Despedida de la Maga

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Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


sábado, 8 de junio de 2019

EL BAZAR DE LAS EXPLICACIONES




EL BAZAR DE LAS EXPLICACIONES

A pesar del calor, de encontrarme en el fin del mundo, rodeado de un océano de arena y ventisca, me pareció increíble encontrarme aquel mercado lleno de vida y beduinos solitarios. Ya me habían hablado de él, en Damasco, pero lo creía un mito, una historia contada por ancianas errabundas. Esperaba encontrar allí la respuesta a la pregunta que atormentaba mis días. Estacioné mi dromedario, que estaba cansado luego del largo recorrido, y pregunté qué era ese lugar. Uno de aquellos mercantes, un sujeto barbado y de ojos marrones, me aseguró que era El bazar de las explicaciones. No le entendí muy bien.

     Es muy sencillo— explicó—. Aquí habitan gran parte de las explicaciones del mundo, todas las que alguna vez fueron y las que serán, guardadas en pequeños pergaminos, reutilizadas una y otra vez y clasificadas sabiamente por temáticas
     Sí eso es así— pregunté torpemente y buscando generar sorpresa—. Entonces ustedes deben tener una explicación a la pregunta fundamental: ¿por qué existimos?
     Las tenemos todas— dijo sin inmutarse—: por una deidad ebria, por el azar de un universo maldito, por el eructo de un gran elefante en el desierto, ¿cuál quiere?
      La verdadera.

El mercader abrió los ojos de par en par. Luego no pudo evitar reírse. Se quitó con un movimiento rápido el sudor de su frente y continuó:

     Me temo que usted no entiende. Nosotros no vendemos verdades. Ya existe una verdad y está en el libro del profeta, bendito sea su nombre, las explicaciones no pretenden ser verdaderas, ni tampoco obedecen a un patrón ético. Son simplemente explicaciones, miles de ellas, listas para ser usadas en cada ocasión.
     Es absurdo.
     ¿En verdad piensa eso?— dijo guiñándome el ojo—. ¿Y si le vendiera la explicación adecuada para explicarle a su mujer porque aquel 12 de octubre se encontraba con la mujer de vestido rojo? ¿o la explicación de por qué llegó una hora tarde al trabajo el día de ayer? ¿o la explicación que debe a su hija, la niña pecosa de ocho años, para aquellas preguntas incomodas sobre sexo? ¿o una explicación apropiada para zafarse de una aburrida pregunta en una conferencia de algún molesto pseudo-intelectual? ¿o una explicación de por qué precisamente hoy, 23 de mayo, está usted aquí, en medio del desierto, alejado del mundo?
     Esa la tengo
     Tal vez…pero no nos quedemos en estos detalles insustanciales. ¡Mire!
Aquel beduino me llevó por todo el bazar. No mentía, aquel lugar estaba lleno de tiendas con muchos pequeños cofres con pergaminos, cada uno de ellos marcado de acuerdo a criterios temáticos. Más sorprendente aún fue encontrar que las tiendas tenían varios clientes y que no era el único visitante. Observé detalladamente los cofres, algunos mercaderes me dejaron ver. Los clientes preferían ocultar su identidad tras algún trapo o velo, sentían vergüenza, como si estuvieran en una tienda de artículos eróticos. Me sorprendió ver que muchos de los compradores los recordaba de la tv o los medios de prensa escritos. Eran políticos y funcionarios importantes de países lejanos.

     ¿Por qué se sorprende querido amigo?— dijo el beduino—. El poder se sustenta en juegos de palabras, en explicaciones, y entre más efectivas, verosímiles y bien argumentadas mejor. Nosotros tenemos una tienda especializada en explicaciones bien razonadas. La mejor del país.

Seguimos recorriendo el bazar y haciendo algunos recorridos en círculo, me sorprendía ver las diversas temáticas: Política, sexo, religión, metafísica, deportes, defensas, negocios, astronomía, hasta ovnis estaban allí.

     Ya veo que han intentado cubrir todos los frentes— dije—. ¿de dónde salen las explicaciones?
     Somos artesanos de las palabras, medio poetas, aunque más pragmáticos y menos idealistas, al igual que el alfarero, nosotros sabemos como trabajarlas. Es un conocimiento que se ha pasado de generación en generación. El bazar de las explicaciones existe desde la antigüedad, dicen que el mismo Alejandro el Grande, compró un par de explicaciones dedicadas a sus soldados, cuando pretendía llevarla a la India en una campaña suicida.
     Pufff, son todo patrañas. Probemos: si le pregunto, ¿por qué el cielo no cae sobre nuestras cabezas?, ¿tendrá una explicación guardada en sus pequeños cofres?
     ¡Claro! Sígame.

Nos dirigimos a una de las tiendas, cubierta por una tela rojiza desgastada. Allí el mercader estuvo un momento inmerso en la búsqueda y luego de unos minutos nos tendió tres cofrecitos sellados y empolvados.

