Cuento ganador de Mención de Honor en el VI Concurso Nacional de Cuento de EPM
Pequeño,
¿Qué miras en esta pobre anciana? No tengo nada de asombroso. Llevo mucho
tiempo aquí parada, esperando, ¿esperando qué? No lo sé. Una caricia nocturna,
tal vez, o una revelación que brote de la tierra. Cada vez siento que hago
menos falta en este mundo. Lo único que me acompaña y suele alegrar mis tardes
es aquella música. ¿No la escuchas? Sí, me refiero al trinar de los pájaros,
del azulejo, del barranquero, de la mirla sinsonte. A veces siento que soy la
única que piensa que el canto de los animales, del viento, de mis pequeños
dedos cuando bailan con la brisa conforma una gran sinfonía, digna de superar a
Mozart, a Tchaikovsky o a cualquiera de tambores explosivos que escuchan en sus
artefactos electrónicos. Es triste tener esta perspectiva en soledad y solo
compartirla conmigo misma o con la pequeña ardilla que pasa, que me mira con
sorpresa para luego recluirse de nuevo en mi corteza donde tiene su hogar.
Pero
parece muchacho que te estás quedando dormido. Dime, ¿tienes amigos? ¿O en
verdad eres tan solitario mi pequeño dormilón? Comprendo. Tiemblas, murmullas
palabras extrañas, tienes una pesadilla. Calma, no hay monstruos aquí, puedes
estar tranquilo. El silencio es tu aliado. Duerme tranquilo mi pequeño, duerme
tranquilo lirón.
Una
niña pronuncia tu nombre. Miro a la recién venida, realmente está asustada. Me
pregunto qué razón podrá ser tan importante para despertarte, niño durmiente.
Entre bostezos le dices que quieres dormir, ella te pide que vayan a trabajar. La
niña te mira suplicante y pone sus manos en posición de ruego. Entonces te
quedas callado, lo piensas detenidamente. Veo un poco de tu propia desgracia,
de aquella historia trágica que se esconde bajo tus ojos somnolientos. A veces
simplemente deseas escapar, esfumarte para no volver. Por eso vienes aquí.
—
Hermanita…ven acuéstate
conmigo— dices lentamente— Este lugar es muy cómodo y confortable. Nadie viene aquí, nadie nos molestará. Y
ella…—dices apuntándome con el dedo—siempre me recibe con sus raíces abiertas.
A veces pienso que quiere hablarme, contarme algo…
—
Tomi, ¿te estas volviendo
loco?— pregunta la niña
preocupada— Padre pronto estará aquí. Lo que hago, lo hago por ti. Si vieras el
castigo que me dio la otra vez, fue horrible…
—
¡Hermanita! Olvidémonos
de padre, no más correazos, no más sufrimientos, ¡vivamos acá!— dices como si
tuvieras una epifanía o revelación— Nos lo merecemos. A la final todos estos
árboles son nuestros hermanos, son criaturas vivas como nosotros, ¿Por qué no podemos
vivir como ellos? Que sean la lluvia, el sol y el agua quienes nos provean lo
que necesitemos.
—
No hablaras en serio—dijo
la niña con un poco la duda y una ligera sonrisa intenta dibujarse en su rostro
opaco.
—
Al igual que nosotros
ellos han sido abandonados por los demás, las personas se han olvidado que
existen. Ellos y nosotros somos igualmente ignorados por la gente, que no es
capaz de ver más que su propia billetera.
¡Así
es pequeño lirón! ¡Yo te apoyo! Y alzo mi raíz enérgicamente. Y yo les diré por
qué no nos perciben. Nuestra existencia se les hace molesta, porque les
recordamos su propia decadencia, lo que han sometido al designio de las leyes
del olvido. Se han rodeado de máquinas e información innecesaria. Se han
olvidado que existen otros. Ese “otro” que ya no es más que una huella endeble
en la ciudad, que desaparece con la niebla o con un anuncio. Nosotros también somos habitantes de esta
tierra que es necesario proteger.
—
No lo sé Tomi. No sé
nada— dice con lágrimas en sus ojos
—
Piénsalo, solo recostémonos
un momento— dices seguro— Un sólo minuto. Un instante de paz. Dejémonos abrigar
por sus ramas y luego simplemente que pase lo que tenga que pasar. Descansemos
una sola vez para mañana mirar el sol con otra cara, para que nos sorprendamos
de nuevo como si fuera la primera vez…
—
Yo…lo deseo. Sólo un
poco…—dice la niña insegura— sólo un poco mucho. Un poco más
—
¿Sabes hermanita?— dices
sonriendo— Cuando vengo aquí, duermo y sueño. Entonces estamos tú y yo lejos.
En una casa enorme, con camas grandes y comida de verdad. Tenemos muchos
peluches y juguetes como los niños que caminan por la calle. ¿Te acuerdas de
esa muñeca que vimos el otro día en la vitrina, la de sonrisa traviesa?, esa la
tienes en tus manos y juegas con ella todo el día. Y yo tengo un balón ¿sabes?,
no ese desinflado que recogimos el otro día de la quebrada la Iguana. Soy como
Falcao o Asprilla. Soy un goleador y aparezco en la televisión. Soñar es lo
único que me impulsa a vivir, y quiero seguir haciéndolo, a tu lado. Ven,
recuéstate conmigo.
La
niña se te acerca y se recuesta a tu lado. Sopla una fría brisa. Intento
infundirles un poco de mi calor, a pesar de los pocos harapos que tienen. Mi
verde interior se agita y empiezan a caer lágrimas de clorofila, lágrimas de
indignación. Al final, sólo los más débiles entre los humanos nos quieren. Es
un amor de débiles, un amor de olvidados, un amor sin canciones. Un amor que
trasciende pieles u órganos, un amor por la vida que palpita. Sí, os abrigo.
