Despedida de la Maga

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Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


miércoles, 19 de febrero de 2014

El fantasma de los salados


Andrés miró el cielo del Retiro. Le pareció demasiado limpio, cargado de nada, como su vida. Aquel inmenso azul le provocaba un poco de temor, siempre le había temido a lo que no podía abarcar totalmente. Escupió en el suelo. Llevaba sólo unos días en el pueblo, pero para él bien podía ser toda una eternidad. ¿Qué más se podía hacer en este pueblo más que mirar el cielo? Lo único bueno eran las arepas rellenas de carne que servían en el parque y el olor a madera seca que se respiraba los viernes al atardecer. De resto nada. Poca música, pocos lugares para conocer chicas y sobre todo mucho silencio. Demasiado silencio. Bien podría considerarse una droga, una que les gustaba a ancianas y jubilados que se sentaban todas las tardes en el parque a jugar cartas, a hablar sobre lo lindos que eran sus nietos y a recordar la belleza y la gracia del ayer.  En definitiva esto apestaba. Apestaba a viejo, a ruinas, a telarañas. A una puerta de madera corroída que no se abriría más.

Una palmada en la espalda interrumpió sus pensamientos. Era su amigo Esteban.

-    Vos siempre en tu mundo guevón. Un día de estos te va a cagar una paloma gigante y solo te darás cuenta al tercer día, cuando ya no podas soportar el olor. 

Andrés sonrió brevemente. Habían quedado de encontrarse en el parque, cerca de la estatua del bigotón de Santander. Esteban era el único amigo que había logrado hacer en los pocos meses que llevaba en el lugar. Solían encontrarse para jugar futbol, hablar de mujeres y tomarse una cerveza en el parque por la noche. Esteban trabajaba en una de las carnicerías del pueblo. Lo que permitía que de vez en cuando sacar la carne que no se vendía el fin de semana y hacer un pequeño asado en casa de Andrés. Entonces se ponían a criticar al alcalde de turno, a hablar del culo de Sofía y a fumarse uno que otro cigarro en el jardín.

Pero Esteban tenía otro talento más. Era un excelente contador de historias. Se conocía la historia del pueblo y de casi todas las familias y habitantes. Conocía pequeñas leyendas fantásticas de todo tipo mantenidas por campesinos, trabajadores de carpinterías y arrieros que circundaban el lugar. A Andrés le gustaba escucharlo y reírse de sus ocurrencias, a pesar de que Esteban juraba una y otra vez, que sus historias eran ciertas. Efectivamente, aquella tarde, el joven carnicero le dijo que tenía algo que contarle y Andrés se preparó, porque sabía lo que vendría: una sucesión de incoherencias y relatos orales mezclados, que poco tenían de verosímil, bastante alejados de la realidad.

-    Te lo digo en serio parce, vos no te imaginas- Dijo haciendo un preámbulo y agitando sus manos -Yo lo vi, el otro día que pasaba. Era una luz brillante. Fue increíble.
-    ¿Qué te paso?- dijo Andrés riendo- ¿se te perdió una linterna debajo de los pantalones o qué?
-    Parce, en serio, yo creía que era una historia hasta hace un mes- dijo poniendo la cara pálida- pero es más que una leyenda, es algo que está allí titilando, parpadeando un poco…
-    ¿De qué demonios hablas?-   le pregunto Andrés.
-    Del fantasma de los Salados. Aparece en la represa, una vez al mes, precisamente cuando estamos en cuarto menguante
-    No me jodas Esteban, volvete serio
-    te lo digo en serio pana, ¿vos por qué no me crees? Es un alma en pena, luminosa, errante. Parece ser el fantasma de un joven que murió ahogado hace mucho en la represa. Algunos dicen que fue un suicidio por una pena amorosa, otros más arriesgados dicen que fue asesinado por una deuda que no pudo pagar
-    ¿Qué clase de deuda?- pregunto Andrés curioso.
-    De esas que sólo pueden pagarse con la muerte- dijo Esteban en tono siniestro y abriendo los ojos.
-    No me jodas guevón, veni mejor acompáñame a hacer una vuelta que tengo que hacer. 

Andrés se paró de la banca donde estaba sentado. Se fueron caminando a hacer varias diligencias. El resto de la tarde no se habló más del tema. Las conversaciones pasaron a temas más mundanos, como los tres goles que le había hecho Duque recientemente a los del equipo rojo o algunos problemas de la carnicería. Luego cuando caía la tarde y la luna empezó a asomarse en las montañas,  Esteban decidió retomar el tema.

-    Mañana. Mañana es cuarto menguante. Entonces aparecerá el fantasma de los salados

 Andrés suspiro.

