Despedida de la Maga

Despedida de la Maga

Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


viernes, 8 de febrero de 2013

El Huerto Escondido




¿Dónde estaba?, no recordaba aquel sendero, llevaba mucho rato caminando por el bosque. Creía haber seguido la ruta que había establecido el guía para no perderme, pero no recuerdo haber visto aquellas pequeñas flores rojiazules que crecen burlonas a mi alrededor. El sendero era musgoso y colorido, lleno de pequeñas flores de muchos colores y formas, con algunos pequeños insectos especialmente luciérnagas, grillos y algunas hormigas moviéndose alrededor. Había algunos arbustos llenos de unas pequeñas bayas rojizas que no debían ser en lo absoluto digeribles. Algunos helechos y una que otra orquídea que podría desafiar el más importante concurso de flores. Enormes pinos se alzaban orgullosos, pero tenían poco muérdago o hierbas cerca de sí. Al lado, se erigían dos hermosos guayacanes, con algunos pájaros rojos, canarios y ruiseñores moviéndose alrededor.
Esta parte del bosque se me hacia extraña, particularmente distinta a las demás. Parecía no tener conexiones con las demás, no combinaba, no tenia nada en común con el resto. ¿Qué lo hacia distinto? No podría definirlo, pero en definitiva no había rima, no había unidad, era en cierto sentido grotesco, repulsivo. Pensé en alejarme inmediatamente, pero confieso que al mismo tiempo que me repelía aquel lugar ejercía en mí una atracción irresistible, como un suculento manjar o un cuerpo femenino desnudo recostado sobre un lecho azul como el mar.

¡Que contradicción! ¡Que era aquella extraña sensación! ¿Y este lugar maldito? Había dejado a mi novia y a mis amigos solo un momento y ahora me encontraba en ese lugar olvidado. También, era curioso el aire de renovación que presentaba el lugar respecto al bosque, donde todos los pinos y cedros daban la sensación de algo antiguo. Pero este lugar, parecía joven. Pero más como un joven siempre joven que permaneció escondido en algún lugar pretérito huyendo de la ancianidad. Un lugar donde la muerte y la vejez no podían llegar. Era impresionante que en solo un instante aquel espacio me generara tantas emociones encontradas. Era una lastima que hubiera dejado la cámara en el carro, ¡Que fotos hubiera podido tomar!

Continúe caminando, sin entender donde terminaría aquello. Aun que estaba preocupado por mi paradero, aun era temprano en el día y supuse que a pesar de todo gritando o caminando no tardaría en llegar a algún camino o calle que me llevara de vuelta a la civilización. Mientras caminaba veía como los arbustos de flores rojiazules tomaban fuerza y los colores de cada árbol se hacían más vivos. No, no había consumido ninguna clase de alucinógeno, no al menos que lo recordara y aun sentía estar en completo control de mis facultades. Entonces, ¿Por qué se transformaba de esa forma mi percepción?

Pronto me acerque que a un pequeño riachuelo que cortaba el camino y que provenía de una pequeña cascada que caía a mi izquierda de una inmensa roca  perpendicular con el musgoso suelo. Allí en medio de una piedra creí percibir una presencia, esto me alegro un poco, pues pensé que aquella persona me ayudaría a encontrar la salida de aquel lugar. Aun que me entristecía a la vez, porque parte del encanto de ese lugar era la sensación de vacío y de tener poca cabida para lo humano y lo subjetivo, lo que nos daba nuestro toque particular. Supongo que son pocos los espacios de la superficie terrestre a los que el hombre tenga vetada su entrada ya.

