Un día me levanto, es tarde en la noche, no hay mucho que hacer y el tedio es demasiado grande. Me siento en la mesa, me hago un te o me sirvo un poco de cereal y me acerco a aquel extraño mecanismo que es el control remoto. Prendo el televisor, quizá con la vaga esperanza o con cierta anticuada idea grabada en el interior de toda persona consumista de encontrar algún buen programa que me distraiga la mente de preocupaciones y problemas de la vida cotidiana. Empiezo a hacer el clásico zapping buscando algún canal o programa que se adecue a mis intereses. Mientras paso veo que de canal a canal se repiten los mismos patrones: realitys, futbol, noticias amarillistas y mujeres modelando es lo que más mueve la atención del público.
Aun que no puedo negar que aquellos traseros de ninfas prefabricadas tienen un efecto en mi, puedo decir sin temor que toda la programación en general es una basura, un adefesio. Solo pocos canales se salvan, sobre todo los de documentales y películas. Es esto lo que motivo mi divorcio de la televisión y mi afianzamiento en el mundo de la internet. No quiero decir que el mundo de la internet no este mediatizado también por la publicidad y algunos lavados de cerebro, pero la Internet tiene algo que no tiene la televisión, la ilusión de “escoger”. La ilusión de que tú eliges que contenidos, que videos, que lecturas son las que te interesa escoger. Ilusión claro, pero toda ilusión tiene un peso.
Pero el motivo de esta corta reflexión, no es profundizar en el debate televisión-internet sino denunciar a uno de los peores artificios mediáticos que ha creado la humanidad en un espacio y un tiempo específico. En algún momento del zapping, mi mirada se detiene horrorizada cual tenebrosa película de Hitchcock en un solo canal. Me refiero al canal RCN de Colombia, el cual cada vez en su programación demuestra el grado de degradación y miseria humana en todo su esplendor. RCN se ha convertido en una nueva versión del antiguo coliseo romano donde gladiadores se peleaban por su vida y dramatizaban antiguos mitos y batallas, lo cual entusiasmaba al pueblo ansioso de sangre, de identidad y particularmente de algo que los sacara de su propia miseria cotidiana.
Los gladiadores han sido remplazados con protagonistas de novela, que en su armadura negra, con su nombre propio grabado en escuetas letras blancas –como si el nombre ejerciera algún tipo de maleficio o hechizo extraño en su pronunciación- luchan en la arena en terrible batalla. No son las armas de antes, no. Ya no son jabalinas, lanzas o gladios; son palabras, insultos, gritos y todo aquello que genere el malestar emocional del otro y que convierta la estadía en un espacio en un infierno de llanto, hipocresía, envidia y juegos de poder. Claro, esto último puede tener algún interés, si no se omite que mientras el reality se lleva toda la atención de los televidentes sonámbulos en Colombia, en esa imaginaria construcción territorial, siguen explotando escándalos de corrupción, violencia e intolerancia que la gente prefiere ignorar o aceptar de acuerdo a lo poco que le es informado. Como creer que por que se ve un soldado llorando frente a una cámara, significa que los indígenas que se le enfrentan son malos, antagonistas de la “gente de bien” y aliados de los terroristas de “la FAR”.
Pero no es solo protagonistas de novela, RCN desprende en su programación otras bellezas de consideración como Laura (que es un excremento importado, por que ni siquiera tienen ideas originales) y uno que otro novelón clichesudo para entretener a amas de casa. RCN se ha convertido en Colombia en un fuerte mecanismo de control y manipulación por parte del discurso hegemónico. Ha servido para tapar y abrir puertas de información que le convienen al poder, a un determinado poder, representado en la elite bogotana, los principales empresarios y la derecha en general que solo quieren ver lucrados sus bolsillos a costa de la miseria de los demás.
Yo me pregunto, si el presentador del programa realmente se cree al mismo, cuando dice: “Colombia ha elegido”. Pero, ¿Quién es Colombia? ¿Quién es el? ¿él es Colombia? ¿No es muy ambicioso, egoísta y abrumador creer que toda “Colombia” eligió y esta pendiente de la vida de estos gladiadores, digo actores de segunda? Su discurso totalizador e impositivo solo puede provocarme nauseas y desear nunca más prender el televisor. Mejor, apague y vámonos.
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