-    Vos lo que tenes es un tornillo zafado en la cabeza. Necesitas urgente reparaciones
-     Hagamos una apuesta- dijo Esteban algo emocionado -50 de mil, si mañana aparece el fantasma vos me pagas, sino yo te pago a vos.

A Andrés le sonó interesante la cuestión de ganarse ese dinero tan fácilmente. Pero decidió no tomar una decisión apresurada.

-    ¿Qué?- Dijo Esteban burlón. -No me digas que el gran Andrés le tiene miedo a un fantasmita.
-    No me jodas. Es obvio que la única forma de probarlo es que mañana ambos vayamos a la represa. Es una pérdida de tiempo
-    Que poco espíritu de aventura tenes vos home
-    Lo pensare. Ahora debo volver a casa. Nos vemos- dijo Andrés alzando la mano en forma de despedida.

Luego caminó unos pasos rumbo a su casa. Pensó en el fantasma y la represa, en cierto deseo de descubrir algún misterio o verdad oculta. Pensó que tal vez no estaba tan mal, además sería una buena forma de salir de la horrible rutina en que estaba sumergido.

-    ¡Esteban!- grito sin girar su cabeza- Sí. Acepto la apuesta. Nos vemos mañana a las 6 en Pempenao, de ahí salimos juntos a la Represa.
-    No te vas a arrepentir- dijo Esteban sonriendo

Así culmino su despedida. Andrés se fue a su casa y pasó el resto de la noche pensando en fantasmas que no aparecen, en lluvias que no paran y en ese horrible azul que se extiende como el cielo en cada uno de sus sueños. Al otro día se encontraron a las seis en Pempenao, una pequeña unidad de casas en las afueras del pueblo. Esteban llevaba una mochila. Andrés le pregunto que llevaba allí. Esteban hablo de un equipo para cazar fantasmas. En el morral había una linterna, un libro sobre fantasmas, unos sandwiches, un crucifijo y un poco de agua bendita.

-    Este guevón. Son fantasmas, no vampiros- dijo Andrés resoplando.
-    Nunca está de más- dijo Esteban fingiendo seriedad.

Andrés se rio pero decidió no interpelarle más sobre el asunto. Así que emprendieron juntos la marcha. Se fueron todo el camino hablando, contando uno que otro chiste y Esteban cantó una canción pegajosa que estaba de moda en la radio y que hablaba de un amor, que era tan profundo como una perla en el mar. “Naufrago por ti, me hundo por ti, por tu perla, tu perla de mar turututu” Los vehículos pasaban y desaparecían rápidamente a través de la carretera y Andrés pensó que tal vez, el fantasma había sido alguna de esas luces de los carros, titilantes y perdidas.

Luego de una larga caminata llegaron a la represa, la cual a esa hora aún estaba llena de algunas familias pasando sus últimos momentos de descanso y algunas parejas de novios que se recostaban a darse besos y hacer la siesta abrazados. Esperaron a que todos se fueran y se escondieron detrás de unos arbustos para no ser molestados por guardabosques o guardias. Luego salieron y se pararon al frente de la represa. Esteban estaba muy emocionado. Andrés empezaba a pensar que había sido mala idea y que tal vez hubiera sido mejor quedarse en su casa, recostado en su cama, mirando alguna serie de Warner o algún sórdido reality de la tv.

La represa se extendía orgullosa a través de las montañas y era fuente de energía para la ciudad. Estaba rodeada de muchos pinos y arbustos. Al fondo lejos, se veían las lujosas casas de algunos empresarios, jefes de la industria y políticos que gustaban de tener amplias edificaciones y una vista de un paisaje en su ventana al amanecer. Alrededor de la represa, solo podían encontrarse sapos e insectos, felices de la cercanía del agua y de tener algo para comer. Pasó una hora y el único sonido que se escuchaba era el que hacían algunas luciérnagas, que titilaban en el lugar.

-    Lo único que hay en este sitio son luciérnagas- dijo Andrés aburrido
-    Pues no es tan malo
-    ¿Ah no?
-    Si. Ellas tienen derecho a tener su propia fiesta caliente. Mira esas dos que están copulando
-    Vos si hablas pendejadas. Esteban, de verdad a veces tenes que bajar un poco la…
-    ¡Silencio!- interrumpió Esteban -Escucho algo

Se hizo un corto silencio. Pero fue en vano. No se volvió a escuchar ningún otro ruido. Excepto el de un sapo que parecía haber atrapado una mosca y saboreaba el manjar.

-    Vámonos ya a casa. El fantasma claramente no existe
-    Una hora más
-    Esteban…
-    No me jodas- dijo serio de repente- El fantasma va a aparecer en cualquier momento y te vas a tener que tragar tus palabras

Pero la espera fue vana, pues el fantasma nunca apareció. Esteban intento animar la noche contando algunas anécdotas de la carnicería y comparando los goles de Messi con los de Ronaldo. También conto algunos chistes de curas pervertidos y pastusos intentando colocar un foco. Andrés escuchaba, se reía, al final había decidido disfrutar el momento en la represa. La noche siguió su ritmo lento y a medida que pasaban los minutos, el frío y el sueño empezó a hacer mella en su voluntad. Finalmente cansados, decidieron volver a casa.

