LITHUVIEL
Adormecida en el
bosque, acobijada con las hojas y el rocío matutino, vive la dríade- hada
Lithuviel. Juguetona, solitaria, libre, le gusta hablar con los pájaros, bailar
en los claros y mirar las estrellas cuando llega el anochecer. Allí, forjar
trayectos extraños o brillantes melodías, que le roba a las estrellas y que
canta todos los días con su voz encantadora, que seduce y trastorna a cualquier
impávido que se acerca al centro del bosque. Pero estos atrevidos, chocan con
una pared, pues cuando persiguen al hada, la visualizan con su vista humana,
incoherente y poco dada al designio feérico, a la magia y a demasiados
razonamientos. Por ello, siempre que se acercan ella desaparece, dejando una
estela celeste, brillante y de paz. Entonces aquellos hombres en la noche
sueñan con ella. Preguntándose si algún día la volverán a ver.
Ella conoce, la
historia de cada árbol, de cada animal y con ellas se alimenta, con ellas crea
su acontecer. El conejo, el zorro, el sapo y el erizo acuden a ella en busca de
consejo,
ella los escucha pacientemente y siempre tiene una o dos palabras
tranquilizadoras que decir.
Los enormes pinos y robles la cubren como padres ansiosos y protectores,
cuidando a su niña de los peligros del afuera, de la no-magia, del abismo de lo
real. Se podría decir que Sabiduría y Juego, se cruzan en Lithuviel, quien
parece una niña, pero una niña cuyos cabellos no paran de crecer.Porque si algo
permite reconocer a Lithuviel es su enorme y largo cabello, que crece y crece,
cruzando las arboledas, los arbustos, las ramas y los riachuelos. Se llena de
hojas, insectos juguetones y un verde profundo, aquel verde del bosque, que
representa a la vida y al sueño, a la lluvia y lo que nace en la tierra, cada
amanecer. Dicen que sus ojos parecen dos mariposas que aletean rápidamente
cuando es feliz, que vuelan contra el viento y se pierden en la lejanía, allá
donde ningún sentido humano lo ha podido conseguir.
Asítodo hubiera
continuado, hasta que algo irrumpió en la vida de Lithuviel, una fuerza que
jamás espero la trastocara, una fuerza poderosa y destructiva, la fuerza del
amor. Pero no un amor cualquiera, sino ese amor abrazador que quema y arde en
alma con un profundo ardor. Lithuviel era ignorante de estas cuestiones. Su
vida se remitía solo a canticos nocturnos, bailes ensoñadores y baños de
cristal. Esto cambiaria un día, tal vez fue una tarde de mayo ¿o abril?, en que
la pequeña lithuviel jugaba con su amigo lobo en el claro, corriendo y haciendo
carreras. Ambos se reían y lobo aullaba feliz. Lobo era su principal protector.
Su madre había muerto en manos de un cazador. Lithuviel lo había recogido y
cuidado como si fuera su propio hijo. Ahora que había crecido se había
convertido en su principal amigo y protector.
Luego decidieron
jugar a los escondites. Y lobo se escondió debajo de un arbusto cerca al claro.
Quería ponérselo difícil a Lithuviel que siempre lo encontraba fácilmente. Ella
conto hasta diez y luego se puso a buscarlo. Se dio cuenta que lobo se la había
puesto difícil y no pudo evitar reírse. “lobo, lobito, lobo, ¿Dónde estás? Que
yo te adoro” Pero lobo no salía, no caería en la trampa fácilmente. “Lobo,
lobito, lobo, ¿Dónde estás? Que yo te adoro”. Suspiro. Luego escucho una voz.
“¿Hay alguien ahí?” pregunto una voz masculina. Lithuviel se asustó y procedió
a esconderse detrás de un árbol. Se encontró con un muchacho con un libro,
parecía ser joven, no debía tener más de diesiciete años de edad. El muchacho
repitió la pregunta. Nadie respondió. Cansado y al parecer bastante preocupado
se sentó en una roca.
Luego empezó a
cantar una pegajosa canción. Una canción que hablaba de un gato que jugaba con
un pato en el borde de un lago. La melodía era alegre. Pero extrañamente el
joven no parecía sonreír. Al contrario, dos enormes lagrimones salían de sus
ojos. Mantenía los puños cerrados y su actitud denotaba un profundo dolor.
Lithuviel no pudo evitar compadecerse del joven. Reconocía cuando alguien tenía
buenas intenciones y era de buen corazón. Así que lentamente se acercó a él y
poso su mano en su hombro. El joven asustado se cayó de la roca donde estaba
sentado al suelo. Por poco decide emprender la huida, pero se quedó hipnotizado
y estático ante la presencia de Lithuviel. Lo fascinaba su belleza salvaje,
aunque más allá de ello la presencia de ella le producía una sensación de paz y
tranquilidad.
-
Calma…, no pienso hacerte daño-
dijo ella suavemente
-
¿Quién? ¿o que eres? ¿Dónde
estoy?- pregunto sin levantarse
-
Son demasiadas preguntas, ¿no
crees?- dijo el hada sonriendo- Por ahora te responderé una, mi nombre es
Lithuviel.
-
Yo…mi nombre es Anael- dijo
reponiéndose un poco - Vivo en la aldea cerca al bosque, no recuerdo haberte
visto nunca por aquí
-
Tal vez no has sabido mirar
correctamente- dijo aleteando sus ojos
-
Je, supongo, eres…muy bella
-
Gracias- dijo ella sonriendo,
luego cambio su gesto-¿Por qué estas triste?
-
Yo…
-
Puedes confiar en mi- dijo
aleteando de nuevo sus ojos- yo guardare tu secreto y si puedo te ayudare.
-
No sé porque te cuento esto-
dijo dubitativo aun- pero bueno… Mi padre murió el día de ayer y solo ha pasado
un día, pero siento que lo extraño tanto…
-
Oh, lo siento, y- dijo e hizo
una pausa- ¿porque no estas con tus amigos? ¿con tu familia? No es un buen
momento para estar solo en el bosque.
-
No tengo muchos amigos- dijo
triste Anael- mis únicos amigos, son tal vez mis libros…nunca creí que me
encontraría con alguien como tú.
-
¿En verdad?
-
Pero en el fondo de mi corazón
tal vez lo anhelaba…
-
Si, creíste en ello y por eso
estoy aquí hoy, ¿y sabes qué? Si quieres puedo ser tu amiga
-
¡Eso me gustaría mucho!- dijo
el muchacho animado de repente
-
Y lo primero que haré como
amiga es esto…
La hada abrazo
fuertemente a Anael, este abrió los ojos sorprendido. Aquel abrazo le lleno de
todo tipo de sensaciones fuertes, pero sobre todo un poco de la sosiego que su
alma anhelaba. Se sentía alegre, feliz, como si pudiera levantarse y volar,
como si toda la tristeza se esfumara en un parpadeo, en un segundo, en un
palpitar.
-
Gra, ¡Gracias!- dijo con una
sonrisa
-
Siempre podrás contar conmigo-
dijo el Hada sonriente
En ese momento,
se escuchó un aullido. Era lobo que había regresado y no estaba muy contento
con la escena que se le presentaba. Pensó que su amiga Lithuviel estaba en
peligro y actuó en consecuencia. Preparó sus garras y sus fauces se abrieron
amenazantes dejando ver cada uno de sus dientes. Anael sintió miedo.
-
¡Lobo no!- grito Lithuviel- ¡Es
mi amigo!
Pero lobo ya se
disponía a atacarle. Anael no tuvo más remedio que huir. Lobo le siguió.
Lithuviel desesperada se fue detrás de lobo gritándole que se calmara. Lobo
logro dominarse al fin y retrocedió. Pero ya era demasiado tarde. Anael había
huido lejos. A pesar de ser muy desapegada a los humanos y las cosas, Lithuviel
no pudo evitar sentirse triste. Lobo se acercó a donde estaba y al verla triste
no pudo evitar sentirse compungido. Así que acerco su cabeza cabizbaja y empezó
a lamer al hada, quien seguía sumergida en su tristeza. Lithuviel perdono a
lobo, pues comprendía que sus intenciones habían sido buenas. Pero, ¿Qué
pasaría con aquel chico? ¿Volvería al bosque? ¿se encontraría otra vez con su
nuevo amigo?
