I.
Montañas nauseabundas
Montañas nauseabundas
Vernáculas ascendentes
Mueven el piso, la tierra
Sacuden su corporaleidad
Y el polvo adyacente
Las personas emigran
Como gaviotas transeúntes
Hacia la estación nebular
Mueven sus alas, inquietas
En busca del cielo y su cumbre
Se arman con palabras,
Crucifijos y aparente
indiferencia
Creen que el verde les protege
Que la tierra es su refugio
Se miran tímida y agresivamente
En busca de comprensión
Una salvación de un rostro
Dos suspiros y un amor.
Creen en la univocidad
que brota como un eco en la montaña
que alimenta sueños de recluso
de una jaula verdiblanca
Llueve sobre ellos
el carmesí liquido de la vida
que fluye por las calles
por la ciudad de las esperanzas tristes
de las cuchillas perdidas
II.
En aquel calido lugar
El viendo lleva allí una maleta
Con historias, tres carrieles
Y el misterio de la arepa
Se mueve juguetón y sigiloso
A través de la palma araca
No respira cemento, balas y besos
Para llevar su brisa larga
Lentamente irrumpen y se abren
Las crisálidas de un enigma
Los colores de un delirio cafetero
Mariposas que se mueven y se agitan
Una vena que fluye con rapidez
Parte su historia en dos
Cargada con llamas y sangre
Con lágrimas y rencor.
Cada mariposa, un solo camino
Cada mariposa, una sola pasión
Las del este hablan el idioma del apego
Las del oeste creen en la fuerza del adiós
En cierto modo se desgarra la tierra
Y forma esta cicatriz en medio de valle
Portal de la memoria y el fuego
Contra el olvido que se respira en sus calles
Y así los hijos del río
Intentan huir de su destino adverso
Volar lejos hacia las montañas
Donde no los alcance el malestar y el tiempo
Pero nada queda ya
En las verdes murallas
No hay nidos para hallar
Ni sueños para versos
Solo plumas de mariposas
Que dejan un colorido rastro
Que se pierden en la inmensidad
Del viento y su caminar lento.
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