Despedida de la Maga

Despedida de la Maga

Sobre "Devenires Prosaicos":

Devenires Prosaicos es un espacio por y para la literatura. Un espacio en el que planeo compartir reflexiones, fragmentos, poemas y cuentos. Deseo entonces dejar aquí escritas algunas pequeñas huellas, mis propios trayectos, mis propios devenires ¡Sed bienvenidos a devenires prosaicos!


lunes, 11 de agosto de 2014

El coleccionista de gafas




Puede pensar, puede mirar, puede sentir. Esteban Grisales, es muy consciente de lo que ha hecho. Consciente de aquella sangre. De esa sangre marchita que no es suya. Sangre de autómata. Los barros, la panza profusa, los lentes enormes, la camisa de bazinga, el afiche de Star Wars, le producían un profundo asco y ganas de vomitar. El ambiente entero le generaba nauseas. Había, puestas al lado del escritorio, columnas de revistas de comics y sobre una repisa unos figurines que representaban personajes de series de culto como Star Trek y Doctor Who. Había ropa sucia tirada en un rincón. Encontró unas pocas revistas pornográficas escondidas debajo de la cama. La papelera estaba llena de papel higiénico enroscado que no quise confirmar a qué clase de fluido correspondía. Esteban pateó un Yoda enorme de juguete en un rincón con signos de repulsión. Luego volvió a posar su vista sobre aquel hombre. Ahora no parecía tan ñoño. Su aspecto en cierto sentido había mejorado. Esteban se sintió por un momento un estilista, el mejor que le hubieran recomendado. Ahora que el ñoño se encontraba allí, acostado en la baldosa, rodeado por migas de papitas y doritos, con los ojos abiertos, le pareció que había vuelto de alguna forma a sus orígenes, como un bebe que vuelve tranquilamente a la placenta. Tomó sus gafas y las guardó. Sonrío

Era momento de irse. No podía pasar un segundo más en aquel lugar.  Aquel grito, esa voz tan gruesa y desafinada, seguramente habían alertado a los vecinos. La policía pronto estaría por llegar. La entrada principal no era una opción. Así que se puso unas gafas oscuras y salió por la ventana del departamento. Era de noche. El viento soplaba con furia, acusativo, quizás por lo que acababa de hacer. No le importaba. Estaba convencido de la importancia de su empresa y de la ceguera de los demás.  Se movió sujetándose a la fachada, tres ventanas a la derecha. Como la fachada del edificio daba contra una pálida medianera era muy difícil que alguien siquiera notara su presencia.

Abrió la ventana utilizando una ganzúa y entró en el departamento. Estaba vacío. Lo sabía. Él mismo había estudiado detenidamente los movimientos de aquella familia durante los últimos meses. Sabía que todos los fines de semana salían a una finca que tenían en el oriente.  No prendió ninguna de las luces. Se escondió debajo de la cama y esperó. No movió ni un músculo. Esteban esperó que se escucharan los gritos y rezos de las ancianas. Esperó que el edificio fuera rodeado por policías. Esperó a que el sitio se llenara de personas curiosas. Él mismo había preparado el escenario. Les había abierto el telón. Era tiempo de que disfrutaran la obra.

Así paso un largo rato. Cuando recogieron el cadáver y todo se había calmado, eran aproximadamente las tres de la mañana. Se paró despacio. Sacó de su chaqueta un cigarro, abrió un poco la ventana y se lo fumó. Abajo dos policías torpes hacían la guardia. Como esperando que el asesino volviera. Esteban se rió. Pequeños pitufos ciegos que no pueden ver como se mueve el gato a través de la ciudad. Inhaló un poco de humo. 

Soy un artista. Pensó. Un creador.  Eliminó lo que estorba, lo inútil. Estaba creando una sociedad sin raros. No más gente que prefiera preocuparse por el futuro del planeta Namek, o de mundos mágicos o con dragones, que del propio. Son egoístas. Son herejes. La muerte es el único olvido y el único perdón.