Pasaron varios
días y el muchacho no volvió a aparecer por el bosque. Lithuviel se puso entonces algo triste, pues le hubiera
gustado ver al chico de nuevo. No obstante, sus amigos los animales del bosque
y especialmente lobo intentaban hacer lo posible para que se animara y se
olvidara de él. La hermosa hada caminaba por el bosque, perdida, ensimismada.
Aun cantaba, jugaba y bailaba, pero sentía que había algo que faltaba y el no
poder comprenderlo del todo, le atormentaba. Solo era un humano más, un chico
más que había entrado en aquel bosque. ¿Por qué entonces le producía esa
sensación de extrañamiento e incertidumbre? ¿por qué no podía dejar de mirar al
cielo buscando alguna respuesta o de quedarse varios minutos bañándose en la
pequeña cascada sin sentir aquella alegría y frescura que producía el agua
matinal en su ser.
Pero justo
cuando esa sensación de desasosiego empezaba a desaparecer. Un día le vio de
nuevo. De nuevo ese caminar inseguro, esa mirada tímida, ese leve palpitar. En
Anael parecían mezclarse dos emociones el miedo ante el lobo y las criaturas
del bosque y a su vez el deseo y el encanto de Lithuviel que habían quedado
grabados profundamente en su interior. “LITHUVIEL, LITHUVIEL… ¿Dónde estás?”
preguntaba en voz alta, aunque entrecortada. Lithuviel se sentía feliz al verlo
y no dudó en salir a su encuentro.
-
Bienvenido joven amigo, me hace
muy feliz verte de nuevo
-
Ere…eres tu, ¡Que bueno verte!-
dijo emocionado el chico, luego con algo de temor pregunto- ¿y el lobo?
-
Hoy no vendrá, pero es un buen
amigo. Algún día te lo presentare y veras como podrían llevarse muy bien- dijo
sonriente
-
Si, supongo…- dijo aun asustado
-
Vamos- dijo animada- No tengas
temor, hoy estas con una amiga, ¿Cómo te sientes hoy?
-
Un poco mejor creo…
-
Animate, que hoy te llevare a
un sitio especial- dijo colocándole una mano en gesto de invitación.
Anael no pudo
evitar contagiarse de la sonrisa de Lithuviel. Por un rato caminaron por el
bosque conversando. Ella le hablaba de canciones, árboles y magia. Él le
hablaba de su vida en el pueblo, de su pasión por los libros y los chocolates
pequeños. Lithuviel no entendia que es
un libro. Anael le explico que era una suerte de caja mágica que guardaba todo
tipo de historias y aventuras, en el cual podias confiar siempre en tiempos de
penuria y dificultad. Lithuviel dijo entonces que un libro era como un amigo. Anael
dijo que más o menos asi era. Lithuviel pareció interesarle mucho aquello y le
pido al que le enseñara a leer. El accedió.
-
Yo no tengo una caja de
historias y aventuras, pero si tengo amigos que son guardianes y custodios de
muchas historias interesantes de los tiempos de antaño…
-
¿Así?
-
¡Si!, me gusta conversar mucho
con ellos, siempre tienen algo que contar
-
¿Yo podría conocer un amigo de
esos?
-
¡Por supuesto!, deja te
presento uno que esta por aquí cerca.
Asi ella lo
llevo a un claro cercano en cuyo centro había un enorme árbol. Parecía ser un
Roble de muchos años de antigüedad. Conservaba un poco de sus viejos colores.
Pero se notaba su estado de desgastamiento y decadencia. Sus hojas marrones le
provocaban una sensación de profundo respeto. Anael lo miro curioso.
-
Pero…- dijo juntando los dedos-
si es solo un árbol
-
Observa bien y atentamente mi
pequeño amigo
Él se esforzó en
mirar, pero no veía más que un árbol viejo y acabado. Lithuviel suspiró.
-
Ven, dame tu mano. Si no puedes
verlo, hare que converses con él
-
¿En serio?- pregunto incrédulo
-
Pronto creerás
Lithuviel y
Anael pusieron su mano encima del tronco del viejo roble. Anael no sintió nada.
Él hada en cambio parecía muy concentrada.
-
No entiendo
-
No te sobre esfuerces, solo
siente, siente el flujo de la vida que se mueve a través del árbol. Entonces
podrás ser tú también árbol, debes sentir que lo eres, debes convertirte en un
ser que muere en pie.
Anael se
tranquilizó, puso su mente en blanco y dejo que simplemente la naturaleza lo
llevara. Entonces lo sintió, el flujo de la vida que pasaba a través del árbol.
No pudo menos que admirarse y pronto sentio que el árbol intentaba comunicarse
con él. Sin embargo, no eran palabras lo que salía del árbol. Era otro lenguaje,
uno perdido hace tiempo ya. Pero parecía como si el pudiera comprenderlo. Eran
silencios articulados, explosiones de clorofila que hablaban de verdes
amaneceres, de tiempos en que la sinfonía de la vida se escuchaba con más
fuerza en el bosque a través de pájaros e insectos, de lluvias y sequias, de
esperanzas y sueños arbóreos, de un último latido antes del anochecer.
-
Es…es…- dijo entrecortado sin
poder terminar- ¡es asombroso!
-
Todo en la naturaleza y la vida
lo es- dijo Lithuviel sonriente
-
Tenías razón en todo- dijo aun
asombrado- en verdad aún tengo mucho que aprender.
-
Hazlo con cualquier árbol,
siempre habrá alguno que quiera contarte alguna historia o quizás solo darte un
cordial saludo.
Anael asintió tímido.
El roble dejo caer una pequeña hoja clara. Lithuviel dijo que era un regalo del
árbol para el por haberle escuchado. Anael la tomo y saco una pluma que
guardaba en su pequeño bolso. Allí escribió con tinta los nombres de ambos y se
la paso a Lithuviel. Luego la metió en uno de sus libros y se la entregó a
Lithuviel.
-
Guárdala tú, que sea el
recuerdo de nuestra amistad especial
Lithuiel asintió
sorprendida y la escondió en uno de sus sitios secretos. Luego de ello le tomo
de la mano y le dijo que le siguiera. Caminaron un rato más. Poco a poco, Anael
se sentía en más confianza y hablaba animadamente. Lithuviel escuchaba
pacientemente sobre sus historias, sus lecturas, sus sueños de ser algún día un
gran escritor y la vida en su pueblo. Empezaron a subir a través de una cuesta.
Anael se sentía un poco cansado, era difícil seguirle el ritmo a un hada con
tanta energía. Pero finalmente llegaron a una especie de pequeña colina en la
cual ya se despejaban los árboles y se abría paso a un horizonte verde lleno de
flores y un campo magno que parecía extenderse sin límites hacia el exterior.
-
Woow- dijo entusiasmado -es
increíble, no recuerdo haber estado aquí antes
-
Por supuesto que no, pocos
conocen este sitio- dijo sonriente- es mi lugar secreto. Suelo venir aquí a ver
las estrellas en la noche o a dormirme contandolas.
-
¿Asi?
-
Tambien espio a los humanos,
que desde alla abajo, no suelen darse cuenta de mi presencia- dijo juguetona
-
Ja,- dijo Anael frunciendo el
cejo- no creo que haya mucho para ver. Los humanos son aburridos
-
Eso es lo que tú crees- dijo
Lithuviel sacándole la lengua
Anael sonrió y
se puso a estudiar detenidamente el paisaje que se asomaba a su frente, se
pregunto hasta donde llegaba la tierra, se pregunto si tal vez no fuera todo
una ilusión, aquel paisaje, aquel instante, aquel momento embriagador.
Lithuviel lo miraba curiosa y atenta, contenta del efecto que habia provocado
aquel lugar en Anael.