Pronto me di cuenta que no era una, sino dos personas y un caballo. Una de ellas parecía ser un delgado campesino de la región y el otro era un viejo robusto y barbado, con vestimentas coloridas, pero desgastadas. El campesino tenía un viejo sombrero roído y una guitarra, tocaba una canción. El hombre barbado cantaba feliz y se movía animado al ritmo de la música, mientras fumaba una pipa que bien podía ser marihuana o tabaco, pero no me quise acercar por el momento a comprobarlo. Me entretuve escuchando aquella pegajosa y alegre canción:

“ ¡chi, cha, chi,
Chicoli
Chi, cha, cho,
Chocolo

Ahí que rico, mi negrita
Vamos pue por esa arepita
No hay luz, no hay fuego
Solo hay mi tazón

Caminando, es trabajando
¡Que cansancio!, me escancio
Guapanela con arroz
Y mi arepita con sabor

Chi, cha,chi
Chicoli
Chi, cha, cho,
Chocolo

Si vieras, mi negrita
Lo que el sol me trajo hoy
Una piedra, un ruego
Y un poco de comezón

Rascame la espaldita
Con mucho amor
¡Te lo pido mujer!
¡Por favor!

AYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY

(El sujeto de sombrero hizo una breve pausa y el campesino siguió tocando sin parar, luego continuo alegre, pero con un toque algo enigmático)

¡chi, cha, chi,
Chicoli
Chi, cha, cho,
Chocolo

Vamos, vamos, mi negrita
Vamos vamos, corazón
Yo te llevo a mi casita
A mi huertico de color

Es un lugar muy especial…
No lo dejaras pasar…
Con cultivos de cebollita
Tomate y pimentón

Pero hay algo más, mi amor
Algo oculto…mágico…
Si te lo dijera, ¡Ay delicias!
Si no te lo dijera, ¡Ay dolor!

Terminado este último verso, el viejo término abruptamente la canción, tenia una cara triste, nostálgica. Luego pareció percatarse de mi presencia. Cambio sus gesto y me dirigió una sonrisa. Yo no atine a reaccionar.
-          Saludes soy Peskin, poeta, músico, vidente y divagante de la región- saludo el viejo orgulloso quien se levanto y me abrazo.
Debo confesar que tanta confianza de entrada además de abrumarme, me molesto un poco.  Lo mire desconfiado.
-          Lo siento, quizás no estoy acostumbrado a las nuevas maneras…llevo mucho tiempo por aquí, viviendo solo. Pero este no es un lugar para desconfianza y tristezas mi amigo…no me temo que no.
-          ¿De qué habla?- pregunte aun sospechando
-          ¡Oh me imagino que no lo sabe usted! Mire atentamente, no le parece extraño este lugar, esta zona especifica del bosque- dijo el viejo con una enorme sonrisa en su rostro
-          Si un poco, pero…
-          ¡Pero nada amigo!, esta usted cerca al maravilloso huerto escondido, siéntase digno, muy pocos llegan hasta aquí…
-          ¿Huerto escondido?- pregunte curioso
-          Si, vera…¿sabe hace cuanto no veo otra persona? Hace mas de 20 años…¡es maravilloso!. Mi único compañero es Arnoldo. Quien es mi conexión con el exterior y el buen Whitman
-          ¿Whitman?
-          Si mi caballo
-          ¿le puso a su caballo el nombre de un poeta?
-          Si, así es. Hace años ya, el comparte su espíritu, ¿verdad Whit?- dijo el sujeto y el caballo le respondió con un relincho.
-          Pero…¡Aun no me responde que es eso del huerto escondido!- dije con curiosidad
-          Todo a su tiempo…todo a su tiempo, le pediré que me siga…
-          ¡Oh no en verdad que no!- dije arrepintiéndome de mi curiosidad inicial-debo encontrar la salida
-          Pero sígame, no tardara un momento, se lo aseguro, ¡Deje la desconfianza! ¡y sea feliz!, venga tome un trago.
Saco una especie de licorera, la destapo y me ofreció un trago. Rechace la oferta. El sujeto bonachón se pego su buen trago, parecía ser ron, pero no estaba muy seguro de ello. Luego se puso a reír