Tenía que escapar del lugar. Pero no era el momento adecuado, esperó dos días. Cuando consideró que era el momento oportuno salió por la puerta principal. Nadie noto su presencia. Excepto, tal vez, una anciana que barría el primer piso. Sin embargo no le presto mayor atención. De vuelta a las calles era momento de replantear sus posibilidades. ¿Qué hacer a continuación? Primero debía retomar su trabajo, volver a la oficina, entrar de nuevo a esa normalidad trémula que le generaba una sensación de somnolencia y aburrición. Trabajó los cino días de la semana. Era el empleado ejemplar. De alguna forma aquella adrenalina, aquella pulsión de muerte le alimentaba. Cargaba sus energías. Todo lo hacía mejor. En la oficina nadie sospechaba. Ni siquiera cuando desapareció el freak obeso del sector 3. Su primera víctima. Ahora sólo era carne para gallinazos que seguro debían tener una terrible indigestión.

En su casa, Esteban Grisales colgó las gafas del ñoño que había matado en la pared. Allí había puesto los lentes de cada una de sus víctimas. Era su trofeo, la prueba de su hazaña y la razón por la cual, la policía y los periódicos, le apodaban “El coleccionista”. Los días siguientes caminó a menudo por las calles. Lo observó todo. Estudió el comportamiento de todos y cada uno de los trauseuntes. Era cuestión de tiempo para que el siguiente raro o ñoño apareciera.

Fue una mujer. La primera mujer rara. Fue como un flechazo.  Sola en una banca, pelo castaño, gafas enormes, cara barrosa. Leía un manga de Naruto. Era la victima perfecta. Fue tanto el placer que sintió con solo verla que no pudo evitar humedecerme los labios con satisfacción. Era enorme la felicidad que me generaba ver su rostro salpicado en sangre. ¡Oh pequeña mía! Mañana estarás en el país de los ñoños muertos. Donde los ñoños arden en una hoguera, chuzados por diablillos picarones, que se comen sus pezones y tetillas con sal y limón.

Se puso en camino. Se preparó para dar el golpe. Debía planearlo muy bien. Lo primero era seguirla, estudiar sus trayectos, saber dónde vivía, encontrar el momento oportuno. Así se enteró de muchas cosas. Se enteró de que era universitaria. Estudiaba ingeniería. Todas las tardes le gustaba ir a alimentar un par de gatos callejeros, los cuales les gustaba reunirse a maullar como viudas abandonadas. Se enteró que le gustaban los cosplays y vestirse como Hinata de Naruto. Se enteró que le gustaban Game of Thrones y que soñaba con tener tres dragones. Se enteró que le gustaba el helado de macadamia los jueves en la tarde en una esquina del café bar. Se enteró que se llamaba Daniela, que tenía pocos amigos y que se recluía como si estuviera en cuarentena, en su cuarto, como si el mañana no quisiera llegar jamás. 

Pronto el coleccionista tuvo los datos de su Facebook y su Twitter.  Estudió sus frases. Su conducta. Su aire tímido, su necesidad de conseguir compañía en medio de su soledad. Le costaba aceptar que ella tenía algo diferente a las otras víctimas. Algo que no lograba del todo dilucidar. Eso le fascinaba y aumentaba un poco su ansiedad. Se sentía impaciente y quería que llegara al fin el día señalado. En la oficina se empezó a notar su malgenio y su impaciencia. Se sentía incómodo, como si no tuviera un espacio donde realmente estar. Pero pronto el día llego. Esa mañana se puso su mejor traje. Después de todo era momento de iniciar el ritual. El gran lienzo debe completarse y necesita unos lentes más. Salió con una sonrisa de satisfacción porque ya había calculado todas las variantes de sus actos. Sabía que irremediablemente hoy aquella ñoña estaba perdida.

Eran la una de la mañana. Las calles estaban solas y el edificio donde ella vivía permanecía en silencio y en la más penetrante oscuridad. Pocas personas habían esa noche en la edificación. Lo sabía. Era viernes. Todos estaban en algún bar intentando ligar o bailaban en un boliche. Pero ella no. Estaba allí encerrada, como ñoña que era, en ese caparazón, que él debía penetrar. El portero estaba dormido. Lo sabía. Se dormía escuchando los debates políticos de las 11 pm. En el más completo silencio aprovechó una falla de la puerta y entró. Subió a través de las escaleras emocionado, como un niño que se acerca a su juguete nuevo. Subió y se paró en la puerta. Pronto empezaría el carnaval.

El coleccionista saco su ganzua y abrió la puerta con sumo cuidado. Todo había salido perfecto. Ninguna falla. Se sentía contento con su trabajo. Se sentía un profesional. Entonces la vio. Estaba allí, en silencio, parada, mirando por la ventana. En la cama un felino dormía con placidez. La pc estaba prendida y sonaba una música japonesa. En una esquina había una columna de libros desgastados y rayados que tenían una cubierta de polvo. Era la ocasión perfecta. Se acercó lentamente. Un paso. Dos pasos. Aún no se percataba de mi presencia. Tres pasos. ¡Crac! Algo sonó bajo sus  pies. Había pisado uno de sus converse pintados con muñequitos de anime. Maldijo en sus adentros. Pero era demasiado tarde. Ahora ella le veía.

 Le miraba fijamente. No grito. Le extraño su actitud. Todas sus víctimas al notar su presencia gritaban e intentaban avisar a sus vecinos. Pero ella no. Ella permanecía mirándole en silencio. Como estudiándole. Esperando que iba a hacer a continuación. Cualquier asesino que se respete la hubiera matado en ese instante. Pero él no fue capaz. Sus ojos cargados de una tristeza melancólica le conmovieron profundamente.

    ¿Quién eres? — preguntó—. ¿Qué haces aquí?
    He venido a matarte— le dijo.
    ¿Por qué? – preguntó ella sin bajar la vista.
    Eso es algo que a vos no te incumbe— dijo con la mano temblando.
    Creo que sí me interesa. Máxime tratándose de mi propia vida – dijo ella mientras se  quitaba los lentes y los ponía a un lado.

Ñoña tenía que ser. Seres detestables. Preguntona. Intentando hacerse la ingeniosa. Pensó el coleccionista

    Mátame entonces. La verdad, no hay mucho que me ate a este lugar – agregó luego de unos instantes—. Sólo te pido una cosa. Si puedes consíguele una casita a Akuno, mi gato. No me gusta dejarlo solo. Él no tiene la culpa de los desvaríos humanos ¿lo prometes?
    No puedo asegurarlo- dijo el coleccionista algo incomodo.
     ¡Qué lástima!- dijo ella muy triste.

Luego dejó caer una lágrima y cerró los ojos entregándose a su cuchillo. Y él no podía hacerlo Quería matarla, pero no era capaz. ¿Por qué no era capaz? Ella era sólo una ñoña. Sus labios parecían susurrar algo. Parecían invocar un nombre o un beso, llamar fuerzas que se escapaban de su control. Entonces en ese momento la vio hermosa. 

    ¿No me mataras? – le preguntó.
  
Por un momento pensó en que tal vez hubiera sido mejor conocerla de otra manera. Invitarla a salir.  A tomar un café. Mostrarle sus trofeos de ñoños. Quizás unirla a su causa. Crear otra asesina ñoños que se moviera en la noche, que se camuflara entre ellos y los matara cuando durmieran. Pensó en su cuerpo de pseudo ñoña desnudo, recibiéndole. En sus besos marchitos. Pensó en un baile. Un baile que podrían hacer juntos. El baile del loco y la freak. Pero ella debía dar el siguiente paso, y lo dio. 

–          ¿Dudas? Pues yo no cabrón hijo de puta

El coleccionista sintió un profundo punzón en su estómago. Cuando se tocó,  sus manos estaban llenas de sangre. Ella no dudo. Lo había enterrado hasta el fondo. Cayó al piso desangrándose. Ella se preparó para rematarlo y entonces se dio cuenta que había sido engañado. Lo que le había fascinado de ella no era la tristeza de sus ojos o su entrega. Sino ese extraño terreno que ambos habitan. Ella era igual que él.

sábado, 2 de agosto de 2014

EL GATO POETA

 

Un pequeño gorrión se paró encima de una de las hojas del jardín. Oteó en el suelo una pequeña lombriz que se movía coqueta y pérdida. El gorrión pensó que tenía lista su cena y se preparó para atacar. No obstante, observó justo en ese momento que, acostado con la pansa boca arriba, un gato obeso y negro descansaba cerca. Se lamentó. El gato se levantó de su siesta y miro fijamente al gorrión. Este se preparó para emprender vuelo.