-
Yo…- dijo de repente con la
mirada perdida- quizás podría vivir aquí
-
¿Por qué no?
-
Crees…¿que podría?
-
Por supuesto
-
Si, quizás tener una casa
pequeña, mi biblioteca y un pequeño gato que me hiciere compañía…- dijo
emocionado- ¿tu me visitarias verdad?
-
Si asi lo deseas, aun que no
creo que gato se lleve bien con lobo
-
Algo haremos- dijo Anael riendo
-
Bueno- dijo Lithuviel tomando
su mano- ahora sígueme, pero sigiloso…
-
¿Cómo?
Lithuviel llevo
a Anael hasta una suerte de viñedo cercano, donde se cultivaban uvas y moras.
La extensa propiedad se abria paso desafiante ocupando una buena parte de aquel
paisaje cautivador.Se internaron al interior de los viñedos, que estaban
metódicamente organizados para la siembra y caminaron sin hacer ruido. El hada
se acercó y arranco unas cuantas uvas. Anael la miro asustado.
-
Pero, ¿Qué crees que estás
haciendo?
-
Comer, vivir, disfrutar…
-
Pero…pero- dijo anael haciendo
una mueca de afectación- esto debe ser la tierra de alguien, nos podemos meter
en problemas
-
Mi querido Anael, la tierra no
es de nadie, más que de todos nosotros- dijo Lithuviel tranquila.- No pertenece
a ningún hombre, sino a toda la vida que existe. Desde el pequeño armiño hasta
el gran elefante tienen derecho a un poco de ella donde quiera que estén.
-
si supongo- dijo Anael riendo-
¿has visto algún elefante alguna vez?
-
No, pero quizás algúndía tu
veas uno y me digas como es
-
Solo los he visto en libros…
-
Tienes en verdad unos amigos
muy interesantes, tráeme uno que muestre un elefante
-
Bueno…
-
¿Lo prometes?
-
Lo prometo… pero salgamos de
aca antes de que nos pillen…- dijo asustado
Lithuviel no
pudo menos que sonreir ante la cara que hizo el chico. Se retiraron el lugar y
se refugiaron debajo de un árbol donde se comieron las moras lentamente. Se
rieron un rato al sentir los gritos del granjero malhumorado y los ladridos de
los perros. Luego al rato volvieron al sitio especial donde todo el horizonte
se dibujaba perfectamente ante sus rostros. Aquel horizonte enorme e
inexplorado. Alli les cayo Lobo, aunque Anael estaba muy asustado de nuevo,
Lithuviel le dijo que Lobo no le haría daño. Al principio miro desconfiado.
Pero luego Lithuviel los acerco, les dijo que hicieran paces. Anael entonces
intento acariciar el lomo de Lobo. Este miro dubitativo a Lithuviel, pero al
ver la suplica en su mirada, se dejo tocar y acariciar. Pronto Lobo y Anael
rompieron rivalidad y empezaron a jugar con la elfa.
Luego de un rato
cansados se recostaron en el pasto. Lobo se puso al lado derecho de Lithuviel y
se acostó a dormir. Entonces Lithuviel y Anael hablaron un rato. Luego se
tomaron la mano y juraron que pasara lo que pasara siempre estarían cerca el
uno con el otro.
-
¿Te imaginas?, ¿que nos
volviéramos a encontrar aquí en siete años como seriamos?- dijo Anael
-
No lo sé. Quizas tú ya te hayas
olvidado de mi
-
Qué tontería, seguro es a la
inversa
-
¿Apostamos?
-
Por supuesto- dijo Anael
orgulloso
Se dieron cuenta
que empezaba a caer la noche y que sería tarde. Anael pensó que su madre
estaría muy preocupada por él. Prometió volver en unos días a jugar con
Lithuviel. Ella le sonrió y se despidió con su mano. Luego de la partida de
Anael, Lithuviel se puso a cantar y a bailar. Era muy feliz porque había hecho
un verdadero amigo. Lobo la seguía aullando, feliz de que Lithuviel sonriera.
El mismo bosque parecía cambiar de color con su alegría. Los colores eran más
vividos. Los lirones, las musarañas, los búhos, las luciérnagas y otros
animales nocturnos, se movían en la noche como si hubiese empezado un carnaval.
Todos seguían a Lithuviel, querían ser parte de su baile, de su canto, de su
fiesta. Pero no era un baile tranquilo o pacifico. No. Era un baile salvaje,
fuerte, movido, donde poco a poco, todos se perdían y se esfumaban en la magia
perdida del bosque nocturno.
Al siguiente día
volvió Anael y se unió al juego de las escondidas con Lobo y Lithuviel. Al
principio Anael le consiguió ponerse al ritmo porque Lithuviel y Lobo conocían
los más secretos rincones del bosque y era difícil encontrarlos. Pero pronto
Anael se familiarizo más con el entorno del bosque y pudo ser más competitivo. Así,
todas las tardes, Anael después del colegio seguía yendo a donde su única
amiga: su amiga hada con la que jugaba y se divertía correteando por el bosque.
Algunos días no podía ir, por los deberes del colegio o de la casa. Aquellos días
contaba los minutos para verse con Lithuviel. Ambos se habían apegado mucho el
uno al otro. Se habían vuelto grandes confidentes y compañeros de juegos.
Bailaban, reían, jugaban, leían juntos, se divertían. Era casi como un sueño
del que ninguno de los dos deseaba despertar. Anael sintió poco a poco que
empezaba a sentir por el hada algo mucho más fuerte y sintió que debía
manifestárselo, se estaba volviendo indispensable en su corazón. Lithuviel
parecía sentir lo mismo, cada vez que estaba con Anael sentía que su interior
se llenaba no de mariposas, sino de libélulas que bailoteaban en su interior.
Desgraciadamente,
la vida suele tener también puntos bajos, pequeñas y dolorosas caídas y no
siempre la felicidad esta augurada a los amantes, sino también la ausencia y el
dolor. Todo empezó con el hecho de que las constantes ausencias de Anael
empezaron a preocupar a su madre. Pues no sabía qué clase de amiga era aquella
con la que el salía. La madre y él vivían de una pequeña pensión que les había
dejado el padre, pero esta no era suficiente para subsidiar los gastos de
mantenimiento de la casa. Por ello, la madre trabajaba todo el día en la plaza
del pueblo vendiendo verduras que ella misma cultivaba. Anael de vez en cuando
iba a ayudarle. Aunque permanecía ausente, distraído. No solía socializar mucho
con los demás. La madre no entendía el comportamiento de su hijo y sospechaba
que tal vez alguien estuviera ejerciendo en él una mala influencia. Un día, en
una de sus salidas, decidió salir de dudas y seguirle.
Anael se dirigió
confiado al bosque donde empezó a llamar a Lithuviel en voz alta, pero el hada
no salía, ni se veía por ningún lado. No entendía donde podía estar. Ese día un
extraño silencio sacudía el bosque y todas las criaturas se guardaban de salir.
El Bosque estaba hoy solitario y triste. Anael no entendía que pasaba, pero
supuso que tal vez Lithuviel estaba en el lugar secreto donde ambos solían
encontrarse. Camino un largo trecho
hasta allí. Nunca dejaba de impresionarse cuando llegaba y observaba de nuevo el
cielo, se sentía, pequeño, minúsculo en comparación con su inmensidad. Empezaba
a anochecer y las estrellas empezaban a brillar con fuerza. Mientras estaba ensimismado
una voz le interrumpió:
-
¿Anael?...¿eres tu?...- dijo
una voz ida
-
Si, soy yo- dijo Anael- Porque
no has venido a mi llamado
-
Yo no me siento feliz hoy…no es
un buen día para estar con Lithuviel- dijo el hada con un tono de voz triste
Anael la vio,
estaba completamente desencajada, triste. Nunca la había visto así. La ausencia
de su alegría le perforaba el corazón. Era como si de repente el mundo se
hubiera vuelto negro, frio y sin sentido. Como si se perdiera el poco color que
quedaba.
