Despedida de la Maga

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Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


domingo, 9 de septiembre de 2012

Arte y Resistencia



Hace unos años ya, iba caminando por la carrera 80 en la ciudad de Medellín, cuando fui testigo de un acontecimiento muy particular. Imagínense una tarde soleada, hora-pico, de esas donde los vendedores de Bon-ice hacen su negocio y los hombres disfrutamos a las mujeres cada vez mas sueltas de prendas, agobiadas por el calor. Ellas llegan a despertar suspiros, deseos y algunos coloridos piropos de albañiles, taxistas, carpinteros y uno que otro adolescente con las hormonas en proceso de erupción. Como decía, caminaba por la carrera 80 y la calle 35, cercano al “rompoy de Don Quijote”[1], cuando vi a una mujer de cabello castaño mal cortado, una falda larga y una suerte de camisilla azul. No era en realidad muy bella, pero sus ojos me llamaron la atención inmediatamente. Eran de un color verde oscuro, parecido a los de una pitonisa o una diosa pagana antigua, de esas que bailaban en el claro de un bosque o de las que entonaban bajo las olas, una provocativa canción.
La mujer se paro en el centro del rompoy – lugar privilegiado donde se concentra toda la vista, toda la recepción-, miro hacia su frente un momento, con la mirada perdida. No parecía estudiar ningún detalle exterior en absoluto. Tal vez estaba intentando conectarse o establecer algún vínculo con alguna fuerza desconocida o poder interior. O tal vez simplemente no pensaba en nada y dejaba su mente en blanco, preparándose para lo que iba a suceder a continuación. De un momento a otro, ante la sorpresa de los transeúntes y conductores que pasaban por el lugar, la mujer empezó a efectuar un extraño y ridículo baile. Que aun hoy, luego de tantos años, no logro olvidar. Se movía como una especie de robot o autómata, haciendo siempre los mismos tres pasos. Movía primero su mano izquierda con determinado ritmo durante un rato extenso. Luego retrocedía levemente y agitaba sus dos brazos hacia adelante y hacia atrás. El tercer paso era un giro, que sorprendía cuando llegaba y que le daba a su baile un aire etéreo, irreal.  Las personas optaban por reírse del espectáculo o ignorar a la mujer que podía ser considerada demente, por pararse en un lugar tan llamativo a hacer aquel acto considerado estúpido, incoherente, fuera del sentido común. Solo uno o dos, (incluyéndome), nos quedábamos hipnotizados, mirándola, intentando descifrar el enigma, su baile, suerte de absolución.
Esa mujer, queridos amigos, era una artista; y es precisamente en este punto, donde quiero pararme hoy. Pienso que, el concepto de “revolución” es un significante que ya tiene amplia revisión y que ha sido abarcada en otros ensayos y poemas de la revista. Yo quería concentrarme en “resistencia”, al menos levemente y hacer una pequeña reflexión. La bailarina hace un acto de resistencia puro, que nace de su propia multiplicidad, de su interior. La resistencia es una parte fundamental del quehacer artístico. Es un elemento necesario e incuestionable de cualquier producción estética. Viene desde el primer hombre que pinto en las cavernas la muerte de su enemigo, pasando por las canciones juglarescas de amor prohibido, culminando tal vez en algún oscuro poema escrito con sangre y dolor. El poeta, el artista y el filósofo resisten, ¿resisten contra que? Contra el mundo, contra los poderes, contra las estructuras, contra el orden,  pero principalmente contra la majadería y el sentido común. Gilles Deleuze, un filosofo francés,  pensaba que el artista era una especie de medico, que diagnosticaba al mundo y de alguna forma le traía salud. Los poetas, hijos de Dionisio y Apolo, son visionarios pues son capaces de percibir la mascara y el artificio, su poesía debe dar cuenta de ese malestar o enfermedad que sacude nuestra realidad, y por tanto, traducirse en resistencia. Perder el miedo a la vergüenza, el rechazo o el castigo, desafiar formas de percepción. Pues retomando de nuevo a Deleuze, el artista crea perceptos -formas de percepción independientes del ser en si-, que sacuden, trastocan y mueven el sistema y la estructura cultural bajo la cual esta organizada nuestra forma de ver el mundo, de representarlo. Todos articulamos una visión.