— ¿Por qué te vas tan pronto amigo gorrión?— dijo el gato lamiéndose una pata
— No te hagas gato. Sé que piensas atraparme y comerme— dijo el gorrión alerta
— ¿Cómo podría?— dijo el gato abriendo las manos en el aire— Te aviso, querido amigo gorrión, que no soy un gato cualquiera, soy un gato poeta.
— ¿un gato poeta? ¿existe algo así?
— Sí. Idolatro la belleza y la tranquilidad por encima de todo. ¿cómo podría comerte? Pobre alma vacía. Tú que has estado en los cielos, navegante de las nubes, que naufragas en las estrellas y duermes en un pequeño nido de plumas en medio de los abedules. 
— No sé…— dijo el gorrión dubitativo— es bonito pero…
— Vamos— dijo el gato guiñándole el ojo— Comparte tu cena conmigo. Yo no como a quien vuela, prefiero aquél insípido ser de la tierra, que nos recuerda de dónde venimos y a dónde vamos. Partamos esa pequeña lombriz y brindemos como viejos enemigos, que ahora se aman y deponen pico y garras por un poco de compañía y caricia de este viento gris. 

El gorrión bajó animado y se paró al frente del gato, hizo una venia y se presentó. El gato, rápidamente, sin siquiera pestañear, de un zarpazo lo agarró. Se lo comió despacio, disfrutó aquel alado manjar. Luego se puso a contemplar de nuevo el cielo y a recitar. En voz baja cantó: “Pobre gorrión ingenuo, no todo el que vuela tiene cerebro, y de todos los gatos posibles, el poeta, es el más mentiroso, el más vil y lo que hay adentro, no es paz, sino un abismo, el abismo y el silencio, de su encadenada libertad”


jueves, 31 de julio de 2014

Libro de quejas del infierno




Estimado Astaroth:

Cuando me prometieron venir aquí me dijeron que estaría rodeado de grandes estrellas del rock. Aún estoy en busca de Freddy Mercury, Janis Joplin, Syd Barret, Jim Morrison.  Pero lo único que veo es montañas de llamas y diablos inoficiosos jugando cartas y dominó. También se me prometió un teclado nuevo y sólo he recibido un xilófono de juguete, se me prometió porrito y LSD y sólo he recibido pastillas de Rivotril. Esto parece más un ancianato que el infierno, debí seguir el consejo de mi amigo John Bonham y buscar mejor una escalera al cielo.

Att. Richard


Estimado Belzebu:

Cuando tuve la entrevista en cuestión para ingresar a este lugar se me prometió un mapa. La verdad es que no se me ha entregado y eso me preocupa bastante, pues llevo días dando vueltas por los nueve círculos. Un pordiosero de la localidad (de nombre Virgilio) dice que me guía por unos cuantos céntimos, pero no confío en él; tiene pinta de mercader de órganos.  Y aunque sé que ya estoy muerto, prefiero desconfiar. Hay algo en sus ojos. Con sólo mirarlos, se abre un abismo.

Att: Dante


Aún aquí en el infierno, Sí: era gol de Yepes.

Att: hincha colombiano furibundo


Estimado y poderosísimo Samael:

En verdad debo pedir a usted un favor. Sé que soy un condenado y no tengo derecho, pero es para mí de urgente requerimiento. Verá, como usted bien sabe, yo me encuentro en la segunda fosa del octavo círculo: el de los aduladores (oh, por favor, no piense que le adulo, mis intenciones son sinceras, soy un gran admirador de su trabajo). Como bien sabe estamos rodeados de mierda y hasta ahí más o menos bien: nos hemos acostumbrado al olor de los excrementos y nuestras instalaciones no pueden ser las mejores. Pero traer aquí a Tinelli, Maradona, Maduro, Uribe y Macri sólo por el hecho de que lo que hablan y expelen por su boca es, literalmente, mierda, es una infamia que aquí no vamos a tolerar.

