Despedida de la Maga
Sobre "Devenires Prosaicos":
Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!
miércoles, 22 de febrero de 2017
El Mensaje del Ciprés
“Lamentamos informarle que en veinticuatro horas, treinta y tres minutos, y dos segundos usted morirá”. Era la segunda vez que Federico leía el mensaje de whatsapp que, intempestivamente, había interrumpido su trabajo. Le costaba creerlo. ¿Qué clase de broma desagradable era esa? Intentó rastrear el contacto, tenía un perfil privado y en su foto sólo se dejaba ver un ciprés solitario en medio de una pradera negra. Le respondió el mensaje con un insulto y exigiendo una respuesta, pero el pequeño chulito se negaba a desdoblarse. Intentó llamar al número que aparecía en la info del contacto, pero inmediatamente era enviado a correo de voz. ¿Alguna broma de algún amigo? Los llamó a todos: algunos lo tildaron de paranoico, otros, en joda, le dijeron que tal vez era una venganza de una ex insatisfecha. No. No era un amigo, era alguien más.
No pudo dormir en toda la noche a pesar del peso de sus parpados, ciertamente no te amenazan todos los días con tu muerte; aquellas palabras del mensaje se repetían, con un ritmo macabro, en su cabeza como un trombón. Su gato lo acompañaba recostado en silencio, sin entender la preocupación de su amo. Federico se mantuvo en ese estado intermedio entre el mundo onírico y la realidad, pero no soñaba, seguía en su cuarto. Sólo le parecía ver un ciprés muy alto, que danzaba al compás del viento, en la lejanía y en la más absoluta oscuridad.
En la mañana, convencido de que tal vez podía ser una amenaza de muerte fidedigna, acudió a la policía. El comandante, un sujeto de bigote prominente y voz gruesa, le prometió ayudarlo. Así que dispuso de dos hombres para que vigilaran la entrada de la casa. También le aseguró que intentarían rastrear el perfil, pero que debía tener paciencia. Lo tranquilizó un poco diciendo que debía ser una broma de mal gusto que solían ser comunes en las redes sociales, probablemente era algún adolescente con problemas de autoestima. No pasaría nada. Le reiteró una y otra vez. No pasaría nada. Y ya era tiempo de que volviera a su trabajo.
Regreso un poco más calmado y, luego de instalar a los dos policías en la entrada y ofrecerles un tinto, estuvo el resto de la tarde redactando unos informes. Cuando ya caía el sol en las montañas se acordó de la amenaza. Comenzó a dudar si los dos policías serían suficientes. Se fue a la cocina, sacó un cuchillo, el más afilado. No sería tomado por sorpresa. Estuvo ansioso y vigilante, miraba el reloj, pronto se cumpliría el plazo fijado. Sus ojos se posaban de un lado al otro, esperando el momento en que el asesino irrumpiera en su habitación. Intentó que su cobija fuera una suerte de protección invisible contra lo inefable. Nada, ni nadie podría tocarlo.
Al otro día los dos policías entraron y encontraron el cadáver de Federico Gutierrez acostado en la cama, con los ojos cerrados, como si estuviera en un plácido sueño. Había muerto de un ataque al corazón. Afuera, en el jardín, una mano huesuda, envuelta en un manto negro, tecleaba en el whats app: “El sistema de preparación final no está funcionando. Aquel hombre no ha disfrutado sus últimos minutos ¿y si cambiamos el ciprés por un oso de peluche?”
miércoles, 8 de febrero de 2017
537
Me ha tocado el turno quinientos treinta y siete. Tres horas y cinco minutos serán, quizás, tan sólo el inicio que saque a los primeros cincuenta caminantes fuera del escenario y el telón. Sólo sé que tengo quinientas treinta y siete razones para manifestar mi desprecio. Quinientos treinta y siete augurios de que no se abrirán los labios verdes y que, mediante un corto manifiesto y una falsa danza de papeles ambarinos, se me obligará a abdicar. Para volver luego y volver a empezar el ciclo. Quizás ya no sea el quinientos treinta y siete, sino el cuarenta y cuatro o el doscientos ochenta y dos. Poco importa, si se piensa, los números como las bisagras de un laberinto y la larga espera como un formulario que nunca se termina de rellenar.
¿Cuánto llevo aquí? ¿Dos, tres, cuatro horas? Quinientas treinta y siete conversaciones con el techo que ya no puedo recordar. Quinientos treinta y siete maldiciones que he lanzado contra el azul infausto de su oficina y sus corbatas que se asemejan a horcas para pájaros. Sacrificar un ala, registrar y consignar como pago la pluma quinientos treinta y siete, el aviso de “No se aceptan soñadores” está colgado en el gran portal. No hay un lugar para la palabra y el diálogo en el piso diez. Los vidrios de las ventanas están blindados contra las suplicas de una madre enferma, las lágrimas de los estudiantes y los aviones de papel.
La celda número quinientos treinta y siete es habitada por el cadáver de una quimera y dos gnomos barbados que registran con furia, en un folio largo, las quinientas treinta y siete veces que el viento choca contra las paredes de la prisión. Sus barrotes son intereses al doscientos por ciento que se cobran a las nubes por dejar pasar, por pequeñas aberturas, la costosa luz del sol. Quinientos treinta y siete mil pesos dice el hombre obeso de camisa de rayas es la cifra a pagar. Quinientos treinta y siete mil pesos que se repiten cada mes, un miércoles cualquiera, y que traen el advenimiento de la catástrofe, de la lluvia en las mejillas, del silencio incomodo que se extiende entre los esclavos del capital.
jueves, 2 de febrero de 2017
Las Ruinas de Augusta
Aspirados por el volcán de mi rostro, cae la flota rebelde, sus barcos se hunden en sudor y piel, ella los siente ahogarse en las profundidades de sus cavernas. Su muerte se resignifica con un gemido. La palabra de la deidad oceánica se manifiesta con una mordedura en mi pierna. Las ruinas de Augusta se agitan, pero renacen, a cada paso, de tus dedos, de mis dedos. Y yo sólo deseo preparar mi arcabuz, mi brújula y mi lengua, para adentrarme en terrenos ignotos, explorar los vestigios del mausoleo y encontrar la grieta del arca sagrada.
El Arca de la Alianza de nuestros cuerpos.
¿Y aún me preguntas que siento cuando te toco?
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