Así, no pensamos “Resistencia”, como un fenómeno vinculado únicamente a la política o a la lucha de clases, sino  como una de las fuerzas primarias del impulso creativo de cualquier artista. La resistencia dio origen a una multiplicidad de vanguardias que desafiaron en algún momento el establechiment, los canones y la propia forma en que nos representamos, en que nos articulamos como sujetos mediante la cultura y la tradición. En un mundo plegado de distintos poderes, de morales anticuadas, de falsas certezas religiosas, instituciones caducas y sentimientos encontrados en la soledad constitutiva del nuevo mundo posmoderno, se hace cada vez más necesaria la labor del artista. El cual, además da cuenta del artificio bajo el cual estamos inmersos y se burla de manera desenfrenada de la seriedad y la absurda certeza con la que están construidas muchas de las estructuras de pensamiento de nuestro mundo. Que son frágiles, sostenidas solo por fuertes discursos hegemónicos. Pero siempre puede pasar que una pequeña brisa de viento sople y derrumbe la edificación, el templo, un discurso insostenible, regular. 
En este sentido, el artista o el poeta, puede apropiarse de elementos emotivos, como la risa –como pensaba Bajtin-, que le permitan sacudir los mismos cimientos de la mentira en la cual vivimos. Notable es, por ejemplo, el invento de la pata física, como ciencia de las soluciones imaginarias. Una interesante forma de demostrar las falencias de la metafísica y la ciencia, de cualquier intento de creer que podemos racionalizar una realidad que en definitiva nos desborda y que jamás podremos del todo capturar. Así, vuelvo a la bailarina solitaria, que sigue moviéndose aun bajo la lluvia y la incomodidad de los transeúntes. El arte no nació para ser comodidad, no nació para ser tranquilo, nació para movilizar, para agitar, para sacudir, para hacer gritar. Para hacer enfrentar nuestros miedos, para hacer recordar lo frágiles que somos y para llevar cualquier emoción o percepción a un nivel más alto, donde se haga impactante, fuerte, llamativo, sublime y real.
La danzarina es consciente de que su danza no puede imitar ya el mundo, lo que la mueve no es el deseo de la simple representación. Ella establece un dialogo con los que pasan, los interpela, les cuestiona su visión de lo aceptable y lo absurdo. Les hace sentir que en cierta medida todos estamos locos, nos invita a participar en su danza, en “resistir” al menos por un momento contra la lógica y el sentido común. Nos invita a perder el miedo a lo que nace de nuestros deseos y del orden imaginario, aquel que no es medido por el símbolo, el poder y nuestro superyó. Se para orgullosa en el centro de la glorieta, para mostrarse como una actriz del mundo, que escenifica un teatro no en un escenario artificial sino en el mismo mundo real, donde actuamos cotidianamente, donde caminamos, sin ton ni son. Su baile continúa y se multiplica, su delirio se trasmite en cada paso, en cada instante, en cada sensación. El espectador es activo, participa, no puede ignorar completamente lo que acontece. Su baile se torna así, un desafío, una resistencia, que sacude nuestro entorno, nuestra concepción.
La invitación desde luego entonces, es a iniciar nuestra propia danza, a resistir. No solo desde la labor artística sino desde cualquier posición o razón de vivir. El fuego de la resistencia arde en mayor o menor medida en cada uno, solo hay que dejarlo crecer. En verdad pienso, que nada puede en este mundo, contra el hombre o la mujer que baila bajo la lluvia, que mira desafiante el acontecer.



[1] Siempre me llamo mucho la atención, como se pueden juntar en una misma frase estas dos palabras: “rompoy” que hace una extraña conjunción e interpretación paisa de la palabra inglesa “round point” y Don Quijote la obra cumbre de la literatura en castellano.

2 comentarios:

  1. Uno nace en el ridículo. Tantas veces un hermano convencional me mira incrédulo a los ojos y me dice: "Estás jodida Manuela. Vos sos una loca hijueputa". Eso no puedo cambiarlo. Nunca lo he racionalizado como una rebelión, no sé como se realiza ese proceso del arte en mi inconsciente, pero me gusta esa visión. Ahora, imagino aquella bailarina y siento la incomodidad del transeúnte y también ese vértigo excitante que precede una carcajada.

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  2. Recuerdo la Danzarina, también la vi varias veces en el parque de la floresta, con su walkman en mano y audífonos grandes en sus orejas, danzando y paseándose por el parque en medio de los transeúntes. Danzar es transformar el espacio, resistir contra la quietud del orden, excelente invitación Daniel, el filosofo y el poeta andes que nada, deben aprender a danzar.

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