Despedida de la Maga

Despedida de la Maga

Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


miércoles, 23 de abril de 2014

el soldado pintor



Cuando se piensa en la guerra,  en su fluir incesante y destructivo, es inevitable pensar que somos pequeños pedazos de tierra, de polvo, de nada. Y este pensamiento inevitablemente carcome como un gusano la tierra en busca de alimento o una salida hacia un exterior que no existe ya. Lo digo en serio, ¿Quién le dará valor a aquello que diariamente hacen los hombres de la guerra? ¿a su sacrificio? ¿A su dolor? No hay nadie, no hay dios, no hay nada. Y él, pobre soldado, lo sabe. Lo sabe como yo. Esta allí parado, esperando, quizás lo inevitable. Las hojas caen desvergonzadamente de los árboles y una brisa húmeda toca su piel. Pronto pasara el comandante guerrillero, el famoso Negro Arcadio. El soldado es solo un peón sin importancia, parte del batallón que le tendera la emboscada. La vida del Negro Arcadio se ha convertido más en un símbolo, en una representación lejana de lo que para ellos es el mal.

Acabar con el mal, con el terrorismo, eso es lo que gritan los comandantes. Pero, ¿quién en cierta medida no es terrorista? ¿O es que todos anhelamos ese orden que nos han obligado a cumplir? Estado, familia, pueblo son palabras que se hacen vacías en el monte. Caen en el abismo ocasionado por la tempestad y el sufrimiento de este existir bélico, de una bala que irrumpe con fuerza a través de los cuerpos y que entra como Prometeo para robar algo que no regresara jamás.

El capitán del ejército habla por el radio teléfono. Pelea con algún superior. Todos preparan sus fusiles y se preparan para el momento del ataque. El ambiente se ha vuelto tenso.  Francisco (Prefiero llamarlo Francisco, no Gonzales como lo llama el capitán), nuestro soldado, empieza a sudar. El miedo está presente en sus ojos, su deseo de escapar. El fusil no le luce. Francisco piensa su antiguo sueño de ser un gran pintor. Mejor un pincel que un arma. Mejor un paisaje de colores, a uno de balas. Pero dudo que, luego de lo que ha vivido, pueda volver a pintar. Serían lienzos oscuros y tétricos que absorberían cualquier luz, cualquier brillo de felicidad. Él lo sabe y se ha resignado. Se escucha un movimiento a los lejos. Se empiezan a ver figuras que caminan a través de la selva. Sus pasos son firmes, parecen ir con algo de afán. El comando guerrillero se acerca y los soldados deben actuar.

 La muerte es compañera, camina a su lado y al de ellos, se esconde con la mayor profundidad. Sólo espera el momento preciso, aquel instante, una oportunidad. Ellos desperdician balas y energías, la muerte en cambio no desperdicia un segundo, es paciente, espera con su guadaña fusil al hombro, cuando llegue el momento de acribillar. No teme pasar por encima del que sea, sea soldado, capitán o presidente.

Y hoy está allí, lo sé. Está riéndose, expectante, ella celebra su propio carnaval. Empieza a llover. Uno de los hombres del bando contrario se acerca, mira hacia ambos lados, otea a ver si encuentra algo diferente, ese león que espera a su presa devorar. Pero no encuentra nada, ni siquiera el silencio, pues las luciérnagas se lo niegan. Hace una señal a los demás guerrilleros, que le siguen en silencio, tratando de no hacer ruido, de confundirse con la selva al pasar. Pero Francisco y los soldados ya lo han visto, lo han visto y los guerrilleros, sin saberlo, ya en ese momento están muertos. Están muertos y no lo saben. El futuro es algo que no podrán vivir ya.

Entonces el capitán da la orden y empieza la balacera. Los guerrilleros van cayendo uno y otro como piezas de dominó. Intentan ofrecer resistencia. Pero es demasiado tarde. No los ven. Son fantasmas en la noche. Son el laberinto de sus pesadillas. Son su demonio de la selva, las balas de frío metal. No hay piedad, no hay lugar aquí para la pausa. Sólo sobrevivir, solo matar. Es la predica. Salvar la patria. La sangre se mezcla con el pantano y la lluvia, un pequeño riachuelo rojo, que atraviesa la tierra y fluye como una vena que transporta  a la muerte, el olvido y el adiós. ¿Cómo pintaría eso Federico? ¿Cómo representar los cadáveres y la sangre?, ¿qué colores y tonalidades le daría?, ¿cómo podría representar el miedo de sus caras?.


Uno de los guerrilleros intenta escapar, huye despavorido. Los soldados le disparan, pero no logran acertarle. El guerrillero se resbala y cae. Ve muy cerca su fin. El Capitán se le acerca. El guerrillero pide piedad, habla de su familia, tiene siete hijos. “Sucio terrorista”, le responde el capitán y le pega una fuerte patada en la cara. Luego lo acribilla con un fulminante disparo en la cabeza. Ninguno de los soldados deja de parpadear. Ninguna lágrima. Ya estan acostumbrados.

Mientras tanto Federico sólo piensa en matices y colores, en aquel rojo intenso, que no cree poder nunca en un lienzo poder representar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario