Llegue a las 10:27 al parque Lleras. La noche era cálida y el viento parecía transportar en una maleta rastros de música tropical y aire de las montañas. Había varias personas en el parque para ser tan temprano, parecía que no éramos los únicos que teníamos motivos para celebrar. ¿Qué celebrábamos? Siempre se podía encontrar alguna excusa, Migue y Ricardo se encontraban hace rato en el lugar. El viejo Migue me miro con cara de fingido enojo señalando su reloj. Los rock-star como yo siempre se hacen esperar, dije. Migue lanzo un chiflido. Ricardo solo sonrió, el era el mas callado de todos. Me encontraba bastante animado, tenía algo de dinero que había ahorrado en la semana y quería aprovecharlo. Todos queríamos bailar, tomarnos unas polas y encontrar alguna chica que quisiera compartir su cuerpo y la almohada. Era la noche perfecta para ligar. Migue se encontraba muy contento por que su equipo el Atlético Nacional había ganado el último partido. Hablaba emocionado del golazo de tiro libre en el último minuto. Yo, que era hincha del Medellín, le alegue que aquel partido estaba comprado. Le dije que el nacional solo ganaba a punto de fraude y soborno a los árbitros. Miguel se indigno y se dispuso a iniciar una retahíla en su defensa. Pero fue interrumpido por Ricardo, ¡Muchachos miren!
Todos nos mudos sin saber que decir ante aquel espectáculo. Una pelinegra de trasero luminoso paso cerca a nosotros. Era redondo, bien formado y con cierto brillo particular. Aquella mujer parecía una combinación entre Sasha Gray y Natalie Portman, y nosotros tres leones que ven una cebra solitaria en medio de la calurosa estepa africana. Decidimos seguirla lo más disimuladamente posible y en silencio. Aquella mujer solo podía dirigirse a aquel lugar donde se encontraban todas las ninfas aladas, embriagándose con néctar celestial. Irónicamente, tal vez por una paradoja de esas de la vida, no me equivoque del todo. La mujer entro a una suerte de local llamado “The Heaven”. Parecía ser bastante grande y exclusivo. Era todo de color blanco, sostenido por unas enormes columnas blancas. De adentro salía una música electrónica pegajosa y alegre, que invitaba a cualquiera a contonear sus caderas. Para acceder a él se necesitaba subir unas escaleras y traspasar una puerta blanca y alta que era vigilada por dos gigantes caniluces. A pesar de que intentara recordar, no tenía en mi memoria indicios de haber visto aquel lugar en alguna otra ocasión. Debía ser una discoteca nueva. La mujer llego, hablo con los caniluces quienes parecieron leer su nombre en una lista y la dejaron pasar.
Lamentamos que aquel lugar fuera de entrada VIP. Nos quedamos un rato discutiendo que podíamos hacer. Pronto vimos que más mujeres atractivas entraban en el lugar sin ningún problema. Los dos caniluces con sus abrigos blancos y sus bolillos parecían dos ángeles con espadas que vetaban la entrada a aquel paraíso de nubes y traseros de luz. Migue entonces dijo que tenia una idea y que se había preparado precisamente para esta ocasión. Dijo que solo le siguiéramos la corriente y ya. Así que decidimos improvisar un plan. Migue se fumo su ultimo cigarro, luego se coloco sus Ray-ban negras e intento entrar. Un caniluz se le atravesó en el camino automáticamente. Migue lo miro con desprecio. El caniluz lo miro con tono de sospecha. “Disculpe queremos entrar” dijo Migue con un tono de voz pedante. “¿Nombre?” “¿Cómo nombre? ¡Acaso no sabe quien soy!, ¡Es indignante!” dijo fingiendo indignación “¿Nombre?” Repitió el gorila de abrigo blanco. “¡No tengo por que decirlo! ¡Es usted un atarban! ¡Déjeme entrar o le diré a mi padre!. El caniluz permanecía impávido y estoico. “O me dice su nombre o le pediré que se retire” “¿sabe quien es mi padre? ¡El senador Domínguez! ¿Verdad amigos? Ricardo y yo asentimos. “El mismo, si señor. Ahora déjeme pasar”. El caniluz le escupió en la cara. La saliva se rego por todo el lente negro. “Largo de aquí, niñato hijo de papi, no todos pueden entrar al cielo”. Migue no dijo nada. Solo se retiro en silencio, lo seguimos. Cuando ya estábamos lejos, utilizo todos los posibles calificativos peyorativos, “Caniluz pirobo hijo de puta” “Caniluz de mierda” “Caniluz gonorrea”. Luego de un momento de desahogo, la retahíla se volvió bastante repetitiva.