Pues sé que ustedes aún tienen salvación. Es hora de que duerman, que sueñen,
que emigren lejos de este lugar. Quizás a lo alto de la montaña de la
cordillera, como enormes cóndores que desafían el viento y las nubes, en busca
de un poco de paz.
Pero
déjenme, escucho algo, un ruido. ¿Qué puede entorpecer esta tranquilidad? Se
acerca alguien. Quisiera evitar que se acerque, hay algo en sus violentos pasos
que me asusta. Pero…me siento impotente. Es un hombre de mirada furibunda y
postura agresiva, se mueve rápidamente, con algo de torpeza. Lo confieso, tengo
miedo. No me gusta ese hombre. Lleva en su mano derecha una botella. Su rostro suda,
sus labios se aprietan. Sus ojos desbocados buscan devorar el mundo. Está ebrio
y no tiene control sobre su caminar. Se tambalea como un funambulista en un
circo. ¡Aléjate! No hay espacio para ti en este lugar.
—
¿Dónde estarán estos culicagados?—
grita furioso— ¡Tomás Emilio!, ¡Vanesa Alexandra!
Ustedes
no escuchan, están sumergidos en sus sueños. La voz del padre les suena lejana,
como un eco de una época que ya terminó. Su padre vuelve a llamarlos una
segunda vez. Pero sólo le responde el trinar burlesco de un azulejo.
—
¡Tomás! ¡Vanesa! Salgan
de una vez— grita el padre— ya sé que vinieron a este parque, me lo han dicho.
Estoy cansado, quiero llegar a casa a acostarme y ver el partido. Además tienen
que darme lo que recolectaron hoy. ¡Salgan de una puta vez! Mierda…
No
hay respuesta. De nuevo sólo le responde el azulejo burlón. El padre toma otro
sorbo de la botella que carga en el bolsillo de la camisa. Una pequeña vena de
su frente resalta, ese sería capaz de hacer arder el mundo por unos cuantos
pesos.
—
¡puto pajarraco! ¡Los
mataré lo juro!— grita— salgan ahora culicagados si valoran sus vidas
Nadie
sale, nada se mueve, excepto una pequeña brisa. Su padre no se percata de ello.
Se queda pensando un momento, estudia que hacer a continuación.
—
Está bien niños— dice el
padre interrumpiendo mis reflexiones-—comprendo su juego, está bien, los quiero
mucho…
Palabras, mentiras, artificios de
dolor.
—
Perdónenme, les aseguro
que he cambiado, mamá volverá pronto…— sigue su suplica absurda en tono de
lástima— Pero salgan, por favor, papá les quiere…
De nuevo el velo del sueño evita que
ustedes escuchen aquel sin sentido. Su padre de nuevo vuelve a perder los
estribos.
—
Salgan de una puta vez—
grita furioso
Pero
a su padre rabioso solo le responde un tercer y último trino del azulejo que
avisa el advenimiento de la tempestad. El hombre enloquece, sigue gritando cada
vez más incoherencias, moviéndose de un lado al otro, aproximándose lentamente.
Cada fibra de mi tronco tiembla levemente ante la cercanía y la incertidumbre
de aquellos ojos devastadores.
Pronto
se percata de nuestra presencia, sus ojos se abren de par en par. Sin embargo
esta vez no grita, esta vez el silencio se convierte en su aliado. Furioso,
quiebra su botella contra uno de mis hermanos. El viento sopla cada vez más
fuerte y las hojas pardas se mueven, como queriendo escapar. Tres pasos lentos,
un suspiro que nace de la tierra, entonces rápido, como un rayo, aquel hombre se
lanza sobre ustedes con la botella quebrada. ¡Horror de los horrores! Es
demasiado tarde, pronto aquel líquido lo salpicará todo y mi tronco se vestirá de
rojo en esta noche demencial.
Nunca
he servido para narrar finales. No quiero ser parte de este final. ¿Es este
realmente el punto donde se detiene la narración de una historia? ¿Un final
inmune a las consecuencias de los actos más explosivos y desgarradores de la
acción humana? Puedo decir que efectivamente la sangre chorrea mi tronco. Pero
no es roja, es verde como las montañas que rodean esta ciudad. Su padre ha
clavado su botella contra mi tronco y mis hojas, hiriéndome un poco, sacando
una pequeña cantidad de clorofila acumulada. Ustedes, mis niños…ya no están.
Simplemente no están.
¿Dónde
están?
Yo
no lo comprendo aún del todo o quizás no deseo comprender. Su padre no lo puede
creer: grita, patea, maldice. Lanza patadas a todo árbol o roca que se le
atraviesa. Le echa la culpa al parque maldito. Se tira al suelo desesperado. Se
frota con sus manos el rostro. Luego abre los ojos. Gruñe. Se aleja
tambaleando, sin un rumbo, sin un fin pronto para su propia historia, ni una
última oración para su hogar.
Luego
que se va puedo reflexionar, sobre lo que sucedió en ese momento y lo que creo
que pasará. La tierra defiende a los suyos, la tierra es inquieta, la tierra se
agita, se mueve y crea rupturas, crea grietas, abismos de paz.
¿Me
escuchan? Sé que aún están ahí, durmientes. Pues el río de la vida sigue
fluyendo. Aquel hermoso sueño no ha sido entorpecido. Veo entonces dos pequeños
brotes, dos pequeños árboles que recién nacen a mi lado. Entonces sonrío. Doy
la bienvenida a mis dos nuevos hermanos, que pronto se unirán a mí para
conversar, para soñar y poder disfrutar el canto del azulejo una vez más.