-          ¡Que débiles que son los jóvenes hoy en día!- dijo con voz burlona- Venga ya, no soy el lobo y vos no tenes caperuza roja, ¿o si?, tomate uno

No tuve más remedio que aceptar. Efectivamente era ron. Luego me hizo una seña para que lo siguiera, al igual que al silencioso campesino que no abría sus labios para murmurar ninguna palabra, preso tal vez de alguna emoción encontrada o de una auto prisión del sentido. El campesino sujetó la rienda del caballo y siguió al hombre viejo que silbaba feliz. No tuve más remedio que seguirlo, en parte por que aquel huerto despertaba en mí una curiosidad adyacente y otra por que creía que tal vez ellos fueran mi ultima esperanza de un pronto retorno a las afueras de aquel bosque extraño. El sendero continuaba rodeado por diferentes arbustos bien cortados y pequeñas flores rojiazules, todos organizados dándole un aire regio, como intentando dar cuenta de una suerte de entrada al paraíso. Me hizo pensar que irremediablemente aquí había actuado la mano del hombre, seguramente se le quería dar un toque estético a la entrada del lugar.

-          ¿Lo nota verdad?- dijo el viejo mientras caminaba
-          Si por supuesto, es imposible no notarlo, me llama la curiosidad…
-          Piense en que todo panteón, todo templo merece una entrada digna para el que lo visite
-          Pero es solo un huerto…
-          Es más que eso me temo. Pero lo vera usted mismo, con sus propios ojos, amigo.
-          Tonterías, la verdad creo que…- intente reaccionar- es mejor que me vaya
-          ¡Vamos!, le prometo que luego le indico el camino de salida
-          Está bien- dije rendido
-          Que pasaría, ¿Si te dijera que en el huerto te espera una sensual mujer que daría gusto a todas tus fantasías?
-          Lo tomaría por un loco
-          ¿y si fuera cierto?
-          Quizás me dé una pasadita por el lugar…o dos…

El hombre empezó a reír a carcajadas de nuevo, su risa era de esas risas contagiosas, no pude evitar reírme también. El campesino no se reía, continuaba en su extraño mutismo. El camino se iba reduciendo a medida que avanzábamos haciéndose menos ancho.

-          Vamos Arnold, ríete- dijo el viejo en tono de reclamo - Que aburrido que eres…tenemos un invitado. ¡Ah! No te preocupes por el muchacho, siempre ha tenido ese humor.
Arnoldo no respondió.
-          Es solo un huerto mi amigo. Solo eso- dijo el viejo suspirando- un huerto para el olvido, el perdón y la música. Solo eso. ¿le gusta la música?
-          Desde luego, ¿a quien podría no gustarle?
-          Pues entonces, escuche…

El viejo callo, a medida que caminábamos algunos pájaros  e insectos, especialmente luciérnagas y cocuyos hacían algo de ruido. Pero curiosamente, el anciano parecía tener razón. Sus voces, sus canticos se articulaban formando una extraña melodía. No era una melodía armoniosa o perfecta, parecía más bien un lamento, un lamento vivido y emocionante. El lamento de un hombre que se tira al vacío, pero que siente que vuela una ultima vez antes de estrellarse con el asfalto. Era atrayente y al mismo tiempo terrorífico, pero era como todo en aquel bosque semi maldito semi paradisiaco.

-          Asombroso
-          A mi me encanta- dijo el viejo-te hace sentir vivo, diferente.
-          Creo que no puedo conservar su actitud positiva al respecto- dije asustado- Hay algo siniestro en esa melodía, algo que me invita a salir corriendo y huir.

El anciano rió.