-
¿Qué ha pasado?
-
El bosque…los humanos lo
talan…Ya estoy acostumbrada a que lo hagan, pero lo están haciendo a un nivel
desproporcionado últimamente con alguna intención
-
Lithuviel…
-
He visto muchos de mis amigos
arboles y animales morir…
Anael miro al
hada y sintió su dolor. El sí sabía porque estaban talando el bosque. Se
aproximaba la guerra y necesitaban materias primas para construir armas de
variado tipo. No quiso decírselo. No era el momento.
-
Lithuviel, pase lo que pase, yo
hare lo posible para que acaben con esta macabra empresa, yo estoy contigo
-
¿En verdad?- dijo limpiándose
las lagrimas
-
Por supuesto
Dijo esto y la
abrazo fuertemente, Lithuviel abrió sus ojos de par en par.
-
Yo estaré siempre contigo, ¿Lo
recuerdas? Fue nuestra promesa
-
Si, je.
Ambos se tomaron de la mano. Anael entonces sintió que no podía más.
Que debía decirle lo que sentía por ella. Que había un fuego muy fuerte que le
devoraba por dentro y que se moría de ganas por besarla. Pero como, ¿y si de
pronto ella huía? ¿Si no volvía a verla? Había estado callándolo durante días.
Pero no podría hacerlo más. El deseo y aquel sentimiento desconocido se
reproducían con fuerza y transpiraban a través de su ser.
-
En verdad, me alegra que estes
aquí Anael, en estos momentos, a pesar de todo, suelo sentirme tan sola.
Gracias por todo…gracias por ser mi amigo…
-
Dime, ¿tu me ves como un amigo?
-
Pues…
-
Dimelo, es así como me ves….
-
Yo…siento que hay algo en mi
interior…- dijo el hada dubitativa- que me inclina muy fuerte hacia ti…pero…
-
Yo te diré que es
-
¿Así? ¿Qué es?
-
Te acuerdas que te enseñe a
leer
-
Si- dijo emocionada- Fue muy
divertido
-
Ahora acércate
Lithuviel se acercó
a Anael
-
Ahora lee mis labios
Entonces el la
beso. Fue un beso mágico. Ambos se sumergieron en aquel instante único y se
dieron cuenta que se amaban y que ambos soñaban el uno con el otro, que no
deseaban separarse nunca más. La brisa y el viento se movieron con fuerza,
transportando algunas pequeñas hojas, Como celebrando el momento, llevando un
mensaje que hablaba de besos, susurros y aleteos, de un amor que iniciaba en
una pequeña colina del bosque y que no se sabía cuándo terminaría ya. Luego
ambos se abrazaron y desearon estar así para siempre, lejos de todo el mundo,
juntos los dos, compartiendo su felicidad.
-
Yo…te amo…
-
Anael…-dijo Lithuviel dubitativa-
Esto no puede ser…
-
¿Por qué no? ¿No me amas?-
pregunto asustado
-
Claro que si- dijo el hada con
voz suave- Te amo y….
-
¡Anael!- se escuchó un grito al
fondo
Anael miro
sorprendido. Era su madre. Se cara se puso roja, ¿era posible? ¿lo había
seguido?
-
¿Qué demonios haces aquí en
este lugar del bosque?- Pregunto la madre airada
-
Yo…-dijo-estaba…
Anael miro,
Lithuviel ya no estaba, ¿se había esfumado apenas había sentido a su madre?
-
¿te estas volviendo loco? ¿con quién
hablabas?
-
¿Cómo?, ¿no la viste a ella?
Anael abrió los
ojos de par en par y comprendió. Pasara lo que pasara su madre no podría ver a
Lithuviel. Solo los que creían en la magia del bosque podían verla. Si su madre
llevaba mucho tiempo en aquel lugar, lo habia visto hablando solo con el
viento. Su madre, mujer creyente y supersticiosa, pensó que hablaba con alguna
suerte de demonio y se asusto. Pensó que su hijo podía ser influenciado por
aquella energía negativa y temió un trágico final
-
No seque pasa…- dijo la madre
asustada- Pero te prohíbo que vuelvas a este bosque ¡esta maldito!
-
Pero mama…
-
¡Pero nada!, ya tienes diez y
sierte años, estas creciendo. No estas para estar pensando tonterías y hablando
con amigos imaginarios o quien sabe que demonio del bosque
-
Madre…escúchate…- dijo Anael
irónico- es absurdo
-
¡Vamos! ¡Vamonos!- grito- Hay
que trabajar, el pan no se gana hablando con amigos imaginarios. ¿Qué diría tu
padre? Ahh…
-
Está bien madre…ya voy
Anael se paró
aburrido. Pensó que luego encontraría la forma de escapar y venir a pedirle
disculpas a Lithuviel y se fue detrás de su madre. Los dos en un silencio
sepulcral, hasta su casa. A partir de entonces pasaron varios días en que Anael
y el hada no pudieron verse. La madre siempre vigilante se había encargado de
obstaculizar cualquier encuentro e incluso había solicitado la ayuda de sus dos
hermanos en el pueblo para que estuvieran pendientes de su sobrino y lo
pusieran por el buen camino. El pobre Anael era cargado con gran cantidad de
trabajo y estudio que le imposibilitaba cualquier momento de ocio o descanso
para buscar a su hada amada. A veces cuando no lo miraban no podía evitar que
se le salieran las lagrimas. Pero volvía a alzar la cara orgulloso porque no
permitiría ser humillado de esta manera. El encontraría la forma.
Lithuviel se la
pasaba metida en su guarida, la perdida de Anael y la situación del bosque la habían
sumido en una depresión. El mismo bosque parecía estar perdiendo su color. Su
amigo lobo intentaba consolarle. Pasaron varios días en que Anael no volvió por
el bosque y los días se le hacían eternos a la elfa, que por primera vez en su
vida era más consciente del tiempo. De alguna forma la habían humanizado un
poco. Se lamento. La terrible maquinaria seguía acabando con animales y árboles
y el desasosiego era cada vez peor. Al final, de tanto llorar, no le salía
ninguna lágrima y miraba impávida el horizonte, esperando su muerte, su ocaso,
su anochecer.
Un mes y medio
después, un día Lithuviel caminaba por el bosque, cuando escucho de nuevo el
grito, el llamado “Lithuviel”
“Lithuvieeeel”. Se imaginó que era Anael y salió feliz. Pero pronto se dio
cuenta que era solo un pájaro negro que cantaba “Aaaanaaaaaaeeee”
“Aaaanaaaaaae”. No pudo evitar esbozar una sonrisa, pero una sonrisa triste y
desgastada. Se volteo y se dispuso a retirarse. Cual no sería su sorpresa al
encontrarse de frente con su amigo. Que al verla exploto de felicidad y ambos
se abrazaron. Luego un beso comunico de nuevo aquellos sentimientos escondidos
y vetados.
-
Anael…eres tu…
-
Tal vez no lo sea- dijo
guiñándole el ojo
-
Tonto- dijo sacándole la lengua
y le cogió el libro que tenía en la mano
-
Eh tu regrésame eso
Anael empezó a
perseguir a la hada por todo el bosque, esta corría feliz. Finalmente la
alcanzo y se abalanzo sobre ella tumbándola. Ambos rodaron en el piso. Ella aun
sostenía el libro en su mano. Anael intentó quitárselo pero aun así no podía. Luego
ambos rieron por un momento, seguido de un silencio tenso. Se miraron un
momento, perdiéndose en la mirada del otro. Entonces el la beso y se fundieron
en un fuerte abrazo. Ella le agarro fuerte y el acaricio su espalda. El ritual
estaba a punto de empezar. Cada una de sus prendas se fue desprendiendo
rápidamente, alejándose de aquellos cuerpos en punto de explosión. Las caricias
invadieron cada centímetro de piel, los besos se reprodujeron coquetos,
risueños por el cuello y el abdomen. Y el bosque callaba ante el poder de lo
sagrado, aquel espacio que no se puede tocar, ni traspasar. Ambos llevaron su
amor a ese lugar donde las estrellas explotan y el deseo se libera. Y así,
cuando ella, encima de él, en un último gemido llego al orgasmo, pudieron
sentir que la vida y la muerte eran una y que a pesar de todo en medio de la
inmensidad del bosque y del mundo, estaba el otro, aquel otro con el cual hoy
se fundía. Ese otro que ambos habían jurado por siempre amar. Ese otro por el
cual valia la pena intentar sacar las alas y empezar a volar.