Esteban caminaba triste y decepcionado. Andrés no quiso interpelarlo, sabía que en estos momentos debía sentirse como un completo idiota. Pero pensó que tal vez con esta lección escarmentaría y dejaría de creer en los relatos de viejas y arrieros supersticiosos, que como no les pasa nada interesante en sus vidas, creían en aquellas historias absurdas. Luego de caminar un trecho largo del camino. Esteban al fin se decidió a hablar:

-    Es inútil. Fue inútil todo.
-    No fue inútil, la pasamos bien hombre- dijo Andrés intentando consolarlo.
-    No. Porque no viste la luz.
-    ¿El fantasma?

No respondió. Siguieron caminando pero el camino se me empezó a hacer más largo de lo normal. Los vehículos habían dejado de pasar y se percibían pocas luces. Los arboles parecían calcarse unos a otros a medida que avanzaban. Las mismas casas y fincas se veían una y otra vez. ¿Qué estaba pasando? Era una sensación extraña. Andrés sintió que le empezaba a doler un poco la cabeza. No recordaba haber consumido alguna clase de alucinógeno. Desesperado siguió caminando buscando encontrar un elemento de quiebre en el paisaje, pero solo se encontró con el mismo vacío que conformaba el horizonte, que lo rodeaba de oscuridad.

Andrés le dijo a Esteban, que algo raro pasaba pues sentía que hace rato que no avanzaban del mismo lugar. Esteban de nuevo no respondió. Andrés se acercó y lo zarandeo, le dijo que le respondiera, que dejara la bobada.

-    Tenes que ver la luz Andrés. Tenes que verla

Lo soltó. Aquella situación lo tenía confundido.

-    Sólo espuma, Andrés, espuma que se diluye en el agua

Dio por hecho que se había vuelto loco. Sólo quería regresar a casa para acostarse y olvidar este asunto que estaba dejando de ser una simple apuesta de amigos a ser una apuesta de ángeles y demonios, por el absurdo y lo irreal.

Andrés empezó a correr. Pero nuevamente sintió que no avanzaba. Esteban le seguía detrás en silencio, como un zombie o una sombra. Sólo árboles y árboles y el crepitar de las luciérnagas. Esteban volvió a cantar la canción del inicio, pero esta vez no sonó tan bien. Aunque la letra era la misma, la melodía había cambiado. Era oscura, siniestra.

-    Naufrago por ti, me hundo por ti, por tu perla, tu perla de mar turututu

Pensó en detener algún carro, pero ninguno pasaba. De nuevo corrió y corrió, pero la melodía lo perseguía a donde quiera que estuviese. Al final del recorrido constato una terrible verdad. De alguna forma había regresado a la represa. No entendía nada. Su mente se nubló. ¿También estaría volviéndose loco?

-    Naufrago por ti, me hundo por ti, por tu perla, tu perla de mar turututu- se escuchó detrás.

Andrés le gritó a Esteban que se alejara. Pero Esteban no obedeció.

-    Naufrago por ti, me hundo por ti, por tu perla, tu perla de mar turututu

No había nadie. Al menos Andrés no veía a nadie más que a su amigo, los sapos y luciérnagas. Andrés empezó a pedir ayuda a gritos. Nadie le escucho. Esteban seguía atrás.

-    ¿Ya encontraste tu perla mi amigo?
-    Que no lo ves maricón- dijo Andrés furioso- ¿Por qué mierdas volvimos a este lugar?
-    Porque es EL lugar- dijo Esteban suspirando- pronto lo entenderás
-    Vos sos el fantasma- dijo Andrés alarmado

El joven carnicero se rio como si le hubieran contado un gran chiste.

-    Eres un tonto, mi amigo, un pequeño tonto. Fantasma es solo una categoría más, una palabra, un calificativo vacío. Dime tú, ¿se puede nombrar algo que no es? ¿Algo que se esfuma con el viento? Algo que no puedes palpar, que no puedes sentir, que sólo está rodeado por un abismo de silencio. No. Me temo que no- dijo Esteban abriendo los ojos de par en par.
-    Es algún tipo de broma esto ¿verdad?

Esteban no respondió, solo alzo su brazo y lo acerco hacia Andrés.

-    ¡Aléjate de mí!- le grito.

