RUTA: 132 (Púan, Facultad de Filosofía y
Letras- Once)
Hora: Viernes 26 de julio, 11:00 pm
Tres pasajeros
se montan al colectivo. Uno de ellos dice que quiere pagar 1.50. El conductor refunfuña. Luego le pregunta a dónde quiere
ir. “A Acoyte”. En la pantalla aparece “1.60”. El joven mira con desprecio al
conductor, paga y se sienta en una de
las sillas traseras. El segundo es un joven muy abrigado, de gafas. Dice “1.60”
y luego se sienta en una de las sillas del centro. A su lado una mujer charla
con whats app con su novio. El parasito móvil se alimenta de clicks y caritas
sonrientes. La mujer autómata busca en la pantalla un poco de afecto, un beso o
una caricia, aquel mensaje de redención que la saque de su rutinario acontecer.
Dos mujeres leen en silencio. Una lee “Tokyo Blues” de Murakami y la segunda el
“Burlador de Sevilla” de Tirso de Molina. El contraste entre ambos textos no
deja de ser muy curioso. No se puede enfrentar un cazador de pájaros con un
dragón.
El colectivo va
despacio a pesar de que la avenida Rivadavia a esa hora solo es ocupada por
fantasmas, mendigos y borrachos. La ausencia de personas hace más visible la
cantidad de basura acumulada en las calles. De una pequeña montaña de
desperdicios, un pequeño volante amarillo es transportado por el viento. En sus
letras predica: “no tires tu basura en las calles”. Ningún psicoanalista podrá
curar el conflicto existencial del pequeño y tímido papel amarillo. El
colectivo hace una parada. El primero que se monta es un senegalés. Parece que
ha concluido su negocio por hoy. La segunda es una mujer de cabello negro,
bufanda roja y ojos tristes que se sienta en la silla contraria a la del hombre
de gafas. Este no puede evitar observarla. Aunque curiosamente nadie más se
fija en ella. Solo él ha advertido su presencia. Solo el siente una corriente
eléctrica que viaja por todo su cuerpo. Solo el siente la estela de nenúfares y
templos profanados que deja en cada paso.
El hombre de gafas
intenta concentrarse y olvidarse de la mujer. Saca su agenda y empieza a
escribir. La mujer que habla por what’s up gruñe como si le hubieran dicho algo
molesto. La mujer que lee “Tokyo Blues” estornuda. Se lamenta por perder la
concentración, pero pronto vuelve a los laberintos alados de Murakami y se
pierde en su interior. El senegalés empieza a silbar. Un cuarto de los pasajeros
esta recostado sobre las ventanas. Algunos sueñan con los paisajes barriales de
su infancia. Otros sueñan con ver a su equipo nuevamente campeón. Pero solo
unos pocos sueñan con un rostro perdido o una mirada de una persona, que se
escapa al recuerdo y que ya partió. Tercera parada. La mujer del What’s up se
baja bastante molesta del colectivo. Parece que el romance se ha roto entre globos de texto y promesas
de no sufrir. En su puesto se sienta un peruano obeso, que empieza a toser
fuertemente. Intenta disimularlo toscamente con su mano. Pero es imposible no
escucharle en aquel silencio gris.
El hombre de
gafas suspira. Lamenta aquella normalidad que no es conveniente para lo que se
propone escribir. Un “¡Qué normal!” se
le escapa de su boca y lanza un resoplido. Tiene una sorpresa al constatar que
la mujer de bufanda roja le está observando. No puede evitar sonrojarse cuando
se entrecruzan las miradas. Intenta evadirla, pero es demasiado fuerte. Ella
tampoco puede evitar sentirse atraída. Lo ha observado todo el tiempo
intentando disimularlo. Le atrae su aire inteligente y torpe a la vez. Se ríe
por dentro cuando el chico evita su mirada. Ella hace tiempo que es consciente
de su poder. El intenta mirarla de nuevo, esperando que ella ya no tenga sus
ojos sobre él. Pero es vana su ilusión. Sus miradas se cruzan y ya no pueden
separarse de nuevo. Un código secreto formado por parpadeos y silencios toma posición
en el aire del ciento treinta y dos. El mensaje es claro: “No sé quién seas,
pero te percibo”. Un parpadeo más. “Te percibo y…me gusta”.
La mujer que lee
al “burlador de Sevilla” ha guardado el libro y se muerde los labios pensando
en su propio don Juan. El peruano enfermo vuelve a toser una vez más y dice
algo inentendible. Los demás lo miran molesto, como si violara una regla
implícita de no hablar. Unos pocos de los dormilones se han despertado. El senegalés
logra sentarse en una se las sillas y empieza a chocar las palmas de sus manos
con sus rodillas, entonando alguna melodía arcaica y perdida. El colectivo 132
da un nuevo giro por la zona de moteles baratos. Se empieza a acercar lentamente
a Once. El característico olor a pochoclo viejo empieza a entrar por las
ventanas. Afuera un mendigo busca entre bolsas, algo de alimento o al menos una
historia que le caliente la noche y el adormecer. La mujer de la bufanda roja
sabe que pronto será momento de bajar. Tiene algo importante que hacer aquella
noche. Le hubiera gustado conocer más al chico, pero otros asuntos ameritan más
urgencia en su proceder. El hombre de gafas la mira sin saber cómo actuar. No
desea que se vaya. Pero tampoco sabe cómo puede detenerla. Cuando al fin se le
ocurre una idea, ella ya está lejos parada junto a la puerta a punto de
desaparecer.
Se abrió la
puerta en Once. Ella se bajo del colectivo. No pude evitar quedarme pensativo
en mi silla mirándola embelesado, como un poeta a su musa. Aquella que inspira
sus ensueños y escritos en las veladas nocturnas, cuando el reloj no se quiere
ir a dormir. Abrí y cerré los ojos. Ella ha desaparecido. ¿A dónde habrá ido? Supongo
que es una pregunta tonta y vana. Ella se ha vuelto imperceptible y tal vez ahora
baile desnuda con el viento, lejos, en cualquier parque de Capital o en un
monoambiente olvidado del Abasto o de Palermo. Observe detenidamente a mi
alrededor. La estela de nenúfares continúa allí.
Hermosoooooooo... le deja a uno una sensación de añoranza.
ResponderEliminar