Jugaron todo el
dia juntos, corrieron, leyeron, bailaron, se sintieron dichosos, felices y
desearon que aquel instante durara para siempre, que no se acabara aquella
pasional tempestad. Al rato volvieron a hacer el amor y se quedaron dormidos.
Por ese momento no pensaron en el mañana y años después recordarían aquella
noche como única e inigualable, como un momento que en definitiva había marcado
sus vidas, un punto de quiebre en un inmenso trayecto de encuentros y
desencuentros, de una vida que aún le faltaba mucho por resolver. Al llegar el
otro dia Anael despertó a Lithuviel con un profundo beso.
-
Debo irme, mi hada…
-
Pero…
-
Volveré, lo juro- dijo
sonriente- Y la próxima vez que nos veamos estaremos juntos para siempre
-
No prometas cosas que no sabes
si podrás cumplir- dijo el hada con una sonrisa triste
-
Ya veremos- dijo Anael seguro
Luego la abrazo
y le beso
-
Te amo
-
Yo a ti
Se fue corriendo
en la lejanía y antes de marcharse mando un beso con su mano que fue atrapado
por el hada y colocado en su corazón. Anael volvió al pueblo. Empezó su jornada
laboral como si nada, ayudando a su madre. No obstante noto algo extraño. Su
madre lloraba y no se concentraba en lo que hacía. Se preocupó un poco entonces
por el problema que la madre pudiera tener. Intento hablar con ella. Pero la
madre salía con cualquier excusa y lo mandaba a hacer algún recado u ocupación.
Intento entonces olvidar lo que sea que pudiera estar pasando y pensó que tal
vez pronto se le pasaría. Cuando caía ya la tarde, se acercaron cuatro soldados
bien armados a su puesto de mercado y miraron a la madre como esperando su
autorización. Sus gestos eran estoicos y poco emocionales, como si hubieran
aceptado ya, ser parte de esa rueda del infortunio que es la guerra, que no
puede detenerse, solo colapsar.
-
¿Qué significa esto madre?-
pregunto Anael preocupado.
-
Te iras con ellos
-
¿De qué hablas madre? Solo
tengo 17 años no esperaras que…
-
Lo siento hijo…es por tu bien…
Los soldados
rodearon y agarraron a Anael
-
¡Madre por favor! ¡Noooo!
-
Servirás a tu patria y a tu
dios, a ver si se te quitan esas ideas que tienes…y te alejas del demonio
fuente de todo mal- dijo la madre con lágrimas en los ojos.
-
NOOOO
Anael intentaba safarse de los soldados pero fue inútil, fue subido
en un pequeño camión y transportado lejos. Lejos de todo, de la vida, de su
sueño y de Lithuviel, de una promesa de amor y de un fuego que pronto se
convertiría en cenizas, antes del anochecer.
Habia pasado dos
semana ya y Anael no aparecia por el bosque. Lithuviel no entendía que pasaba.
Luego de aquel momento mágico que habían pasado juntos. ¿Se habría olvidado de
ella? ¿Qué paso con todos esos trayectos y juegos que juntos habían compartido?
La vida en el bosque había cambiado. El silencio, un ocaso angustiante ocupaba
todo. Era como si el bosque poco a poco aceptara resignado su destino.
Lithuviel estaba sumergida en un pozo de tristeza, sus cantos ya no se
escuchaban, sus bailes ya no eran admirados. Su presencia antes llena de color,
ahora pasaba desapercibida. ¿Dónde había quedado el canto y la sonrisa? ¿La
lluvia que los alimentaba cada día?. ¿Dónde había quedado ese sol que antes
brillaba y que hoy estaba marchito? ¿Por qué la luna se escondía, temerosa y
anhelante en aquel cielo maldito? Solo quedaban lágrimas y anhelos, lagrimas
que caían lentamente como gotas al arrochuelo.
Pero ese mismo día
Lithuviel sintió una presencia, ¿Seria Anael que regresaba triunfante? No pudo
dejar de ocultar su alegría. Pensó en regañarle juguetonamente por faltar,
luego le cantaría un poco, luego irían a jugar, luego harían el amor, luego
bailarían bajo las estrellas antes de caer dormidos en un fuerte abrazo que
reconforta el corazón. Pero cuando se asomó escondida en un árbol, vio lo que
parecía un soldado. No le conocía. El soldado oteo el horizonte pensativo.
Luego se rasco la cabeza. Entonces dejo lo que parecía ser una carta en el
suelo. Luego se retiró profiriendo algunas maldiciones. Lithuviel se acercó y recogió
la carta. Luego leyó detenidamente, como le había enseñado Anael:
“Estimada y amada mía,
Sé qué hace tiempo que no sabes de mí y no sabes lo
que ello me tortura. No sabes cuanto te extraño. Cuando deseo estar a tu lado.
Pero acontecimientos recientes me han obligado a partir lejos, hacia tierras
muy lejanas. Hoy es el último día que estaré en el pueblo y estoy encerrado en
un cuartel sin poder salir. No sabes cuánto te he pensado. Cuanto te he llamado
en la noche con la vana esperanza de que tal vez aparezcas y alumbres un poco
mis delirios nocturnos. La gran guerra está a punto de empezar, nadie sabe
cuánto durara, ni cuáles son los destinos que están inscritos. Tengo miedo de
perder tu amor y de que el fuego de aquel sueño que juntos construimos se
apague, se disloque. Pero sé que de alguna forma mientras sigamos soñando del
amor vivirá, quizás se transforme, pero allí seguirá. Por ello, quiero
reiterarte mi amor, mi eterno deseo de jugar siempre a tu lado, de seguir
buscándote entre los árboles y bailando en el claro mientras llega el
anochecer. Mi deseo de dormir abrazados, de bañarnos en el lago desnudos, de
escuchar las viejas historias de los arboles, de vivir siempre juntos.
No sé cómo salir de ésta, supongo que buscare la forma
y espero que pronto podamos reencontrarnos. Por ahora, intentare encontrar un
medio como este para seguir escribiéndote. No se cómo, pero lo hare. Deséame
suerte en el campo de batalla, pues siempre que cargue el fusil pensare en ti
como mi eterna niña del bosque, que con su sonrisa deposito siempre los más
bellos sentimientos y deseos en mí. Mientras regreso, no quiero que llores o
sufras. Vive, vuela, sigue cantando. No te opaques. No te marchites. No dejes
que muera lo más lindo de ti. Siempre serás mi adoración.
Te ama,
Anael.
Lithuviel soltó
la carta. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se recogió a sí misma, triste y
vacía. Sus lágrimas cayeron en el tronco de un árbol, formando un pequeño
riachuelo. Lobo quien estaba cerca se le acerco. Intento alegrarla. Le lamio
con su lengua, le ponía su patica. Pero Lithuviel estaba inconsolable. Y las lágrimas
fluían y fluían, caían lentamente en un suave repicar. El rio seguía
transcurriendo y el bosque se tornaba oscuro, marchito. El viento empezaba a
soplar con fuerza y la lluvia no tardó en llegar. Un olor a nostalgia y
melancolía se respiraba en el aire y se sentía en el ambiente un dolor que
rasguña, un terrible palpitar. Lobo aulló triste y se acurruco junto al hada
que en aquel momento solo era tristeza, solo era un fragmento de un abismo, un
sol que estaba a punto de eclipsar.