Luego intento irse hacia atrás, pero choco con una piedra que hizo que tambaleara y se cayera. Esteban sólo le sonrió y lo miro con conmiseración. Luego se sentó en una roca, cerró los ojos y dijo:

-    Dejare que lo veas tú mismo

En ese preciso momento una luz parpadeante y fulgurosa se extendió por el horizonte de visión.  Andrés quedo cegado, quiso gritar. ¿Era esa la luz de que hablaba Esteban? ¿Esa luz que parecía ser parte de la peor de las pesadillas? Andrés abrió los ojos, quiso ver a través de la luz, comprender qué clase de ente se escondía detrás de la muralla resplandeciente. Pronto empezó a reconocer dos figuras, dos personas, ¿eran realmente personas? Si lo eran. Vestidos de negro, tal vez fueran dos ángeles que venían por el fantasma, que vendrían a castigar a aquellos visitantes atrevidos. Luego vio bien. Eran dos guardias con una linterna.

-    ¿Hay alguien allí?- gritaban

 Silencio. Decidió responder.

-    Estoy aquí, por favor, ayúdenme
-     ¿Hay alguien allí?- volvieron a preguntar.
-    Estoy aquí- Grito Andrés- Aquiiiii, por favor…

Pero los guardias no le escuchaban, siguieron caminando, como si no estuviera allí.

-    Ya lo viste- interrumpió Esteban -Supongo que ahora me crees.
-    ¡Explícamelo!
-    Dime, Andrés, ¿no te da pavor mirar al cielo?, ¿Por qué sigues soñando con ese terrible azul profundo?
-    Como sabes…
-    Lo que ves no es el cielo, es el agua de esta represa
-    ¿el agua?
-    Si, el agua en que moriste ahogado
-    ¿De qué mierda hablas?
-    Morimos aquí Andrés, vos y yo, hace cincuenta años. Nosotros somos los fantasmas
-    ¡Mentira!- dijo temblando- yo tengo una vida, yo antes estaba en la ciudad y…
-    ¿Qué recuerdas de tu vida en la ciudad?- dijo Esteban calmado

Andrés intento pensar, pero por más de que lo intentaba, no lograba dar con ningún recuerdo.

-    Tú y yo nos criamos y vivimos en este pueblo que ahora aborreces, has formado una vida paralela, la vida que te hubiera gustado tener. Cuando éramos amigos siempre soñabas con ir a trabajar en la ciudad y construir una nueva vida. Pero esto es lo que hay…- dijo y se paró.
Andrés se arrodillo en el piso y se puso a llorar.
-    ¿Cómo pude haber muerto? Dímelo Esteban, ¿Qué nos pasó?
-    No creo que tenga que decírtelo, vos ya lo sabes, lo que tenes es que aceptarlo

Andrés intento recordar, pero todo se le hizo muy confuso. Solo había bruma. Recordó palabras, luces, miradas, una mujer. También recordó una tarde en que ambos amigos habían llegado a la represa. Habían alquilado una pequeña barca y habían nadado hasta el centro. Habían bromeado, molestado, reído. Hasta que salió a colación el tema de una mujer. Se dieron cuenta de que les gustaba la misma. Se dieron cuenta que ambos habían intentado seducirla. Se dieron cuenta que ambos la habían besado. Se dieron cuenta que ambos la habían tocado, que ambos soñaban con su cuerpo esbelto y sus labios carmesíes. Ahora no había nada, ambos eran víctimas de la misma mascarada, de la misma engañosa promesa de amor. Andrés se levantó furioso y golpeo a su amigo, la barca empezó a tambalearse, a iniciar un baile de muerte y dolor. La pelea se encarnizo y ambos amigos se golpearon sin poder controlarse. La barca se volteó.

Fue demasiado tarde. Andrés recordó que su amigo no sabía nadar. Intento buscarlo pero él no salía. Intento sumergirse una y otra vez. Buscarlo, encontrarlo en medio de aquel inmenso azul vacío. Pero no había nada. Esa nada que aborrecía y que desde entonces siempre odio. Se volvió a sumergir otra vez. Hasta que en su desespero cuando estaba en el fondo, su pie quedo engarzado con algo. Aún hoy se preguntaba que había sido. Si un alga, un alambre o algún extraño ser. Pero no había podido volver a salir. Ni volver a respirar. Poco a poco cerró los ojos y no los volvió a abrir más. Desde entonces aquel inmenso azul le seguía persiguiendo en visiones, sueños y delirios. Moría una y otra vez, en el azul inconmensurable, que abarca mil y un silencios, que ahoga el amanecer.

Andrés seguía llorando. Tomar consciencia de la situación lo había anonadado. Las palabras ya no le salían de su boca. Le costaba decir algo. Pero hizo un enorme esfuerzo y dijo:

-    ¿Algún día podrás perdonarme?

Esteban solo sonrió, le puso la mano en la espalda y le dijo:

-    Solo sé que me debes cincuenta mil pesos.