Att: Un condenado anonimo


Estimado Behemoth:

 Siendo usted el encargado de las finanzas y distribución del sueldo del personal quisiera solicitarle… (mejor no, solicitarle no; quiero advertirle) que los barqueros del río Estigia hemos formado un sindicato por el abuso al que somos sometidos constantemente. Trabajamos casi las veinticuatro horas, no se nos pagan horas extras y encima quieren que nos contentemos con una moneda chueca o una ramita de olivo. ¡No nos crean pendejos! ¡Toda la plusvalía se la quedan ustedes! Bien me lo advirtió ese viejo barbado alemán que lleve hace ciento cincuenta años a su destino, que tarde que temprano nosotros la clase proletaria infernal deberíamos emanciparnos. ¡Por eso hoy montamos sindicato! ¡Camaradas trabajadores del río Estigia! ¡Presentes! ¡Ahora y siempre! ¡Vamos a paro indefinido!

Att: Caronte


Estimado Baal:

Me presento, soy un condenado que se encuentra en el primer círculo del infierno: El limbo. Siendo sincero, las cosas son bastante aburridas y monótonas por aquí. Este círculo está lleno de pensadores y filósofos que viven debatiendo sobre la realidad o no de este espacio, sobre si el ser esta lanzado a este espacio por sus pecados o todo es un sueño de un escarabajo bizco de un planeta lejano. Discuten acerca de si las relaciones de poder y las jerarquías alteran la conducta de los hombres, sobre si pesa más un moco en el infierno o en el cielo. ¡La verdad me tienen cansado!  ¡se supone que estas son las mejores instalaciones del infierno! Pues no lo son. Quisiera solicitar traslado inmediato al segundo círculo, el de la lujuria, donde seguramente habrán algunas rubias tatuadas y licores varios. Recuerdo la última vez que pase por allí: esos si saben pasársela en grande, una orgía en el cielo mientras volaban. El viento los empujaba y lo que parecía un castigo sólo multiplicaba la efervescencia del deseo: cientos de cuerpos desnudos copulando en medio de un caos armoníco (si se me permite el oximorón). Era como ver una explosión de estrellas, un vuelo que todos alguna vez quisiéramos iniciar. Quizás a eso es a lo que se refería Oliverio. Yo también quiero garch…digo volar por toda la eternidad. Gracias.

Att: Georges.


Estimado Lucifer:

Soy consciente de mi castigo y de la gravedad de mi delito. Lo sé. Aquella traición, aquella tarde en el senado, aquellas lluvia de cuchillos en búsqueda de una libertad manchada de sangre. Todos estos años, me han llevado a reflexionar una y otra vez sobre este pequeño momento. Desde entonces he estado condenado a estar en una de sus tres bocas en compañía de Longino y Judas. Me he acostumbrado un poco a sus dientes, el filo de ellos es para mí ya tan sólo una cosquilla, una pequeña brisa que recorre y tritura mi cuerpo. Así que en el fondo, he podido desarrollar otras actividades edificantes como aumentar mis lecturas en su lengua y hacer un poco de ejercicio moviéndome del diente molar izquierdo al diente molar derecho. Conozco cada uno de los rasgos de su boca y la dieta que come compuesta de brócoli, guanábanas y coliflor, alimentos propios de alguien verdaderamente malvado. Pero no, no es eso lo que me convoca. Aunque estoy cómodamente instalado hay algo a lo que en más de mil setecientos años no he podido acostumbrarme: su mal aliento. Lamento ser tan sincero, pero realmente es un aire nauseabundo y putrefacto. ¿Podría usted comprar al menos pastillas de menta? Es por consideración comprenda. ¿No se ha revisado la boca? ¿Ha ido a un odontólogo? Debería. Es un consejo por su bien.

ATT: Marco Junio Bruto


Estimado Astaroth:
En verdad me siento realmente molesto con usted. Es la 24567 vez que escribo en este libro y aún no he recibo respuesta. ¿Cuándo me van a pagar? Abusivos, descarados. No se les olvide. Me ofrecieron a mi amada Eurídice, cinco monedas de oro infernales y dos pares de liras nuevas. Todo por tocar en el concierto de las estrellas junto a esos hippies rockeros drogadictos de Pink Floyd y The Beatles. ¡Qué poco conocimiento de música! Es una infamia y una falta de respeto contra la calidad de mi persona. Espero mi cheque para reclamar mi pago prontamente.

