ELLA Y EL NÁUFRAGO DE LA SÁBANA
Esperó un rato en la cama. Él no se atrevía a salir del baño.
Ella suspiró y esperó. No tenía toda la noche. Finalmente salió. Aquel hombre
barbado tenía dos cicatrices en su pecho muy llamativas. Sus ojos eran
perdidos, iluminados, como si su mente estuviera en otro lugar. Ella la puta se
dio cuenta que aquel hombre no era de los que acudía normalmente al servicio de
putas. Era reservado, tímido, torpe. Más bien parecía de esa especie de los
soñadores que estaba en vía de extinción. Entonces, ¿por qué la había llamado?
Ella alcanzó a detectar que en aquel hombre se había abierto un abismo, uno que
no se podía nombrar. Muerto por dentro, creía tal vez que sólo el sexo lo
podría salvar.
Finalmente él se decidió y se acercó a ella. Sin mediar
palabra empezó a besarla. Besó su cuello. Empezó a recorrerla lentamente con su
boca. Ella se preguntó cuánto tiempo llevaba aquel hombre sin sexo. Aquellos
ataques, aquellas invasiones a su piel, eran como las de un cachorro de perro
asustado, que se siente solo, que en cada paso busca un espacio, un lugar, SU
lugar. Ella lo acarició y lo besó, respondió a sus juegos y requerimientos.
Luego le quitó el pantalón y saco su verga. Empezó a chuparla una y otra vez.
Había algo en particular que le encantaba experimentar a ella y era el sabor
del glande en su lengua. Tenía toda una colección de sabores en su mente. Vino,
pimienta, tomate, ajo, zapallo y así. Pero la de aquel hombre le recordaba el
sabor del chocolate caliente, ese que se toma en temprano al amanecer. Le
agradó.
La conjunción de cuerpos se aceleró. Ella se montó encima de
él y empezó a agitarse lentamente. Aquel hombre empezó a gemir de placer. Sin
embargo no decía ninguna palabra. Era un
amante silencioso. De esos que hacen que los gritos estallen con las manos y no
con la lengua. Magos de la piel. Porque a ella le había parecido que aquel
hombre era un pésimo besador. Era demasiado acelerado, como si quisiera
terminar el plato en un segundo, por temor a perder un pedazo de pastel. Pero
con sus manos, era otra cosa, las movía aquí y allá. Creaba universos en cada
toque y explosiones en cada bailoteo de sus dedos, en su pezón o en su
clítoris, en su espalda que recorría como río que se dejaba lentamente navegar.
Él le pidió que se volteara, la iba a penetrar en cuatro. Ella
se volteo juiciosa. El empezó a penetrarla con ganas una y otra vez. Ella se
dejaba llevar y empezaba a gemir. Él se excitaba con cada movimiento, con su
enorme trasero, ella le bailaba encima de su miembro una y
otra vez. El orgasmo estaba cerca. El estallido irrumpió quebrando el espacio
de los cuerpos y ambos se vinieron a la vez. Había sido un polvazo. Sin
embargo, Ella la puta ya no pensaba en el sexo y en aquel misterioso hombre de
ojos soñadores. Se vio a sí misma y se dio cuenta de una terrible verdad. Había
perdido el sentido de su subjetividad. Ella era una encima de la cama y otra
cuando se bajaba de aquel altar. Si eso era así, ¿quién era ella? ¿Existía un
“yo” titilante? ¿o este se diluía en cada beso, en cada caricia, en cada orgasmo
crepuscular?
FRAGMENTO DE ELLA Y LOS CANICHES
"Ella decidió jugar un poco, y en el momento en que él la
penetraba con más fuerza, emitió un ligero ladrido de placer.
“Un momento. Ella hizo como perro” pensó el hombre. “Ella
trabaja para ELLOS. La forma cómo saca la lengua… No hay duda: ella es
CANICHE”.
El hombre dejó de penetrarla. Ya no se sentía excitado. Ella
se quedó quieta y lo miró, un poco asustada.
“Ella ha logrado infiltrarse en mi casa” siguió pensando el
hombre. “He sido engañado”. Entonces gritó: “¡CANICHE!”, y la empujó lejos de
la cama. Ella lo miró sin entender nada.
– No finjas más, ¡puta! Sé que ELLOS te enviaron. Te enviaron
por mi.
Ella no salía de su asombro. El hombre siguió gritando:
“No te hagas la desentendida. Seguramente ya lo tenían todo
planeado. Tu nombre falso, tus gestos, tus modales… ¡Perra! ¡Doblemente perra!
Peor que perra: ¡CANICHE! Sos caniche, ¡como todos! Puedo ver tu cola
moviéndose. ¡CANICHE! Asesina, impura, conspiradora, maquiavélico engendro del
demonio.”
Ella se paró e insultó al hombre mientras se acercaba a la mesita,
donde había dejado su cartera, al lado del brócoli oloroso. No iba a quedarse
un minuto más en ese lugar. Pero el hombre la detuvo. La agarró por los hombros
y le gritó nuevamente:
– ¡Sacate el disfraz, CANICHE! Ya no tenés que fingir.
¡Confesá! ¿Dónde está el cuartel de los CANICHES?
– ¿De qué hablás, loco de mierda? – contestó ella, aterrada.
¡Soltame!
– ¿DÓN–DE-ES–TA-EL-CUAR–TEL-DE-LOS-CA–NI–CHES? – silabeó el
hombre despacio.
– ¡Andate a la puta que te parió vos, tus caniches y la concha
de tu madre!
Entonces ella le dio un codazo y dejó al hombre sin aire.
Intentó huir nuevamente, pero él la agarró y le tapó la boca para que no
gritara. Luego él tomó un poco del brócoli que tenía preparado en la mesita y
se lo restregó en la cara.
– Te gusta, ¿no? – preguntó, irónico – Siempre supe que su
punto débil era el brócoli. Ahora cae
¡CANICHE! El juego terminó.
Ella estornudó por el brócoli que se le había metido en las
fosas nasales, pero entendió que para salvarse tendría que seguirle el juego.
– Oh… me debilito – susurró ella, y se recostó en la cama,
fingiendo que se había quedado sin energía.
“Lo sabía. Lo sabía” repitió el hombre, y la soltó. “Ahora
tengo que atarte. Estoy seguro que muchos empresarios, políticos y banqueros
han caído en esa concha caniche tuya. Pero yo no. No podés manipularme. Yo te
escuché ladrar y descubrí tu engaño. Lo que te espera ahora es algo peor que la
muerte.”
El hombre agarró una correa de perro que tenía colgada en una
pared, y la cuchilla que estaba en la mesita. Se acercó a ella y siguió
diciendo:
“Es hora de empezar el sondeo de tu cuerpo. Te voy a abrir de
una punta a la otra, para descubrir los secretos de sus disfraces. Yo soy el
que librará a este mundo de su infausta presencia, caniches. Yo salvaré a la
humanidad. Soy el depredador de caniches, el enviado del cielo, el iniciado en
los misterios de Osiris. Soy aquel dios que crió un ejército de gatos egipcios
para combatir caniches en el desierto. Ladra, ¡ladra caniche! Dime tu nombre.
El nombre que te dieron tus padres. Aquel nombre que no es judío ni nórdico,
que es una combinación de números atados a un sueño y a un color. Que tiene 216
letras, como la cábala y el nombre divino, y que es la clave para descifrar el
género humano y su destrucción.”
¿Se salvará ella del loco? los invitó a leer la novela"