-          ¡Estos jóvenes de hoy! No saben valorar algo único. Esta música es única amigo mio y le aseguro que en ningún otro lugar la encontrara.
-          ¿Era esto lo que me quería mostrar?
-          ¡No por supuesto!, esto es solo el preludio, el prologo de un gran obra, ya vamos a llegar. Seguro que también tiene un poco de hambre, el huerto le saciara, ¿Cuál es su verdura favorita?
-          No suelen gustarme mucho las verduras. Aun que de pronto con un poco de limón…- recordé estúpidamente que el limón no era una verdura, intente remediarlo -algo de zanahoria tal vez.
-          Le diré, las lechugas y zanahorias de este huerto tienen un sabor que no tienen en ninguna otra parte, ya lo veo sentado comiendo como gallinazo sin desayunar
-          Tal vez- dije sonriendo, sin poder evitar que el chiste me hiciera gracia. Además el viejo tenía una risa muy contagiosa
-          y hay algo más. El huerto acalla otro tipo de hambre, lo reduce, lo convierte en silencio, en fin de camino, lo borra y lo rehace una vez más…pero sé que ahora no puede comprenderme. Lo vera usted, yo diría lo saboreara usted- dijo el anciano riendo

El recorrido continúo, caminamos un momento mas a través del sendero y asi llegamos a una especie de entrada en forma de arco en la cual había una larga enredadera de hojas. En la superficie del arco había un extraño símbolo que no pude reconocer, era como una letra ene ancha y oscura. Parecía ser de otro alfabeto que no conocía yo.

-          ¿Qué significa?
-          Es el Aleph, la primera letra del alfabeto hebreo
-          ¿El Aleph?, ¿es usted judío?- pregunte curioso
-          No, pero, ¿ leyó usted alguna vez a Borges?
-          No, me temo que no.
-          Ciertamente es un concepto complejo…- dijo algo desilusionado al ver que yo no había leído al escritor argentino- pero podría decirse que el Aleph es un sitio que contiene todo el universo y todo lo posible en un pequeño punto.
-          ¿Este huerto contiene todo el universo?-  dije escéptico- ¿usted puso ese símbolo ahí?
-          No, yo no lo puse. Estaba ahí antes de que yo llegara. Ahora detallese el huerto, quizá encuentre allá la respuesta a su primera pregunta.

Hasta ahora había estado concentrado en el símbolo pero al mirar con detalle se presentaba ante mi una visión extraordinaria, que me es difícil describir con palabras. En verdad, aquel huerto era una suerte de recinto, de santuario de algo que no podía comprender. Había toda clase de hortalizas y tubérculos, papas, cebollas, pimentones, lechugas, repollos, zanahorias, entre otros, estaban presentes allí. Hasta allí, podría considerarse un huerto normal. Pero parecía como si cada una de esas hortalizas tuviera un color diferente y una vida propia, como si cada una tuviera una historia que contar. Todo estaba distribuido de una manera completamente desarmonica y curiosa, una zanahoria estaba al lado de un repollo, una lechuga al lado de una enredadera de tomates. En cualquier otro lugar, si tenias unos conocimientos básicos de agricultura sabias que tal distribución solo podía llevar a que todas las hortalizas no se desarrollaran adecuadamente y tuvieras pésimos resultados. Pero allí, a pesar de lo desarmonico, todas las hortalizas tenían un color vivo, innegablemente atractivo y abrumador a la vez. Quizás fuera precisamente una imagen del caos inherente al mundo, de ese caos que es imposible de describir, ese caos que creía era el que registraba el aleph.

Mientras caminaba me sentí extrañamente lleno, como si aquel lugar bastara para satisfacer todas mis necesidades. Hambre, libido, deseo emigraban hacia extraños lugares y eran sustituidos por una sensación de plena y absoluta paz. Quise tal vez quedarme allí. Mire al viejo. Sentía lo mismo que yo sin duda, solo era mirarle su sonriente expresión de placer. Solo el campesino parecía no ser afectado por el aura del lugar. Mire al cielo expectante. Por un momento todo estuvo en silencio. Las palabras no hacían falta y quizás entonces, desee morir en aquel lugar. Recostarme quizás un rato y que la tierra me devorase como a un pequeño fruto que retorna a su ceno, de donde salió en el ayer.

De repente una visión repentina me genero un shock, algo que no andaba bien, ¿Podía existir algo que no anduviera bien en el caos? Eran un montículo de tierra, sin ninguna verdura, solo unas margaritas que en definitiva más que caos, hacían ruido en el lugar. Mire el lugar con algo de terror y miedo. Pero irremediablemente atraído por aquello me acerque lentamente. De repente la expresión del viejo sonriente cambio a la de alguien aterrorizado. Me siguió. Empecé a cavar con mis propias manos. El viejo de repente quiso detenerme y se lanzo encima mio tratando de sujetarme. Pero yo seguía, me deshice de él empujándole fuertemente hacia atrás. Concentre toda mi atención en la excavación. Tenia que cavarlo. Tenia que encontrarlo. Aquello que rompía la caótica armonía (¿o desarmonía?) del lugar.

Entonces lo vi y no pude evitar emitir un grito de horror, era el cadáver de una mujer. Pero lo más extraño y aun, era que el cuerpo no se descomponía, la mujer parecía estar inmersa en un sueño, como de algún cuento de hadas, de esos que me contaba mi hermana mayor al lado de la cama. ¿Qué clase de brujería era esta? Tal vez para mí hubiera sido mejor encontrar el esqueleto o los huesos de aquella mujer, que su terrible rostro durmiente. Se podría pensar que tal vez podía ser un entierro reciente y por ello se conservaba así. Pero no era eso. Por alguna razón, sentía que aquel cuerpo llevaba muchos años enterrado en aquel lugar que parecía no ser atacado por las fuerzas del olvido, el tiempo y la materialidad.

El viejo me miro con la boca abierta, asustado sin saber que decir. Empezó a moverse hacia atrás despacio. Luego el campesino que le acompañaba hablo. Su voz sonó lenta, gruesa, terrible. Desee entonces no volverla a escuchar. Decía: “TU MALDITO VIEJO, TU TUVISTE LA CULPA”. En ese momento no alcance a discernir lo que realmente pasaba, todo paso tan rápido que fue como si viera la escena de una película. El campesino tomo una especie de pala y golpeo fuertemente en la cabeza al anciano alegre que cayo inmediatamente al suelo. Lo que vi a continuación me lleno de horror y espanto, no pude reaccionar. El campesino empezó a golpear con su machete al viejo, era como si estuviera poseído. Su rostro antes estoico ahora tenía ansias de sangre, de muerte, de superación. El fuerte color escarlata de la sangre empezó a llenar cada uno de los espacios verdes. El primero paraíso alephico, ahora estaba manchado. Pero no por la razón amoral del acto, sino por que el rojo en definitiva, simplemente no combinaba mucho con el lugar, dañaba esa armonía hasta ahora descrita. Ya no era el caos y el aleph, ya era solo la vida desbordada, volviendo a la tierra por sus poros, introduciéndose para renovarse otra vez. Luego el me miro. Sonrió. Era una sonrisa terrible. Una sonrisa de alguien que se ha liberado de una cadena, que ahora esta en libertad. Pero una libertad demasiado terrible para ser descrita en palabras. Una libertad abrumadora que me desbordaba, me llenaba de intranquilidad, asco y dolor.

 Entonces, apoderándose de mí el instinto de supervivencia, empecé a correr como alguien poseído, como alguien que se enfrenta a algo que no puede comprender. No quise pensar, no quise comprender. Solo quería olvidarme de aquella pesadilla. Corrí y corrí, abriéndome paso entre arbustos, entre pinos y riachuelos, entre un paraíso perdido y el mundo real. Solo sé que volví a respirar, que volví a sentir que volvía a vivir, que era de nuevo yo, observando como se abrían las montañas a los lejos, como empezaba a respirar de nuevo el olor a calle, a ciudad.

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