Despedida de la Maga

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Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


domingo, 24 de marzo de 2019

El Canto del Azulejo



Cuento ganador de Mención de Honor en el VI Concurso Nacional de Cuento de EPM


Pequeño, ¿Qué miras en esta pobre anciana? No tengo nada de asombroso. Llevo mucho tiempo aquí parada, esperando, ¿esperando qué? No lo sé. Una caricia nocturna, tal vez, o una revelación que brote de la tierra. Cada vez siento que hago menos falta en este mundo. Lo único que me acompaña y suele alegrar mis tardes es aquella música. ¿No la escuchas? Sí, me refiero al trinar de los pájaros, del azulejo, del barranquero, de la mirla sinsonte. A veces siento que soy la única que piensa que el canto de los animales, del viento, de mis pequeños dedos cuando bailan con la brisa conforma una gran sinfonía, digna de superar a Mozart, a Tchaikovsky o a cualquiera de tambores explosivos que escuchan en sus artefactos electrónicos. Es triste tener esta perspectiva en soledad y solo compartirla conmigo misma o con la pequeña ardilla que pasa, que me mira con sorpresa para luego recluirse de nuevo en mi corteza donde tiene su hogar.

Pero parece muchacho que te estás quedando dormido. Dime, ¿tienes amigos? ¿O en verdad eres tan solitario mi pequeño dormilón? Comprendo. Tiemblas, murmullas palabras extrañas, tienes una pesadilla. Calma, no hay monstruos aquí, puedes estar tranquilo. El silencio es tu aliado. Duerme tranquilo mi pequeño, duerme tranquilo lirón.

Una niña pronuncia tu nombre. Miro a la recién venida, realmente está asustada. Me pregunto qué razón podrá ser tan importante para despertarte, niño durmiente. Entre bostezos le dices que quieres dormir, ella te pide que vayan a trabajar. La niña te mira suplicante y pone sus manos en posición de ruego. Entonces te quedas callado, lo piensas detenidamente. Veo un poco de tu propia desgracia, de aquella historia trágica que se esconde bajo tus ojos somnolientos. A veces simplemente deseas escapar, esfumarte para no volver. Por eso vienes aquí.

     Hermanita…ven acuéstate conmigo— dices lentamente— Este lugar es muy cómodo y confortable.  Nadie viene aquí, nadie nos molestará. Y ella…—dices apuntándome con el dedo—siempre me recibe con sus raíces abiertas. A veces pienso que quiere hablarme, contarme algo…
     Tomi, ¿te estas volviendo loco?— pregunta la niña preocupada— Padre pronto estará aquí. Lo que hago, lo hago por ti. Si vieras el castigo que me dio la otra vez, fue horrible…
     ¡Hermanita! Olvidémonos de padre, no más correazos, no más sufrimientos, ¡vivamos acá!— dices como si tuvieras una epifanía o revelación— Nos lo merecemos. A la final todos estos árboles son nuestros hermanos, son criaturas vivas como nosotros, ¿Por qué no podemos vivir como ellos? Que sean la lluvia, el sol y el agua quienes nos provean lo que necesitemos.
     No hablaras en serio—dijo la niña con un poco la duda y una ligera sonrisa intenta dibujarse en su rostro opaco.
     Al igual que nosotros ellos han sido abandonados por los demás, las personas se han olvidado que existen. Ellos y nosotros somos igualmente ignorados por la gente, que no es capaz de ver más que su propia billetera.

¡Así es pequeño lirón! ¡Yo te apoyo! Y alzo mi raíz enérgicamente. Y yo les diré por qué no nos perciben. Nuestra existencia se les hace molesta, porque les recordamos su propia decadencia, lo que han sometido al designio de las leyes del olvido. Se han rodeado de máquinas e información innecesaria. Se han olvidado que existen otros. Ese “otro” que ya no es más que una huella endeble en la ciudad, que desaparece con la niebla o con un anuncio.  Nosotros también somos habitantes de esta tierra que es necesario proteger.

     No lo sé Tomi. No sé nada— dice con lágrimas en sus ojos
     Piénsalo, solo recostémonos un momento— dices seguro— Un sólo minuto. Un instante de paz. Dejémonos abrigar por sus ramas y luego simplemente que pase lo que tenga que pasar. Descansemos una sola vez para mañana mirar el sol con otra cara, para que nos sorprendamos de nuevo como si fuera la primera vez…
     Yo…lo deseo. Sólo un poco…—dice la niña insegura— sólo un poco mucho. Un poco más
     ¿Sabes hermanita?— dices sonriendo— Cuando vengo aquí, duermo y sueño. Entonces estamos tú y yo lejos. En una casa enorme, con camas grandes y comida de verdad. Tenemos muchos peluches y juguetes como los niños que caminan por la calle. ¿Te acuerdas de esa muñeca que vimos el otro día en la vitrina, la de sonrisa traviesa?, esa la tienes en tus manos y juegas con ella todo el día. Y yo tengo un balón ¿sabes?, no ese desinflado que recogimos el otro día de la quebrada la Iguana. Soy como Falcao o Asprilla. Soy un goleador y aparezco en la televisión. Soñar es lo único que me impulsa a vivir, y quiero seguir haciéndolo, a tu lado. Ven, recuéstate conmigo.