Att: Orfeo


Estimado Lucifer:

¿Podría callar a su mascota de tres cabezas? No me deja dormir y ladra toda la maldita noche.

Att: Un vecino incomodo

viernes, 25 de abril de 2014

Adiós a las puertas




Las puertas habían desaparecido. Todas las puertas. Las de madera, las de bronce, las de hierro. Con las puertas se fueron también las aberturas como ventanas y balcones. Los muros se apoderaron de todo, invadieron las casas, no dejaron ningún espacio vacío por rellenar. Nos convertimos de un día para otro en prisioneros. Aparecimos de repente encerrados en nuestros cuartos, en las escuelas y en las oficinas. O quedamos afuera atrapados en las rutas, las calles, en callejones sin salida. Sin ninguna oportunidad.

Algunos murieron de hambre encerrados en sus cuartos, comiéndose partes del armario o carne de colchón. Otros sobrevivieron, pero quedaron sin nada, sin poder entrar a sus casas por sus objetos de valor. La madre fue separada del hijo, el esposo de la esposa, el hermano de la hermana, el niño de su mascota. Los amantes besaban y abrazaban las paredes, como si sus besos pudieran traspasar los muros y darle a la persona amada un poco de su calor. Las madres gritaban desesperadas los nombres de sus hijos y golpeaban con fuerza. Las lágrimas se fundieron con el frío del cemento y algunas huellas de rasguños y sangre se ven aún en la pared. Algunos intentaron abrir brechas con explosivos y maquinas demoledoras, pero fue inútil. Los muros se habían hecho más fuertes, como si la ausencia de las puertas les hubiera dado un nuevo vigor.

Lo que vino después, fue sencillamente el horror. El horror de no poder entrar por nuestras cosas. El horror de dormir a la intemperie y aguantar el frío. El horror de volver a defecar en agujeros en el piso, en improvisadas letrinas. El horror de no poder guarnecer nuestros alimentos, comer comida producida el mismo día. El horror del fin de la “intimidad” y tener que copular al aire libre. Hacerlo frente a cientos de miradas lascivas. La vida se había vuelto una lucha por la supervivencia. Sobrevivir al fascismo de los muros, a su yugo, a su espacio comprimido.

No podíamos rendirnos. Los pomos y picaportes pasaron a ser una suerte de símbolo de nuestra resistencia. Los muros y paredes empezaron a llenarse de violentas consignas de rechazo contra la opresión. Dibujos llenos de colores, guitarras, arcoíris y sobre todo…puertas. Puertas que se abren, puertas que se cierran, puerta que cantan, puertas que sueñan. Pero los muros siguieron manteniendo sus tesoros guardados y encerrados. Las casas se habían convertido en tumbas impenetrables, donde se guardaba más que cosas materiales: secretos y recuerdos de tiempos pasados.

Algunos convirtieron aquellas paredes en templos, en espacios sagrados de oración y penitencia. Esperando que algún día se abriera una abertura, para volver a entrar. Otros iniciaron violentas guerras y luchas por comida, espacio y poder. Violaciones, robos, asesinatos. La moral se diluía en ríos de sangre y carroña para gallinazos. Los cadáveres se reunían cerca a los muros en una suerte de último tributo a su inmensidad.

No obstante quedaban algunos, incluyéndome, que nos dimos cuenta que el mundo había cambiado. Que las puertas en realidad nunca existieron, que siempre hubo muros, en cada sonrisa, en cada rostro, en cada transeúnte de este mundo gris. Así que empezamos a aceptarlo. Aceptar el mundo sin puertas. El cual debíamos reconstruir.

Cuando habíamos perdido la esperanza nos dimos cuenta que, irónicamente, la ausencia de las puertas inició algo inesperado, algo que nadie vio venir. La necesidad de calor en la noche y el frío, hizo que se empezaran propagaran los abrazos, las caricias y los besos en algunos hombres y mujeres. Se acabaran los prejuicios y se fortaleciera la unión. El amor impregno a estos hombres, lleno sus espacios de fuego y abrió nuevas puertas, de un cuerpo a otro cuerpo, del cuerpo al corazón.