Así
transcurrieron varios días. El clima no mejoro. La gente del pueblo no se atrevía
a entrar al bosque. Lithuviel seguía allí. En su misma posición fetal,
consumida por la tristeza. Lobo la cuidaba, le llevaba comida. No se rendía
buscando animarla. Lobo intentaba bailar, correr, jugar. De vez en cuando
lograba sacarle una pequeña sonrisa. Otros animales, conejos, musarañas, arañas,
mariposas, ardillas, zorros, búhos, azulejos, lagartijas se acercaban de vez en
cuando e intentaban consolara. Pero a pesar que eran bien tratados por la elfa.
Esta seguía taciturna y silenciosa. Al final de aquellos días, siempre se
quedaba dormida con Lobo al lado, durmiendo mucho y otra vez, esperando
encontrar en el sueño quizás, una respuesta, una esperanza o una nueva
oportunidad.
Cuando llego la
primavera y se acabó el invierno se tendió sobre bosque una amenaza más grave
que la partida de Anael. Los humanos siguieron talándolo y cada vez morían más
animales y árboles. Al principio el motivo era obtener materia prima para hacer
armas para la gran guerra. Pero los humanos fueron obteniendo cada vez más
excusas. Una industria temprana empezaba a crearse en el poblado que cada vez
se expandía más y más.Ejércitos de hombres llegaban en un día con sus hachas y
acababan con la vida de toda una zona de árboles del lugar. Los animales
temerosos, sin poder oponer resistencia huían. En lo más profundo del bosque,
un suspiro y un lamento se escuchaban de vez en cuando sobre todo a la media
noche con profundo dolor. Poco a poco aquella alegría que había caracterizado
al bosque se esfumaba, ni siquiera la primavera traía ya nuevos colores. El
ambiente estaba cargado de una terrible desolación y de un dolor que brotaba de
la tierra en forma de latido, en forma de lluvia, en forma de triste canción.
¿Qué esperanzas quedaban para el bosque? Más que observar su lenta y terrible
caída, su decadente devenir.
En el fondo, en
el centro de todo, Lithuviel cantaba, pero ya no era una canción alegre, sino
marcada por un profundo dolor:
A
donde te fuiste azulejo
A
donde loquillo, poeta cantor
No te
encuentro, no me encuentro
Ya no
suena esa canción
Ya no
hay calor en el nido
Ya no
hay lluvia de besos
Y
melocotón
Que
sea escenario de nuestro baile
De
nuestro juego
De
dos para dos.
La
lei la lei la laaa
Hoy
empiezo a bailar sola
La
lei la lei la laaaa
La
melodía del silencio
De la
ausencia de tu voz
¿Quién
jugara conmigo?
¿Quién
me buscara detrás del sol?
Sera
el viento o la ardilla traviesa
Será
el rayo o el impulsivo lirón
Devenir
piedra, devenir cenizas
Desaparecer
en la aurora matinal
Lo
que quede fragmentado
En mi
canto, en tu canto
En tu
sonrisa
Será
enterrado en la tierra
Alli
donde cae una estrella fugaz
La
lei la lei la laaa
Hoy
empiezo a bailar sola
La
lei la lei la laaaa
La
melodía del silencio
De la
ausencia de tu voz
Los
lobos tiemblan
Los
lobos aúllan
Piden
sangre, tienen hambre
Tienen
frio, sienten dolor
La
manada está incompleta
Las
mariposas sin color
Ya no
vuelvas, vuela lejos
Yo me
quedare en el desierto
La
leilalulalulaleilalalaaa
En el
desierto del silencio
De la
ausencia de tu voz
Así pasaron
varias noches de desvelos y desvaríos. De mucho dolor. De pesadillas terribles
donde aparecían seres luminosos con afiladas espadas y rostros siniestros. El
tiempo se había perdido y cada día parecía ser igual que el siguiente.
Lithuviel se consumía lentamente y empezaba lentamente a desaparecer, a hacerse
imperceptible. Pero un buen día, mientras estaba recostada acobijada con una
pequeña hoja y paraba de llover vio algo que la impresiono. Lo primero fue una
pequeña hormiguita que se subió por encima de su cuerpo. La puso en su mano. La
hormiguita la miro inquieta, juguetona, como si se riese. Ella era capaz de
detectar eso. Lithuviel intento sonreír pero nada le salió. La hormiguita se
bajó de su cuerpo y le trajo una pequeña hojita, como pensando que así podría
animarse. Lithuviel no pudo evitar ahora sonreír. Entonces la hormiguita se fue
y volvió con otras hormiguitas y le trajeron cada una hojita, formando un
pequeño montículo. Ella lo comprendía, sabía el sacrificio de las hormiguitas
por alegrarle, sabía lo que pesaba cada hoja y sabia que aquello era parte de
su trabajo diario para sobrevivir. Agarro una de las pequeñas hojitas y se la
metió a la boca.
Entonces lo
comprendió, lo entendió, sin necesidad de leer ningún libro para ello. La
importancia del flujo de la vida, lo indispensable que era cada uno de los
amigos. Como trabajando en equipo se podían lograr grandes cosas, como no
estaba sola y el bosque seguía a su alrededor cuidándola como un padre
solidario. Lamento su egoísmo y haberse preocupado tanto por sus propias
frustraciones. Ella era más que un hombre, que un nombre o un lamento. Era
Lithuviel. Lithuviel, Lithuviel, la de los ojos mariposados. Guardiana,
protectora y amiga del bosque. Era momento de reafirmar la vida, de protegerla.
Cada una de las criaturas del bosque era grande, valida, tenía todo un universo
en cada uno de sus trayectos, un universo por proteger. ¿Quién era ella para
ignorarlo? ¿Seguiría allí marchitándose mientras el bosque moría a ritmo lento
y silencioso? Despues de todo Anael solo había sido un punto más en su historia
y esta tenia aun muchas nuevas aventuras por traer. Hoy sus amigos la
necesitaban más que nunca, habría quizás otro día para llorar. Agradeció a las
hormiguitas y les canto un poco. Las hormiguitas bailaron con su canción.
Se paró de su
puesto y llamo a lobo, el cual acudió presuroso a su llamada. Luego Lithuviel
se dirigió al centro del bosque, a donde quedaba un pequeño claro rodeado por
unas antiguas ruinas de un antiguo templo. Allí saco una ocarina que guardaba y
empezó a tocar una melodía. Esta era suave, pero extrañamente se movía como un
eco en el bosque. Era una suerte de llamado, de llamado ancestral. Los conejos
se inquietaron en sus madrigueras, las ardillas dejaron de acumular nueces, los
zorros dejaron de perseguir por un momento su presa, los estorninos se agitaron
en sus nidos, los azulejos detienen su coqueto vuelo, los sapos brincan en sus
estanques, las libélulas detienen sus danzas nocturnas, las zarigüeyas empiezan
su lento caminar, las mariquitas vuelan inquietas, los lobos emiten un certero
aullido, el bosque entero empieza a caminar. Todos se dirigen al centro
ancestral, todos responden a la llamada de Lithuviel, todos quieren ser parte
de lo que ella tenga que decirles. ¿Qué será aquello que la linda hada de
cabellos verdes les depara? No lo saben, pero ella es la protectora del bosque
y si los llama es por algo. El centro se llena pronto de animales y alrededor
de Lithuviel hay toda una asamblea de animales. La sesión esta por empezar.
Lithuviel los
mira a todos detenidamente. Todos la miran con añoranza. A su amiga, su eterna
amiga. La hada de cabellos verdes se empezó dirigiéndose a los que consideraba
sus amigos. El idioma en que hablo era bastante extraño, un idioma antiguo. No
estaba conformado por palabras, sino por silbidos, cantos y guturales. Hablo de viejos sueños compartidos, de juegos
y correrías, hablo del aullido del lobo, del trabajo incesante de la ardilla,
del alto vuelo del águila, del canto nocturno de la lechuza. Converso acerca
del maullido del gato silvestre, del bello canto del ruiseñor, del aleteo de
las mariposas, de los secretos de los árboles y la aurora. Hablo de ella misma
y de su amor por el bosque, por cada uno de ellos a los que consideraba sus
hermanos, compañeros de juegos, bailes y aventuras. Concluyo hablando del fluir
del agua, de los ríos y las cataratas.
