuchillas

Tu odio

Tu traición de metal

 

Dime, ¿no era así?

 

Que venias a mi

Te acobijaba con mi hoja

Tu venias a mi

Duerme duerme mi pequeño

Duerme duerme mi niño de mota

 

Extraño los tiempos en que eramos amigos

En que jugabas con ardillas

Y te escondias detrás de un robledal

Yo te contaba historias

Te consentía y bailábamos toda la noche

Antes del regaño de mama.

 

Hoy ya no queda más que un último lamento

De martín pescador

Una lagrima verde de clorofila

Ante tu violencia atroz

 

Pero no puedo odiarte

Solo amarte de verdad

Siempre puedes venir

Y jugar una vez más

Duerme duerme mi pequeño

Duerme duerme mi niño de mota

 

La voz era hermosa, suave, melodiosa. Los leñadores se quedaron en silencio, lloraron. Recordaron sus raíces, su infancia, el valor del bosque. Sintieron vergüenza de sí mismos y soltaron las hachas, depusieron sus maquinas de destrucción. Solo el capataz parecía no ser afectado por la melodía. Pronto los obreros se dirigieron al bosque, algunos pidieron disculpas otros incluso abrazaron a algunos de los arboles. El capataz estaba furioso. Les grito a todos que estaban despedidos, que no obtendrían absolutamente nada de su paga. Tomo un hacha y se dispuso a talar los árboles. Se acerco con furia y se dispuso a dar el gran golpe. Entonces sonó un fuerte crujido. Todos pensaron que el capataz había tocado el árbol.  Pero no era así, su hacha yacía en el suelo. Su mano estaba siendo sostenida por varias aves que le imposibilitaban el movimiento. Sus pies eran detenidos por varias ardillas, lirones e insectos. El capataz maldijo. No podía moverse. Pronto se empezó a abrir un enorme agujero en la tierra cerca al árbol que había intentado cortar. Las raíces se abrieron. El capataz intento luchar con todas sus fuerzas pero fue inútil. Fue empujado al agujero y allí el bosque mismo le castigo por su osadía. Desapareció en medio de la tierra y las raíces, se convirtió en parte del bosque que tanto odiaba y nadie supo nunca nada más de él. El mismo había forjado su propio destino, su propio desaparecer.

Algunos obreros y leñadores salieron corriendo, otros hicieron una reverencia y se retiraron en silencio. Se retiraron poco a poco, abandonando sus maquinas de destrucción, maquinas que en el futuro se llenarían de flores silvestres y fauna del bosque. Se convertirían en el monumento a una victoria del bosque sobre el hombre, sobre sus prejuicios y ansias de destrucción. Lithuviel y los animales empezaron su celebración, se abrazaron, cantaron, bailaron. Juntos, habían salvado el bosque. La música, los juegos, la alegría se apodero del bosque, que solo por esa noche se mostro inquieto, lleno de vida. Hasta los arboles en su posición estática, parecían moverse al ritmo del viento y unirse alegremente al cantico de los búhos y los grillos. Entonces Lithuviel se sintió llena, sintió que no necesitaba más que su bosque y su libertad. Que sus alas eran inmensas, que tenía muy buenos amigos y que allí siempre encontraría al menos un minuto al día de completa felicidad.

Los leñadores y obreros cuando llegaron al pueblo dijeron que el bosque estaba maldito, contaron la historia del capataz y dijeron que por nada del mundo levantarían un hacha de nuevo contra él. Las compañías madereras y armamentísticas que veían en el bosque una fuente  de recursos constante tuvieron que buscar otros lugares. Porque la leyenda del bosque se extendió por muchos países y tierras. Entonces todo el que llegaba tenía miedo y los pocos atrevidos eran mal recibidos en el pueblo y en los lugares cercanos debilitando su voluntad. El bosque fue bautizado entonces como el bosque “canto-viento” porque todos habían escuchado aquella hermosa voz femenina que cantaba, pero nadie había visto su procedencia. Sospechaban que el viento mismo se había confabulado para proteger al bosque, los animales y su tierra. Sospechaban que había una fuerza muy poderosa y sagrada que protegía el lugar.

Así pasaron varios años y la leyenda perduro. La gran guerra al fin se había terminado y los soldados regresaban a sus casas sedientos de un abrazo de sus madres o esposas, con deseos de una pizca de hogar. La madre regresaba del trabajo cuando lo vio y soltó los talegos de la venta por la sorpresa. Anael estaba allí parado, completamente barbado e irreconocible. Su viejo uniforme militar estaba desgastado y roto. Su carabina sucia y sin una bala más por disparar. Pero la mayor sorpresa que se llevo su madre es que no venia solo, estaba acompañado. Una mujer muy bella le acompañaba, parecía una princesa oriental. Su madre en un primer impulso fue a abrazarle, pero la respuesta de Anael fue fría. La madre le miro a los ojos, pero estos estaban llenos de una tristeza inconmensurable. El simplemente se remitió a decir en un tono bastante apagado: “hola madre, he regresado”. A la madre se le salieron las lágrimas. Pero su hijo no tenía esa gran facultad que es el olvido y no le había perdonado su error. Estuvo un momento en silencio y pensativo. Luego artículo: “Madre, te presento a mi esposa Anishka”