     ¿Tres?
     ¡Claro!, ¿qué explicación quiere? ¿la religiosa, la poética o la científica? ¿la que daban los antiguos egipcios cuando copulaban Geb y Nut? ¿el hecho de la existencia de una atmosfera separada del planeta? ¿o simplemente que el cielo es un eterno enamorado de la tierra e, introvertido, no sabe cómo cortejarla.
No pude evitar reírme.

     Ya, ya, pero a mí sólo me interesa una explicación. Solo una y quiero que, si se encuentra en este bazar, me la pase.
     ¿Cuál?— preguntó curioso el hombre
     Quiero saber por qué no tengo un hogar, por qué llevo años y años caminando a través de bosques, montañas y valles, por qué siempre que intentó establecerme en un lugar algo sale mal
     Hummm… le recuerdo que nosotros no vendemos verdades
     No importa. Servirá para consolarme y además usted mismo dijo que algunas veces, por azar, surgían verdades.

El mercader se quedó un momento pensativo rascándose la barbilla. Su silencio me sorprendió.

     No creo que en estas tiendas encuentre algo que le satisfaga

Suspiré resignado. Pero luego continúo:

     Creo que tengo lo que necesita. Necesito que me siga y, sobre todo, le pido que no le cuente lo que va a ver a nadie
     Lo prometo— dije sin dudarlo.

Salimos de las tiendas. El bazar estaba en una pequeña aldea en medio del desierto, que tenía un oasis y un pozo de agua que, a duras penas, lograba satisfacer las necesidades de la corta población. Afuera de sus casas solo se veían hombres, unas pocas mujeres cubiertas de negro y un solo niño que jugaba con la pelota contra una pared. Seguí al mercader por fuera de la aldea. El sol estaba en su cenit y, a pesar de estar protegido, aquel calor me hacía desear lanzarme en el primer charco que apareciera sobre la arena. Llegamos, luego de un corto camino empedrado, a lo que parecía ser un pozo, una abertura en la tierra de corta profundidad, estaba llena de pergaminos y papeles diversos.

     ¿Qué es esto?
      Es el pozo de las explicaciones perdidas. Aquí echamos todos nuestros productos fallidos, aquellas explicaciones que nadie desea
     ¿Y por qué me trae aquí?
     Por qué la explicación que usted busca está ahí
     ¿Está usted loco?
     No, no. No lo estoy. Hace unos días un joven mercader, un novato del oficio descartó una explicación sobre el hogar, recuerdo haberla escuchado. Creo que cometió un error. Pero me aseguró que a nadie le interesaría. Bien, no somos perfectos, a veces nos equivocamos. Debería intentarlo. Métase al pozo y búsquela
     Es una locura
     Es su única oportunidad— dijo mirándome fijamente.

No perdía nada con intentarlo, quizás sólo algunos minutos de mi tiempo. Así que, animado por el mercader, me lancé al pozo a buscar la explicación perdida. Me sumergí en una multiplicidad de pergaminos y papeles escritos. Leía, pero todo me parecía incoherente, otros eran argumentos pobres, otros sencillamente no tenían sentido. No encontraba ninguno que se asociará con mi hogar. Estornude por la acumulación de polvo y arena. El mercader me miraba desde arriba, curioso, como esperando. Me volví a sumergir, esta vez más profundo. Seguía sin encontrar algún papel o pergamino que sirviera, era un cerdo sumergido entre palabras. Justo cuando pensaba esto escuché un sonido, como un chasquido, que provenía de las profundidades. Empecé a temblar. Algo no andaba bien. Era momento de retirarme. Intenté volver a subir, logré asomar mi cabeza y uno de mis brazos. Pero algo me sujetó la pierna y no me dejaba ascender. El mercader me sonreía.

     ¡Qué pasa!— le exigí —Ayúdeme
      Ya lo he hecho
      ¿De qué habla? ¡Le exijo que me saque de aquí!
     Usted quería un hogar, se lo he dado. Aquí no tenemos verdades, eso lo sabe, pero si nos compadecemos de nuestros clientes
     ¡Esto no es ningún hogar!
      Nosotros los artesanos de palabras sabemos que hogar es una palabra, una construcción como cualquiera. Su problema es que no ha querido poner el primer ladrillo. Se niega a aceptar esa posibilidad. Sus piernas lo llevan a evitarlo. Yo le ofrezco la forma en que esas piernas no caminen más y al fin encuentre lo que añora
     ¡Déjeme salir! ¡Pagará por esto!
     Salude a la mascota del Bazar, ¡La señorita Alcalá!

La señorita Alcalá resultó ser una serpiente de enormes proporciones, asomó su rostro por encima de papeles y pergaminos y escuché con horror el sonido zigzagueante de su lengua. No podría escapar de ninguna manera. Mientras la sierpe me engullía comprendí con horror a qué se refería aquel hombre, mi nuevo hogar sería el estómago de la serpiente: una prisión de escamas. Me dejé llevar, acepté la situación resignado. No era comida. Era un nuevo habitante de aquel pueblo.
Y es aquí, desde donde, sin explicación, en un acto inútil, escribo estas líneas.

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