Fluir que es la vida misma que transcurre a través de cada uno de ellos,
cuerpos hechos de agua, fuego, tierra y viento. La vida en su máxima expresión
y valor, la vida que hay que afirmar y proteger. Los animales conmovidos, la
rodearon con cariño y afecto. Hoy su hermana los necesitaba. El bosque entero
los necesitaba. Entonces Lithuviel hablo de magia y música, de un plan
impecable. Las mismas estrellas serian su guía y baluarte. Los animales prestaron atención, asintieron y
empezaron a graznar, aullar, ladrar, maullar, ulular, cantar, brincar,
picotear, aletear todo en apoyo de la hada de verdes cabellos. Luthuviel los
miro y se le iluminaron los ojos. No pudo evitar que una pequeña lágrima se
asomara en su ojo izquierdo. Pero no era una lágrima desertora de la oscuridad,
era un lagrima que abría un camino de esperanza y felicidad.
Entonces se
prepararon. Lithuviel misma dirigió la operación- recuperación del bosque. Ella
paso varios dias entrenándolos sobre lo que debían hacer. Les dio algunas
lecciones. Les indico la posición que debían tomar. Desde el más grande de los
lobos hasta la más pequeña hormiga le prestaron atención y obedecieron. Era su última
esperanza. Entonces finalmente llego el día, todo estaba preparado. Todos
estaban algo asustados, pero depositaron su fe en Lithuviel. Ella nunca les
había fallado. Un ejército de leñadores
llego con sus grandes hachas y sierras. Era hora de empezar a trabajar. La
nación necesitaba madera para la naciente industria y los pueblos y ciudades
empezaban a expandirse. No había lugar para bosques. El bosque no era más que
un estorbo, un borron que había que hacer en el mapa natural en bien del
progreso humano. ¡Que importaba que unas cuantas ratas y búhos se quedaran sin
casa! Era la ley de la vida y el hombre se sentía rey. Se armaron entonces los
leñadores y se prepararon para combatir con un enemigo desarmado que solo se
defendía con pequeños e imperceptibles latidos de clorofila. La tala debía
continuar. Alzaron sus hachas y se prepararon para dar el golpe. Entonces una
voz proveniente como de algun lugar lejano de la tierra grito: “¡ALTO!”. Los
leñadores se miraron sin entender que pasaba. Entonces una voz hermosa y
melodiosa femenina les dijo: “El bosque está dolido. El bosque está muy triste.
El tiene algo que deciros…”. Uno de los leñadores el más obeso y charlatan
grito: “¡No tenemos tiempo! No nos pagan por escuchar discursos. Quien quiera
que seas, retiraos y dejadnos trabajar”. “Así que eso pensáis” Respondió triste
la voz femenina “Pues yo misma me encargare de cultivar orejas para que mi voz
llegue si es necesario más allá de las montañas. ¡Escuchad humanos ingratos el
lamento del bosque!”. Entonces, para sorpresa de todos, en ese momento todos
los animales empezaron a cantar. Se escuchaba un coro conformado de maulladas
de felinos, aulladas de lobos, ululadas de búhos, canticos de pájaros, grazneos
de cuervos, chirridos de grillos. Todos los animales habían iniciado una canción
en perfecta armonía. Los leñadores se miraron sin saber qué hacer. El gordo y
obeso que parecía ser el capataz les gritaba que empezaran a trabajar e
ignoraran el cantico. Pero ninguno le prestaba atención, todos estaban absortos
en la melodía. La cual dio un giro de particular crescendo y entonces una voz
triste de mujer empezó a cantar:
“Hubo un tiempo
que fui verde
Brillante y
lleno de paz
Se posaban los
azulejos
En mis ramas
verdes y blancas
Me extendía por
la tierra
La roca y el mar
Estaba lleno de
cantos
Historias y
silencios
De lluvia y
hojas verdes
De sueños por
forjar
Y tu venias a mi
Te acobijaba con
mi hoja
Tu venias a mi
Duerme duerme mi
pequeño
Duerme duerme mi
niño de mota
Alimente con
frutas, verduras y carne
Tu hambre
insaciable
Humana e irreal
Te proporcione
mi piel y mi cuerpo
Para crear el
fuego
La aurora y el
calor del hogar
¿Qué paso
entonces?
Por que hoy solo
veo
Rostros afilados
Palidas
cuchillas
Tu odio
Tu traición de
metal
Dime, ¿no era así?
Que venias a mi
Te acobijaba con
mi hoja
Tu venias a mi
Duerme duerme mi
pequeño
Duerme duerme mi
niño de mota
Extraño los
tiempos en que eramos amigos
En que jugabas
con ardillas
Y te escondias
detrás de un robledal
Yo te contaba
historias
Te consentía y
bailábamos toda la noche
Antes del regaño
de mama.
Hoy ya no queda
más que un último lamento
De martín
pescador
Una lagrima
verde de clorofila
Ante tu
violencia atroz
Pero no puedo
odiarte
Solo amarte de
verdad
Siempre puedes
venir
Y jugar una vez
más
Duerme duerme mi
pequeño
Duerme duerme mi
niño de mota
La voz era
hermosa, suave, melodiosa. Los leñadores se quedaron en silencio, lloraron.
Recordaron sus raíces, su infancia, el valor del bosque. Sintieron vergüenza de
sí mismos y soltaron las hachas, depusieron sus maquinas de destrucción. Solo
el capataz parecía no ser afectado por la melodía. Pronto los obreros se
dirigieron al bosque, algunos pidieron disculpas otros incluso abrazaron a
algunos de los arboles. El capataz estaba furioso. Les grito a todos que
estaban despedidos, que no obtendrían absolutamente nada de su paga. Tomo un
hacha y se dispuso a talar los árboles. Se acerco con furia y se dispuso a dar
el gran golpe. Entonces sonó un fuerte crujido. Todos pensaron que el capataz
había tocado el árbol. Pero no era así,
su hacha yacía en el suelo. Su mano estaba siendo sostenida por varias aves que
le imposibilitaban el movimiento. Sus pies eran detenidos por varias ardillas,
lirones e insectos. El capataz maldijo. No podía moverse. Pronto se empezó a
abrir un enorme agujero en la tierra cerca al árbol que había intentado cortar.
Las raíces se abrieron. El capataz intento luchar con todas sus fuerzas pero
fue inútil. Fue empujado al agujero y allí el bosque mismo le castigo por su
osadía. Desapareció en medio de la tierra y las raíces, se convirtió en parte
del bosque que tanto odiaba y nadie supo nunca nada más de él. El mismo había
forjado su propio destino, su propio desaparecer.
Algunos obreros
y leñadores salieron corriendo, otros hicieron una reverencia y se retiraron en
silencio. Se retiraron poco a poco, abandonando sus maquinas de destrucción,
maquinas que en el futuro se llenarían de flores silvestres y fauna del bosque.
Se convertirían en el monumento a una victoria del bosque sobre el hombre,
sobre sus prejuicios y ansias de destrucción. Lithuviel y los animales
empezaron su celebración, se abrazaron, cantaron, bailaron. Juntos, habían
salvado el bosque. La música, los juegos, la alegría se apodero del bosque, que
solo por esa noche se mostro inquieto, lleno de vida. Hasta los arboles en su
posición estática, parecían moverse al ritmo del viento y unirse alegremente al
cantico de los búhos y los grillos. Entonces Lithuviel se sintió llena, sintió
que no necesitaba más que su bosque y su libertad. Que sus alas eran inmensas,
que tenía muy buenos amigos y que allí siempre encontraría al menos un minuto
al día de completa felicidad.