Para Migue se volvió una cuestión de honor. El quería entrar a toda costa. Se me ocurrió entonces una idea. Debiamos crear una distracción de los caniluces y entrar cuando no miraran. En realidad la primera parte del plan nos resulto bastante fácil. Buscamos al primer mendigo drogado que se nos cruzo por la calle y le prometimos que le daríamos algo de dinero si insultaba y le armaba alguna bronca a los patovicas. Este acepto con gusto. Se acerco entonces a los caniluces y empezó a pedirles dinero. Los caniluces ni lo voltearon a ver. El gamin furioso se alejo un poco y empezó a lanzarles botellas de plastico y pequeñas piedras. Salimos entonces listos para entrar apenas desocuparan la entrada. Uno de ellos sin cambiar su semblante, cogió una de las pequeñas rocas y se la lanzo con fuerza al gamin con excelente puntería. El mendigo cayó como un bolo que acaba de ser derribado en una bolera. Nos miramos sin creer lo que veíamos. Le dio tan duro que el mendigo cayó al suelo entre lamentos y maldiciones. “Fuera de aquí, desecho humano” fue lo único que escuchamos de la boca del caniluz
Luego llegaros dos rubias preciosas y entraron en el local. Migue entonces desespero y grito: “Se acabo”, “O entro o no me llamo” Entonces se fue con fuerza contra los caniluces. Ricardo y yo intentamos detenerlo pero era demasiado tarde. Estos lo agarraron y empezaron a pegarle en el abdomen. Pero lo peor vino después. Uno de ellos le estampo un puñetazo en la cara. El golpe fue contundente y sonó durísimo, como un cristal que se rompe. La sangre empezó a caer por el labio inferior de Migue y mancho el hasta ahora impecable y casto abrigo de los caniluces. Luego lo empujaron y si Ricardo y yo no hubiéramos estado ahí, hubiera rodado por las escaleras. Lo recibimos e intentamos ayudarlo. Al principio le costo recuperarse, se encontraba completamente desubicado. Pero al momento logro incorporarse y tomar consciencia de donde estaba. Le preguntamos si estaba bien. Hizo un gesto con su mano de desprecio. No dijo nada y se fue furioso. Intentamos seguirlo pero iba muy rápido. Alzo la mano, pidió un taxi y se fue sin mediar palabra. Supuse entonces que el golpe en su ego había sido demasiado para poder soportarle. Aquel golpe más que quebrar su cara, había derrumbado uno de sus pilares de mármol, su potencia de macho líder del grupo. Sus alas de papel no eran suficientes para entrar al cielo.
Podríamos habernos retirado en ese momento. Pero la curiosidad de saber que se encontraba tras aquellas puertas blancas nos pudo mucho más. Ambos nos miramos en silencio, sin saber cómo actuar. Propuse algunos planes locos, disfrazarnos de chicas, sobornar a los caniluces, pedirle a alguien de los que entraba que intercediera por nosotros, de todo. Pero Ricardo solo hacía gestos negativos con su cabeza. Todos los planes parecían llevar al fracaso y al final resultaban bastante inviables. Entonces Ricardo pareció caer en cuenta de algo y se dirigió hacia los caniluces. En un primer momento intente detenerle porque pensé que intentaría golpearse también con ellos. Pero el volvió su rostro calmado y me dijo: “Sólo sígueme”. Lo segui sin muchas esperanzas. Se paro en frente de los caniluces y los miro desafiante directamente a los ojos. Estos no se inmutaron. Parecian dos enormes gárgolas dispuestas a actuar al menor parpadeo. Tuve miedo. Vi un certero golpe en su rostro silencioso, uno que inevitablemente le haría hablar. “¿Nombres?- gruño el caniluz. “Somos Ricardo Jimenez y él es Santiago Galeano”. El caniluz tomo un bolígrafo y los anoto en su hoja. “¿tienen documentos que lo certifican?”. Sacamos nuestras cédulas y se las mostramos. “Suficiente. Bienvenidos al cielo”. Ambos se corrieron y nos dejaron pasar. Yo no lo podía creer. Todo había sido tan fácil, tan irreal. Entonces lo entendí, toda la clave estaba allí en los nombres. El nombre era la llave y la máscara, que nos vestía de ángeles y al mismo tiempo escondía nuestras colas de diablos por detrás.
Entramos felices y sin poder creerlo. Pensé en llamar a Migue. Pero me di cuenta que el ya había tomado una decisión. Para mi sorpresa el lugar era chico. Ya no sonaba la música electrónica pegajosa. En cambio sonaba un terrible cover de “lucy in the sky with diamonds” de los Beatles. No había tantas personas como pensé. Las tres mujeres atractivas que nos habían llevado a entrar al lugar estaban sentadas juntas tomando un Martini y una cuba libre. Hablaban animadamente. Decidimos sentarnos cerca e intentar disimular un poco. Estudiar un poco el terreno. Se nos acerco el barman y nos dio la carta. Todo estaba costosísimo, a un precio nebuloso e inaccesible. Era un robo descarado. Era triste saber que tanto en el cielo como en la tierra seguíamos siendo esclavos del capital. Me dieron ganas de pedir un vaso de agua. Pero al final pedimos una pequeña cerveza para los dos. Escuchamos a las chicas conversar. Al final nos dimos cuenta que dos de las chicas eran lesbianas y novias y que estaban celebrando el cumpleaños de una de ellas. No duraron mucho en el lugar. Llego un chico alto y flaco de sombrero negro que parecía ser el novio de la otra y las saco de allí. Todo en ese lugar apestaba. Pagamos la cuenta, salimos y terminamos la noche en un bar de la esquina hablando sobre ángeles que no son ángeles y sueños de caniluz.