La forma en que Anael había conocido a Anishka era bastante peculiar. Cuando el ejército del norte ataco el pequeño pueblo de Xalai, en el suroeste del imperio la carnicería fue terrible. Los soldados fueron fieros y vengativos. Todos estaban sentidos por lo que había sufrido la capital del país de Trancia y los abusos de la ocupación. Los soldados saquearon, humillaron, destruyeron. Las mujeres que estaban solas fueron sometidas a violaciones y los peores improperios.  Anishka era una mujer de aquella ciudad, estaba en un rincón temblando ante el asedio de cuatro soldados ansiosos de poseer su cuerpo virgen. A Anael le había dado asco lo que sus compañeros hacían y los había enfrentado directamente. Los cuatro se fueron a golpear a Anael por su desafío. Pero a Anael los años de la guerra y la experiencia sufrida lo habían hecho más fuerte. Ninguno pudo golpearle, apenas le rozaron la cara. Con fácil agilidad se deshizo de cada uno de ellos. El último intento correr y agarrar su arma para dispararle. Pero Anael fue más rápido y le disparo en la pierna inmovilizándolo al instante. La mujer lo miro entre sorprendida y con miedo. Anael se acercó a ella y le tendió su mano. La mirada del soldado era triste, había un dolor en ella innombrable, que le consumía por dentro, que quemaba los cimientos de su interior

Anishka resulto ser una mujer muy inteligente, una chica solitaria que le gustaba ir mucho a escondidas a la biblioteca de su pueblo a leer. Significo un poco de color para Anael, en medio de una urbe en ruinas, acompañada solo por el humo gris. El la protegió, le busco un lugar donde pudiera escónderla. Le gustaba ir a conversar con ella, comer en su casa, hablar de literatura, filosofía y arte, de pequeños acontecimientos cotidianos. Le llenaba lentamente, le daba felicidad. ¿Habia olvidado a Lithuviel? No, no era así. Pero el tiempo y la lejanía pesaban, los sentimientos eran cambiantes y la vivencia de la guerra había cambiado su percepción de la vida y de las cosas, lo había vuelto menos soñador, más escéptico y meditabundo. Ahora se preocupaba más por el presente, que por el futuro, ahora creía más en lo cercano, en lo intermitente de lo real. Entonces entre tantos abismos encontró un refugio en Anishka y ella significo para el ese escape que necesitaba, una luz en medio de la oscura caverna donde se juntan las sombras de ruinas y cadáveres mutilados, un solar donde podía acostarse una vez a la semana a mirar las estrellas y descansar en paz.

Asi fue que decidieron casarse y ahora que la guerra había terminado Anael la había traido a conocer a su madre. La cual se alegro de ver a su hijo casado y más maduro. Pero el no mostraba la misma alegría, el mismo no había olvidado que en parte toda esta experiencia había sido su culpa. Ella lo había obligado a transitar ese camino de dolor y crueldad. Pronto se establecieron en el lugar y montaron una pequeña escuela, en la que Anael y Anishka esperaban cultivar en las mentes jóvenes ideas para que no se repitiera un conflicto tan sangriento y destructivo como el que les había tocado vivir. Un día por la tarde, Anael nostálgico decidió recorrer el bosque e invitó a su esposa. Caminaban tomados de la mano, mientras cantaban una bella canción. Anael no se había olvidado de Lithuviel, pero sus recuerdos al respecto eran vanos y escasos. Pensó que tal vez la encontraría de nuevo en el bosque, la saludaría y le presentaría a su esposa. Era lo menos que se merecía, saber que había sido de su viejo amigo. Anael pensaba que ella también había hecho su vida y que el tiempo irremediablemente los había llevado por caminos irreconciliables. Pero que ello no impedía un encuentro, volverse a ver.

Intentó llamarla. Pero el bosque solo le respondió con un sonoro silencio. ¿Lo había visto Lithuviel? Por supuesto. Ella estaba allí, detrás de un árbol y los observaba atentamente. De su rostro solo salió una lágrima, de alguna forma ya se lo había imaginado.  Una sola lagrima cargo con ese dolor acumulado por años y meses, que recordaba un beso y un abrazo dados en otros tiempos, pero que ahora era un recuerdo tan lejano, que no le costó marchitar. Entonces ella sonrió y comprendió. Hace mucho que lo sabía. El bosque y ella ahora eran solo uno. Ella representaba los viejos tiempos, la magia, la fantasía y la lluvia de lo inefable. La chica que acompañaba a Anael era lo nuevo, aquel espíritu curioso y racional, el nuevo mundo que se aproximaba, que buscaba el conocimiento y la paz. Lithuviel sintió entonces que solo había vivido en la mente de un joven miedoso que solía esconderse en el bosque para poder leer. Ese era el joven que había amado y ese definitivamente no era la persona que se encontraba al frente de sus ojos mariposados.

Pero había algo más que le causaba una profunda felicidad. Ella no le necesitaba. Era libre, tenía sus propias alas. Ella había bailado bajo crepúsculos ancestrales, había pintado las estrellas en un lienzo de hojas, había corrido con lobos y conejos por paisajes antiguos y desconocidos. Ella era el espíritu del bosque, etéreo e inmortal. Tenía buenos amigos, tenía un hogar único. A partir de ahora, ella tenía sus propias alas y podía vivir con ella misma. Era consciente de su magia y de su poder, de su canto, de sus vuelos nocturnos, donde no hacía falta más que una sonrisa, un baile, buenos amigos y una buena canción para escuchar. Lo demás, entraba en el imperio de lo que sobra, de lo que entra en las puertas del olvido, de lo que fue y nunca será.

Así decidiera salir de su escondite el ya no la vería, ambos habían cambiado, el cielo era ya de otro color. Lithuviel se retiró en silencio pasando a su lado, sin que le vieran, dejando una pequeña hoja de roble, solo una, que recordaba un instante, un anochecer que alguna vez fue. Anael la recogió, la reconoció y la miro triste, un viejo temblor se apodero de su piel. Sus nombres estaban inscritos en aquella verde piel. Luego la soltó y se la llevo el viento, como esta historia que termina, inesperadamente, en un adiós y en un volver.

 

 

 

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