La niña se te acerca y se recuesta a tu lado. Sopla una fría brisa. Intento infundirles un poco de mi calor, a pesar de los pocos harapos que tienen. Mi verde interior se agita y empiezan a caer lágrimas de clorofila, lágrimas de indignación. Al final, sólo los más débiles entre los humanos nos quieren. Es un amor de débiles, un amor de olvidados, un amor sin canciones. Un amor que trasciende pieles u órganos, un amor por la vida que palpita. Sí, os abrigo. Pues sé que ustedes aún tienen salvación. Es hora de que duerman, que sueñen, que emigren lejos de este lugar. Quizás a lo alto de la montaña de la cordillera, como enormes cóndores que desafían el viento y las nubes, en busca de un poco de paz.

Pero déjenme, escucho algo, un ruido. ¿Qué puede entorpecer esta tranquilidad? Se acerca alguien. Quisiera evitar que se acerque, hay algo en sus violentos pasos que me asusta. Pero…me siento impotente. Es un hombre de mirada furibunda y postura agresiva, se mueve rápidamente, con algo de torpeza. Lo confieso, tengo miedo. No me gusta ese hombre. Lleva en su mano derecha una botella. Su rostro suda, sus labios se aprietan. Sus ojos desbocados buscan devorar el mundo. Está ebrio y no tiene control sobre su caminar. Se tambalea como un funambulista en un circo. ¡Aléjate! No hay espacio para ti en este lugar.

     ¿Dónde estarán estos culicagados?— grita furioso— ¡Tomás Emilio!, ¡Vanesa Alexandra!

Ustedes no escuchan, están sumergidos en sus sueños. La voz del padre les suena lejana, como un eco de una época que ya terminó. Su padre vuelve a llamarlos una segunda vez. Pero sólo le responde el trinar burlesco de un azulejo.

     ¡Tomás! ¡Vanesa! Salgan de una vez— grita el padre— ya sé que vinieron a este parque, me lo han dicho. Estoy cansado, quiero llegar a casa a acostarme y ver el partido. Además tienen que darme lo que recolectaron hoy. ¡Salgan de una puta vez! Mierda…

No hay respuesta. De nuevo sólo le responde el azulejo burlón. El padre toma otro sorbo de la botella que carga en el bolsillo de la camisa. Una pequeña vena de su frente resalta, ese sería capaz de hacer arder el mundo por unos cuantos pesos.

     ¡puto pajarraco! ¡Los mataré lo juro!— grita— salgan ahora culicagados si valoran sus vidas

Nadie sale, nada se mueve, excepto una pequeña brisa. Su padre no se percata de ello. Se queda pensando un momento, estudia que hacer a continuación.

     Está bien niños— dice el padre interrumpiendo mis reflexiones-—comprendo su juego, está bien, los quiero mucho…

Palabras, mentiras, artificios de dolor.

     Perdónenme, les aseguro que he cambiado, mamá volverá pronto…— sigue su suplica absurda en tono de lástima— Pero salgan, por favor, papá les quiere…

De nuevo el velo del sueño evita que ustedes escuchen aquel sin sentido. Su padre de nuevo vuelve a perder los estribos.

     Salgan de una puta vez— grita furioso

Pero a su padre rabioso solo le responde un tercer y último trino del azulejo que avisa el advenimiento de la tempestad. El hombre enloquece, sigue gritando cada vez más incoherencias, moviéndose de un lado al otro, aproximándose lentamente. Cada fibra de mi tronco tiembla levemente ante la cercanía y la incertidumbre de aquellos ojos devastadores.

Pronto se percata de nuestra presencia, sus ojos se abren de par en par. Sin embargo esta vez no grita, esta vez el silencio se convierte en su aliado. Furioso, quiebra su botella contra uno de mis hermanos. El viento sopla cada vez más fuerte y las hojas pardas se mueven, como queriendo escapar. Tres pasos lentos, un suspiro que nace de la tierra, entonces rápido, como un rayo, aquel hombre se lanza sobre ustedes con la botella quebrada. ¡Horror de los horrores! Es demasiado tarde, pronto aquel líquido lo salpicará todo y mi tronco se vestirá de rojo en esta noche demencial.

Nunca he servido para narrar finales. No quiero ser parte de este final. ¿Es este realmente el punto donde se detiene la narración de una historia? ¿Un final inmune a las consecuencias de los actos más explosivos y desgarradores de la acción humana? Puedo decir que efectivamente la sangre chorrea mi tronco. Pero no es roja, es verde como las montañas que rodean esta ciudad. Su padre ha clavado su botella contra mi tronco y mis hojas, hiriéndome un poco, sacando una pequeña cantidad de clorofila acumulada. Ustedes, mis niños…ya no están. Simplemente no están.

¿Dónde están?

Yo no lo comprendo aún del todo o quizás no deseo comprender. Su padre no lo puede creer: grita, patea, maldice. Lanza patadas a todo árbol o roca que se le atraviesa. Le echa la culpa al parque maldito. Se tira al suelo desesperado. Se frota con sus manos el rostro. Luego abre los ojos. Gruñe. Se aleja tambaleando, sin un rumbo, sin un fin pronto para su propia historia, ni una última oración para su hogar.

Luego que se va puedo reflexionar, sobre lo que sucedió en ese momento y lo que creo que pasará. La tierra defiende a los suyos, la tierra es inquieta, la tierra se agita, se mueve y crea rupturas, crea grietas, abismos de paz.

¿Me escuchan? Sé que aún están ahí, durmientes. Pues el río de la vida sigue fluyendo. Aquel hermoso sueño no ha sido entorpecido. Veo entonces dos pequeños brotes, dos pequeños árboles que recién nacen a mi lado. Entonces sonrío. Doy la bienvenida a mis dos nuevos hermanos, que pronto se unirán a mí para conversar, para soñar y poder disfrutar el canto del azulejo una vez más.

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