Solo los que aceptaron el amor y abrieron las puertas de sus cuerpos pudieron sobrevivir. Los demás murieron en la intemperie, en luchas sangrientas, sin amigos, ni comida, sus cenizas se las llevo el viento lejos, al reino de los muros y el olvido. Mientras que los que permanecieron juntos lograron construir una comunidad etérea. Fundaron la primera ciudad sin muros: Arcadia la libre.

En la entrada de la ciudad, había pegado a un árbol un pequeño cartel de bienvenida que decía: “A quién quiera entrar: debe dejar sus ataduras aquí. Abrir la última puerta, recoger la pluma y escribir su nombre en el cielo, para que no vuelva, para que se quede allí.”

miércoles, 23 de abril de 2014

el soldado pintor



Cuando se piensa en la guerra,  en su fluir incesante y destructivo, es inevitable pensar que somos pequeños pedazos de tierra, de polvo, de nada. Y este pensamiento inevitablemente carcome como un gusano la tierra en busca de alimento o una salida hacia un exterior que no existe ya. Lo digo en serio, ¿Quién le dará valor a aquello que diariamente hacen los hombres de la guerra? ¿a su sacrificio? ¿A su dolor? No hay nadie, no hay dios, no hay nada. Y él, pobre soldado, lo sabe. Lo sabe como yo. Esta allí parado, esperando, quizás lo inevitable. Las hojas caen desvergonzadamente de los árboles y una brisa húmeda toca su piel. Pronto pasara el comandante guerrillero, el famoso Negro Arcadio. El soldado es solo un peón sin importancia, parte del batallón que le tendera la emboscada. La vida del Negro Arcadio se ha convertido más en un símbolo, en una representación lejana de lo que para ellos es el mal.

Acabar con el mal, con el terrorismo, eso es lo que gritan los comandantes. Pero, ¿quién en cierta medida no es terrorista? ¿O es que todos anhelamos ese orden que nos han obligado a cumplir? Estado, familia, pueblo son palabras que se hacen vacías en el monte. Caen en el abismo ocasionado por la tempestad y el sufrimiento de este existir bélico, de una bala que irrumpe con fuerza a través de los cuerpos y que entra como Prometeo para robar algo que no regresara jamás.

El capitán del ejército habla por el radio teléfono. Pelea con algún superior. Todos preparan sus fusiles y se preparan para el momento del ataque. El ambiente se ha vuelto tenso.  Francisco (Prefiero llamarlo Francisco, no Gonzales como lo llama el capitán), nuestro soldado, empieza a sudar. El miedo está presente en sus ojos, su deseo de escapar. El fusil no le luce. Francisco piensa su antiguo sueño de ser un gran pintor. Mejor un pincel que un arma. Mejor un paisaje de colores, a uno de balas. Pero dudo que, luego de lo que ha vivido, pueda volver a pintar. Serían lienzos oscuros y tétricos que absorberían cualquier luz, cualquier brillo de felicidad. Él lo sabe y se ha resignado. Se escucha un movimiento a los lejos. Se empiezan a ver figuras que caminan a través de la selva. Sus pasos son firmes, parecen ir con algo de afán. El comando guerrillero se acerca y los soldados deben actuar.

 La muerte es compañera, camina a su lado y al de ellos, se esconde con la mayor profundidad. Sólo espera el momento preciso, aquel instante, una oportunidad. Ellos desperdician balas y energías, la muerte en cambio no desperdicia un segundo, es paciente, espera con su guadaña fusil al hombro, cuando llegue el momento de acribillar. No teme pasar por encima del que sea, sea soldado, capitán o presidente.

