Despedida de la Maga

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Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


sábado, 17 de agosto de 2013

El colectivo 132


RUTA: 132 (Púan, Facultad de Filosofía y Letras- Once)

Hora: Viernes 26 de julio, 11:00 pm

Tres pasajeros se montan al colectivo. Uno de ellos dice que quiere pagar 1.50. El conductor  refunfuña. Luego le pregunta a dónde quiere ir. “A Acoyte”. En la pantalla aparece “1.60”. El joven mira con desprecio al conductor, paga  y se sienta en una de las sillas traseras. El segundo es un joven muy abrigado, de gafas. Dice “1.60” y luego se sienta en una de las sillas del centro. A su lado una mujer charla con whats app con su novio. El parasito móvil se alimenta de clicks y caritas sonrientes. La mujer autómata busca en la pantalla un poco de afecto, un beso o una caricia, aquel mensaje de redención que la saque de su rutinario acontecer. Dos mujeres leen en silencio. Una lee “Tokyo Blues” de Murakami y la segunda el “Burlador de Sevilla” de Tirso de Molina. El contraste entre ambos textos no deja de ser muy curioso. No se puede enfrentar un cazador de pájaros con un dragón.

El colectivo va despacio a pesar de que la avenida Rivadavia a esa hora solo es ocupada por fantasmas, mendigos y borrachos. La ausencia de personas hace más visible la cantidad de basura acumulada en las calles. De una pequeña montaña de desperdicios, un pequeño volante amarillo es transportado por el viento. En sus letras predica: “no tires tu basura en las calles”. Ningún psicoanalista podrá curar el conflicto existencial del pequeño y tímido papel amarillo. El colectivo hace una parada. El primero que se monta es un senegalés. Parece que ha concluido su negocio por hoy. La segunda es una mujer de cabello negro, bufanda roja y ojos tristes que se sienta en la silla contraria a la del hombre de gafas. Este no puede evitar observarla. Aunque curiosamente nadie más se fija en ella. Solo él ha advertido su presencia. Solo el siente una corriente eléctrica que viaja por todo su cuerpo. Solo el siente la estela de nenúfares y templos profanados que deja en cada paso.

El hombre de gafas intenta concentrarse y olvidarse de la mujer. Saca su agenda y empieza a escribir. La mujer que habla por what’s up gruñe como si le hubieran dicho algo molesto. La mujer que lee “Tokyo Blues” estornuda. Se lamenta por perder la concentración, pero pronto vuelve a los laberintos alados de Murakami y se pierde en su interior. El senegalés empieza a silbar. Un cuarto de los pasajeros esta recostado sobre las ventanas. Algunos sueñan con los paisajes barriales de su infancia. Otros sueñan con ver a su equipo nuevamente campeón. Pero solo unos pocos sueñan con un rostro perdido o una mirada de una persona, que se escapa al recuerdo y que ya partió. Tercera parada. La mujer del What’s up se baja bastante molesta del colectivo. Parece que el romance  se ha roto entre globos de texto y promesas de no sufrir. En su puesto se sienta un peruano obeso, que empieza a toser fuertemente. Intenta disimularlo toscamente con su mano. Pero es imposible no escucharle en aquel silencio gris.

El hombre de gafas suspira. Lamenta aquella normalidad que no es conveniente para lo que se propone escribir.  Un “¡Qué normal!” se le escapa de su boca y lanza un resoplido. Tiene una sorpresa al constatar que la mujer de bufanda roja le está observando. No puede evitar sonrojarse cuando se entrecruzan las miradas. Intenta evadirla, pero es demasiado fuerte. Ella tampoco puede evitar sentirse atraída. Lo ha observado todo el tiempo intentando disimularlo. Le atrae su aire inteligente y torpe a la vez. Se ríe por dentro cuando el chico evita su mirada. Ella hace tiempo que es consciente de su poder. El intenta mirarla de nuevo, esperando que ella ya no tenga sus ojos sobre él. Pero es vana su ilusión. Sus miradas se cruzan y ya no pueden separarse de nuevo. Un código secreto formado por parpadeos y silencios toma posición en el aire del ciento treinta y dos. El mensaje es claro: “No sé quién seas, pero te percibo”. Un parpadeo más. “Te percibo y…me gusta”.

La mujer que lee al “burlador de Sevilla” ha guardado el libro y se muerde los labios pensando en su propio don Juan. El peruano enfermo vuelve a toser una vez más y dice algo inentendible. Los demás lo miran molesto, como si violara una regla implícita de no hablar. Unos pocos de los dormilones se han despertado. El senegalés logra sentarse en una se las sillas y empieza a chocar las palmas de sus manos con sus rodillas, entonando alguna melodía arcaica y perdida. El colectivo 132 da un nuevo giro por la zona de moteles baratos. Se empieza a acercar lentamente a Once. El característico olor a pochoclo viejo empieza a entrar por las ventanas. Afuera un mendigo busca entre bolsas, algo de alimento o al menos una historia que le caliente la noche y el adormecer. La mujer de la bufanda roja sabe que pronto será momento de bajar. Tiene algo importante que hacer aquella noche. Le hubiera gustado conocer más al chico, pero otros asuntos ameritan más urgencia en su proceder. El hombre de gafas la mira sin saber cómo actuar. No desea que se vaya. Pero tampoco sabe cómo puede detenerla. Cuando al fin se le ocurre una idea, ella ya está lejos parada junto a la puerta a punto de desaparecer.


Se abrió la puerta en Once. Ella se bajo del colectivo. No pude evitar quedarme pensativo en mi silla mirándola embelesado, como un poeta a su musa. Aquella que inspira sus ensueños y escritos en las veladas nocturnas, cuando el reloj no se quiere ir a dormir. Abrí y cerré los ojos. Ella ha desaparecido. ¿A dónde habrá ido? Supongo que es una pregunta tonta y vana. Ella se ha vuelto imperceptible y tal vez ahora baile desnuda con el viento, lejos, en cualquier parque de Capital o en un monoambiente olvidado del Abasto o de Palermo. Observe detenidamente a mi alrededor. La estela de nenúfares continúa allí. 

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