Los leñadores y
obreros cuando llegaron al pueblo dijeron que el bosque estaba maldito,
contaron la historia del capataz y dijeron que por nada del mundo levantarían
un hacha de nuevo contra él. Las compañías madereras y armamentísticas que
veían en el bosque una fuente de
recursos constante tuvieron que buscar otros lugares. Porque la leyenda del
bosque se extendió por muchos países y tierras. Entonces todo el que llegaba
tenía miedo y los pocos atrevidos eran mal recibidos en el pueblo y en los
lugares cercanos debilitando su voluntad. El bosque fue bautizado entonces como
el bosque “canto-viento” porque todos habían escuchado aquella hermosa voz
femenina que cantaba, pero nadie había visto su procedencia. Sospechaban que el
viento mismo se había confabulado para proteger al bosque, los animales y su
tierra. Sospechaban que había una fuerza muy poderosa y sagrada que protegía el
lugar.
Así pasaron
varios años y la leyenda perduro. La gran guerra al fin se había terminado y
los soldados regresaban a sus casas sedientos de un abrazo de sus madres o
esposas, con deseos de una pizca de hogar. La madre regresaba del trabajo
cuando lo vio y soltó los talegos de la venta por la sorpresa. Anael estaba
allí parado, completamente barbado e irreconocible. Su viejo uniforme militar
estaba desgastado y roto. Su carabina sucia y sin una bala más por disparar.
Pero la mayor sorpresa que se llevo su madre es que no venia solo, estaba
acompañado. Una mujer muy bella le acompañaba, parecía una princesa oriental.
Su madre en un primer impulso fue a abrazarle, pero la respuesta de Anael fue
fría. La madre le miro a los ojos, pero estos estaban llenos de una tristeza
inconmensurable. El simplemente se remitió a decir en un tono bastante apagado:
“hola madre, he regresado”. A la madre se le salieron las lágrimas. Pero su
hijo no tenía esa gran facultad que es el olvido y no le había perdonado su
error. Estuvo un momento en silencio y pensativo. Luego artículo: “Madre, te
presento a mi esposa Anishka”
La forma en que
Anael había conocido a Anishka era bastante peculiar. Cuando el ejército del
norte ataco el pequeño pueblo de Xalai, en el suroeste del imperio la
carnicería fue terrible. Los soldados fueron fieros y vengativos. Todos estaban
sentidos por lo que había sufrido la capital del país de Trancia y los abusos
de la ocupación. Los soldados saquearon, humillaron, destruyeron. Las mujeres
que estaban solas fueron sometidas a violaciones y los peores improperios. Anishka era una mujer de aquella ciudad,
estaba en un rincón temblando ante el asedio de cuatro soldados ansiosos de
poseer su cuerpo virgen. A Anael le había dado asco lo que sus compañeros
hacían y los había enfrentado directamente. Los cuatro se fueron a golpear a
Anael por su desafío. Pero a Anael los años de la guerra y la experiencia sufrida
lo habían hecho más fuerte. Ninguno pudo golpearle, apenas le rozaron la cara.
Con fácil agilidad se deshizo de cada uno de ellos. El último intento correr y
agarrar su arma para dispararle. Pero Anael fue más rápido y le disparo en la
pierna inmovilizándolo al instante. La mujer lo miro entre sorprendida y con
miedo. Anael se acercó a ella y le tendió su mano. La mirada del soldado era
triste, había un dolor en ella innombrable, que le consumía por dentro, que
quemaba los cimientos de su interior
Anishka resulto
ser una mujer muy inteligente, una chica solitaria que le gustaba ir mucho a
escondidas a la biblioteca de su pueblo a leer. Significo un poco de color para
Anael, en medio de una urbe en ruinas, acompañada solo por el humo gris. El la
protegió, le busco un lugar donde pudiera escónderla. Le gustaba ir a conversar
con ella, comer en su casa, hablar de literatura, filosofía y arte, de pequeños
acontecimientos cotidianos. Le llenaba lentamente, le daba felicidad. ¿Habia
olvidado a Lithuviel? No, no era así. Pero el tiempo y la lejanía pesaban, los
sentimientos eran cambiantes y la vivencia de la guerra había cambiado su
percepción de la vida y de las cosas, lo había vuelto menos soñador, más
escéptico y meditabundo. Ahora se preocupaba más por el presente, que por el
futuro, ahora creía más en lo cercano, en lo intermitente de lo real. Entonces
entre tantos abismos encontró un refugio en Anishka y ella significo para el
ese escape que necesitaba, una luz en medio de la oscura caverna donde se juntan
las sombras de ruinas y cadáveres mutilados, un solar donde podía acostarse una
vez a la semana a mirar las estrellas y descansar en paz.
Asi fue que
decidieron casarse y ahora que la guerra había terminado Anael la había traido
a conocer a su madre. La cual se alegro de ver a su hijo casado y más maduro.
Pero el no mostraba la misma alegría, el mismo no había olvidado que en parte
toda esta experiencia había sido su culpa. Ella lo había obligado a transitar
ese camino de dolor y crueldad. Pronto se establecieron en el lugar y montaron
una pequeña escuela, en la que Anael y Anishka esperaban cultivar en las mentes
jóvenes ideas para que no se repitiera un conflicto tan sangriento y
destructivo como el que les había tocado vivir. Un día por la tarde, Anael nostálgico
decidió recorrer el bosque e invitó a su esposa. Caminaban tomados de la mano,
mientras cantaban una bella canción. Anael no se había olvidado de Lithuviel,
pero sus recuerdos al respecto eran vanos y escasos. Pensó que tal vez la
encontraría de nuevo en el bosque, la saludaría y le presentaría a su esposa.
Era lo menos que se merecía, saber que había sido de su viejo amigo. Anael
pensaba que ella también había hecho su vida y que el tiempo irremediablemente
los había llevado por caminos irreconciliables. Pero que ello no impedía un
encuentro, volverse a ver.
Intentó
llamarla. Pero el bosque solo le respondió con un sonoro silencio. ¿Lo había
visto Lithuviel? Por supuesto. Ella estaba allí, detrás de un árbol y los
observaba atentamente. De su rostro solo salió una lágrima, de alguna forma ya
se lo había imaginado. Una sola lagrima
cargo con ese dolor acumulado por años y meses, que recordaba un beso y un abrazo
dados en otros tiempos, pero que ahora era un recuerdo tan lejano, que no le
costó marchitar. Entonces ella sonrió y comprendió. Hace mucho que lo sabía. El
bosque y ella ahora eran solo uno. Ella representaba los viejos tiempos, la
magia, la fantasía y la lluvia de lo inefable. La chica que acompañaba a Anael
era lo nuevo, aquel espíritu curioso y racional, el nuevo mundo que se
aproximaba, que buscaba el conocimiento y la paz. Lithuviel sintió entonces que
solo había vivido en la mente de un joven miedoso que solía esconderse en el
bosque para poder leer. Ese era el joven que había amado y ese definitivamente
no era la persona que se encontraba al frente de sus ojos mariposados.
Pero había algo
más que le causaba una profunda felicidad. Ella no le necesitaba. Era libre, tenía
sus propias alas. Ella había bailado bajo crepúsculos ancestrales, había
pintado las estrellas en un lienzo de hojas, había corrido con lobos y conejos
por paisajes antiguos y desconocidos. Ella era el espíritu del bosque, etéreo e
inmortal. Tenía buenos amigos, tenía un hogar único. A partir de ahora, ella tenía
sus propias alas y podía vivir con ella misma. Era consciente de su magia y de
su poder, de su canto, de sus vuelos nocturnos, donde no hacía falta más que
una sonrisa, un baile, buenos amigos y una buena canción para escuchar. Lo
demás, entraba en el imperio de lo que sobra, de lo que entra en las puertas
del olvido, de lo que fue y nunca será.
Así decidiera
salir de su escondite el ya no la vería, ambos habían cambiado, el cielo era ya
de otro color. Lithuviel se retiró en silencio pasando a su lado, sin que le
vieran, dejando una pequeña hoja de roble, solo una, que recordaba un instante,
un anochecer que alguna vez fue. Anael la recogió, la reconoció y la miro
triste, un viejo temblor se apodero de su piel. Sus nombres estaban inscritos
en aquella verde piel. Luego la soltó y se la llevo el viento, como esta
historia que termina, inesperadamente, en un adiós y en un volver.