Y hoy está allí, lo sé. Está riéndose, expectante, ella celebra su propio carnaval. Empieza a llover. Uno de los hombres del bando contrario se acerca, mira hacia ambos lados, otea a ver si encuentra algo diferente, ese león que espera a su presa devorar. Pero no encuentra nada, ni siquiera el silencio, pues las luciérnagas se lo niegan. Hace una señal a los demás guerrilleros, que le siguen en silencio, tratando de no hacer ruido, de confundirse con la selva al pasar. Pero Francisco y los soldados ya lo han visto, lo han visto y los guerrilleros, sin saberlo, ya en ese momento están muertos. Están muertos y no lo saben. El futuro es algo que no podrán vivir ya.

Entonces el capitán da la orden y empieza la balacera. Los guerrilleros van cayendo uno y otro como piezas de dominó. Intentan ofrecer resistencia. Pero es demasiado tarde. No los ven. Son fantasmas en la noche. Son el laberinto de sus pesadillas. Son su demonio de la selva, las balas de frío metal. No hay piedad, no hay lugar aquí para la pausa. Sólo sobrevivir, solo matar. Es la predica. Salvar la patria. La sangre se mezcla con el pantano y la lluvia, un pequeño riachuelo rojo, que atraviesa la tierra y fluye como una vena que transporta  a la muerte, el olvido y el adiós. ¿Cómo pintaría eso Federico? ¿Cómo representar los cadáveres y la sangre?, ¿qué colores y tonalidades le daría?, ¿cómo podría representar el miedo de sus caras?.


Uno de los guerrilleros intenta escapar, huye despavorido. Los soldados le disparan, pero no logran acertarle. El guerrillero se resbala y cae. Ve muy cerca su fin. El Capitán se le acerca. El guerrillero pide piedad, habla de su familia, tiene siete hijos. “Sucio terrorista”, le responde el capitán y le pega una fuerte patada en la cara. Luego lo acribilla con un fulminante disparo en la cabeza. Ninguno de los soldados deja de parpadear. Ninguna lágrima. Ya estan acostumbrados.

Mientras tanto Federico sólo piensa en matices y colores, en aquel rojo intenso, que no cree poder nunca en un lienzo poder representar.

Me gusta/ No me gusta



Me gusta acobijarme en las mañanas
Mirar las nubes y buscar conejos
Tomarme una taza de chocolate caliente al amanecer

Pero no me gusta
El ruido de los carros  que despierta del ensueño
La multitud disonante
Los gritos que se pierden en el vacío
La urbe y su canción

Me gusta el silencio
La tranquilidad de una biblioteca
Cantar en mi cuarto
explotar mi soledad

Pero no me gustan
Los rostros falsos
Las compañías que no germinan
Y sobre todo…
No me gustan las mentiras
Artefactos destructivos
De palabras sin miel de vida
De crepúsculos sin luz

Me gusta el sabor de los pasteles de plátano y bocadillo
del arroz con pollo y morrón
Me gusta creer que existe un sabor alephico
Donde se reúnen el helado y la lenteja, la pizza y el frijol.


Me gusta leer a Borges
Bolaño, Deleuze, Dostoievski
Sumergirme en sus laberintos de tiempo
Devenir de poeta, compadrito, asesino
Devenir de perro, roca y halcón.

Me gusta escuchar Pink Floyd
Porcupine Tree
Piazzola 
Sumergirme en el delirio de sus notas
Cerrar los ojos
imaginar mundos de colores diferentes
y perderme ahí
y no volver nunca más

Pero no me gusta leer
casi ningún best-seller
Son alimento de cerdos
Manteca de papel
No me gusta escuchar
El reguetón y el ruido
La música tautológica que se repite sin sentido
Que destruye el silencio
y su templo de bocas cerradas

Me gusta el olor de los libros
El olor del asado
El de tu cuerpo sin perfume

Soy adicto a tu cuerpo
Violonchelo sagrado
A tus besos embriagantes
A tu espalda río
A tu pubis de cristal

Pero no me gusta
Tu ausencia en invierno
La irrupción del viento que te lleva lejos
A las montañas
En un pueblo rodeado por un verde cafetal

No me gusta y no me puede gustar
Esa ausencia
Pero mientras tanto
Me gusta pensar
Que tal vez haya un beso que viaja las montañas
Que llega a tu ventana
Que entra sin permiso
Y se estampa en tu cachete
En tu rostro de sílfide
Pálido y etéreo
Ajeno a esta realidad.